lunes, 12 de octubre de 2009

DESTINO FATAL
(14-12-2003)
JUAN GARODRI


La significación de la palabra es un asunto complicado, porque la significación depende de múltiples factores que proporcionan a la palabra su significado. Ni los lingüistas se ponen de acuerdo. No es de extrañar que el significado de ‘fatal’ se encuentre contaminado por asociaciones significativas que lo zarandean frecuentemente de un concepto a otro, sea etimológico o no. Lo fatal es lo determinado por el hado, por lo inevitable, de ahí que a ‘fatalidad’ se atribuya la causa de lo que ha de ocurrir. A propósito, la fatalidad del tabaco consiste en que se le atribuye lo que ha de ocurrir. El tabaco mata. (Véanse etiquetas aterrorizadoras en los envases de las cajetillas).
Pero eso era antes, (lo del hado y el futuro) cuando los romanos o por ahí, porque los romanos eran muy dados a los augurios, la cosa de la predicción del futuro, y tenían sus sacerdotes que se las ingeniaban para averiguar el porvenir observando el canto, el vuelo y la manera de comer de las aves. Y fíjate si averiguarían, que la plebe los respetaba y ellos portaban un cayado llamado lituo que les confería autoridad, representación y prestigio social. Pero eso era antes, cuando los romanos, ya digo. Hoy día no es tan necesario averiguar el futuro porque al futuro se le ven las orejas y está totalmente desprestigiado. Tú vas y enciendes la teletonta, a la espera del partido del sábado, del domingo, del martes, del miércoles o del jueves, y en el entretanto zapeas sin descanso buscando no se sabe qué. Horror. Muertos en Irak, muertos en Turquía, muertos en Rusia, muertos en Chechenia, muertos en Palestina, muertos en Israel, mujeres asesinadas por los hijoputas que antes han simulado amarlas, muertos por golpes de mar, ahogados en las riadas, que hasta parece que el otoño se ha vuelto irrespetuoso con la predicción del futuro y jarrea diluvios sin cuento, de a 100 litros por metro cuadrado, en España, en Europa, en Asia, porque para el otoño no existen delimitaciones geográficas, así que hala, venga a aparecer noticias de ahogados y de inundaciones. Que esa es otra. El destino fatal no se encuentra solamente en los accidentes meteorológicos. El pollo que se ha montado mundialmente con lo del tabaco es digno de tener en cuenta, como pollo y como destino fatal. En mi niñez y adolescencia, hace ya tantos años, qué bárbaro, el tabaco no mataba tanto como ahora, a juzgar por las estadísticas, a no ser que entonces no hubiera estadísticas, que quizá no las había. No, no había estadísticas. A Franco le seducía más el Valle de los Caídos. En mi niñez, repito, me gustaba ver las plantaciones de tabaco, tenía algo de exótico aquella postal esplendorosa de abundante verdor. Yo tenía un amigo de Pasarón de la Vera cuyos padres se habían asentado como medieros en la Pulgosa. Algunas tardes me invitaba a merendar y recorríamos el tabacal en las márgenes del Alagón, camino de Casillas. A la hora del crepúsculo entrábamos en los secaderos a cazar pardales, indefensos ante el foco de la linterna y la breve detonación de la balinera. Yo veía crecer la planta del tabaco, tan bella en su altura de los dos metros, con sus hojas grandes y lanceoladas, con el racimo de sus flores de color rojo purpúreo, con su oloroso y picante verdor. Toda mi vida, año tras año, he contemplado durante el verano las vegas verdeantes de tabaco y algodón. Así que siempre he mantenido una relación placentera con el tabaco y, aunque he fumado poco, me entristece el destino fatal que los augures de la cosa sanitaria le conceden. El tabaco mata. El tabaco se ha convertido en un asesino social y urbanita que provoca el cáncer, como poco, y acelera la aparición de esos gérmenes nocivos que se esconden a traición bajo la apariencia inocua del pellejo. Así que, venga, duro y a la cabeza. Campañas mundiales contra el tabaco. Etiquetas aterrorizadoras para amedrentar al personal. El Reino Unido, tan puritano y tan hipócrita, pretende convertir en delito el hecho de fumar y en delincuente al fumador. Delincuentes serán entrenadores, masajistas, utilleros y fisioterapeutas si encienden un cigarro cuando estén en el banquillo durante un partido. Hay que dar ejemplo y el tabaco es la mayor marca de inmoralidad actual. Bueno, es que en comparación con el tabaco, tan inmoral y poco ejemplarizante, son peditos de monja los programas basura y los desnudos de Boris Izaguirre. Muerte al tabaco, que es la muerte. Es la única manera de procurar que la Sanidad pública se ahorre miles de millones. Muy bien, que lo hagan. Que el mundo se cebe y se atragante con la deglución de maldiciones antitabaquiles. Pero que también conviertan en delincuente al bebedor, al que destroza su hígado, al que se apunta a la cirrosis como a un destino fatal. Y al fabricante de bebidas. Venga, a cerrar destilerías y licoreras. Que el Reino Unido demonice al whisky y fría a multas a los establecimientos que sirven alcohol a jóvenes y adultos. El alcohol mata. Que conviertan en delincuentes a los que llevan la petaca de alcohol en el bolsillo para calentarse el gaznate durante las frías noches futboleras de la Champion’s League. Y que también conviertan en delincuente al conductor. Miles de muertos en las carreteras de todo el mundo. El coche mata. A ver quién inventa etiquetas con leyenda intimidatoria para acojonar al personal. A ver quién se atreve a declarar delincuentes a los fabricantes de automóviles, automóviles tan lujosos y rápidos, de tapicería mixta, cuero y alcántara, de pequeño motor pentacilíndrico de dos litros y medio de cubicaje, de comportamiento muy afable y cómodo en ciclo urbano, con más par y potencia y una mayor elasticidad. Cómo es posible que algo tan bello como un automóvil pueda matar. El destino fatal. Sólo durante el pasado puente de la Constitución Inmaculada murieron 74 personas en las carreteras españolas, de ellas el 55 % tenía menos de treinta años. (Objección: No, oiga usted, el coche no mata; es el conductor que no sabe utilizarlo. Respuesta: No, oiga usted, el tabaco no mata; es el fumador que no sabe controlar su adicción).
Destino fatal. La muerte ronda aprovechando la epidemia tecnológica. Y, a pesar de las campañas amedrentadoras, los jóvenes fumadores han aumentado un 2,6 %, los jóvenes conductores han aumentado su índice de siniestralidad, y los jóvenes bebedores han aumentado los límites de sus movidas nocturnas. La muerte ha dejado de ser un susto para convertirse en el vecino imprevisto. Dudo que la palabra con la que designamos el destino dependa fatalmente sólo del tabaco.

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