sábado, 3 de octubre de 2009

ARRIBA ESPAÑA, COÑO
(28-9-2003)
JUAN GARODRI


Aunque sea una hipérbole totalizadora, la vio toda España. La escuchó toda España. Tal vez la vio y escuchó media España, supongo. En el programa de Pedro Piqueras, la ñ retumbó peculiarmente a través de la conversación telefónica de los golpistas. Una ñ que elevaba el taco cuartelero a la categoría épica de un santo y seña militarizado.
En el abecedario castellano aparece esa letra única y excepcional, tan insólita y exclusiva que ningún otro idioma la posee. Se trata de la “ñ”. Una feroz persecución, internacionalmente informática, quiere cargarse la ñ. Si en ningún idioma existe la grafía ñ, argumentan, ¿por qué mantenerla en los teclados? Muchas voces se han alzado en defensa de la ñ. Vargas Llosa, García Márquez, Luis María Ansón, Emilio Lorenzo, por citar algunas. Ansón, además, ocupa el sillón de la letra ñ en la Real Academia. En su defensa, escribe lo siguiente: «Mientras los franceses o italianos, para conseguir el sonido de la ñ, tienen que escribir gn, y los portugueses nh, los españoles hicieron la gran aportación al alfabeto latino al escribir por vía lúdica la diferencia fonológica entre una nasal alveolar —la n— y una nasal palatal —la ñ— ». Durante la Edad Media empezó a utilizarse la ñ gracias a la tilde más o menos ondulada que se escribía sobre el grupo nn, para abreviarlo. Después, la ñ ha ido extendiéndose por las páginas del castellano depositada en una hermosa incrustación sonora, un adorno palatal que aletea entre cientos de palabras como una libélula de la lexicografía. ¡Coño, la ñ de España en campo extremeño!
Y a propósito de la ñ. Hace tantos años, cuando Charles Spencer Chaplin, más conocido por Charlot, interpretaba aquellas cintas cortas con las que logró crear una nueva entidad burlesca, crítica y universal, comedietas de pobre hombre fracasado y enamoradizo, a uno le daba la risa. La risa de las películas de Charlot era una risa seria y melancólica. Nada de carcajadas a todo trapo. Era una risa triste porque la tozudez inconformista del actor dejaba tras de sí el aire disparatado del ridículo.
Así que a propósito de la ñ se me ocurren estas divagaciones. Porque hace unos días vi el programa de Piqueras, en Antena 3, y los gritos de los golpistas adornándose de eñes me produjeron risa, con todos los respetos patrióticos que merece el nombre de España (con su ñ, naturalmente, porque ‘Espana’ suena a algo hueco y sin tuétanos, a historia inexistente, a realidad sin presencia), me produjeron risa, ya digo, pero no la risa con la que se pretende la burla sino la risa que proviene de la lástima. Me pareció que estaba contemplando una película de Charlot. Una película en la que uno ya sabía de antemano que el protagonista la estaba cagando. Consistía el programa en la reproducción y comentarios de unos diálogos que los golpistas del 23-F mantenían a propósito del fallido golpe de Estado de Tejero en el Congreso. Daba risa, la verdad. Una risa triste. Con la perspectiva de los más de veinte años transcurridos desde entonces, las imágenes de la irrupción en el Congreso se asemejaban más a secuencias de cualquier película de Chaplin que a una acción militar. ¡Arriba España, coño! ¡Viva España, coño! ¡Todo el mundo al suelo, coño! España y su ñ. El coño y su ñ. España y el coño andaban mezclados en una inexplicable metempsícosis fonatoria, de tal manera que las voces de los golpistas transmigraban como almas en pena del ámbito presencial al ámbito telefónico, como si España no representase nada histórica ni democráticamente, a menos que su idea imperialista fuese ligada al coño.
Y qué quieres que te diga, amigo, yo al menos sentí lástima. Me pareció una especie de degradación nacional escuchar una y otra vez el nombre de España mezclado con la vulgaridad del disfemismo genital. España merece algo más que la imagen militarizada de unos pseudopatriotas alocados disparando al techo e invocando el coño. España. Unos se la apropian, otros la rechazan, otros la ningunean, otros la desestiman, pocos la aprecian. Ejemplo. Los medios de comunicación públicos se autoaplican la atribución de españoles (Radiotelevisión “española”) siendo así que, a lo que parece, son utilizados por el Gobierno como una herramienta de poder. Sólo así se entiende que RTVE vaya a superar en el próximo año 2004 una deuda de 6.800 millones de euros, cantidad astronómica e inexplicable que hace daño a España porque escandaliza y deja patidifusa la capacidad crítica de los españoles. Además, RTVE supera el tiempo de publicidad de las cadenas privadas, con lo que ningún español se explica adónde van a parar los dineros de los anuncios (de cuyos ingresos se mantienen las cadenas privadas) si, por añadidura, se le permite una deuda tan descomunal sacada de los caudales públicos (dotación económica de la que carecen las privadas). Que alguien me diga si el nombre de “española” que se apropia la radiotelevisión pública no es un jodido recochineo al perjudicar los bolsillos de los españoles con una deuda tan gigantesca. ¡Coño con la españolidad de la radiotelevisión pública! ¡La televisión de todos los españoles! No me extraña, con el dinero que nos cuesta.
¡Arriba España, coño! Así que la ñ de ‘española’ suena al ñaca ñaca de la manducatoria de Carpanta, al ñacaniná de las llanuras del Chaco, a la ñapa que por añadidura sacan de propina los jetas de la ñisca pública, a la añagaza con que nos engañan los engañadores.
Mientras tanto, la ñ se queda en pelota picada, muerta de vergüenza fonética. Porque entre la patochada de Tejero y la dureza de rostro crematística de la Erreteuveé, a la ñ le jode sobremanera admitir lo de arriba España, coño.

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