sábado, 24 de octubre de 2009

EL SEXADOR
(12-3-2005)
JUAN GARODRI


Se ha hablado con frecuencia, durante estos días, de ‘el sexador’. Antonio Burgos ya habló de ‘el sexador de noes’. Y Joan Manuel Serrat y La Trinca hicieron caricatura de ‘el sexador de pollos’. Yo voy a hablar simplemente del ‘sexador’.
Mas ¡oh sorpresa! Me dispongo a aclarar el concepto definitorio del término y no aparece en el diccionario (DRAE). ¿Será por lo de la descapitalización literaria de Espasa?, me pregunto confuso. Nuestro dignísimo diccionario de la Real Academia (vigésima segunda edición, 2001) dispone de miles y miles de palabras (más de 83.000, dicen), pero a las doctas mentes se le ha escabullido lo de sexador. Me dirijo de nuevo a la estantería y opto por el María Moliner. Lo abro por la entrada “sexo”. Nada. Decenas de palabras referentes al sexo y a la sexualidad, algunas rarísimas, un mareo abrumador de palabras, pero de sexador ni rastro. Ni el Larousse, ni el ideológico de don Julio Casares, ni el Corominas, ni Océano Único. Bueno, Sebastián de Covarrubias ni siquiera incluye el término “sexo” en su Tesoro de la Lengua (por si acaso; la Inquisición lo consideraba nefando).
Sin embargo, ya digo, estos días se ha hablado de la actitud tomada por algún sexador editorial que ha tomado la decisión de eliminar de la plantilla a determinados periodistas criticones (En ‘As’ o en ‘Marca’, verbigracia). Ya saben, el tipo que se arriesga a clavar los pies en el suelo y enfrentarse en su comentario habitual a lo políticamente correcto o a lo deportivamente correcto o a lo judicialmente correcto. A lo periodísticamente correcto. Morir con las botas opinadoras puestas. A quién se le ocurre. La incorrección política, la deportiva, la judicial o la periodística sólo puede, en la mayoría de los casos, acarrear pérdidas económicas o publicitarias de irrecuperable credibilidad.
Para evitarlo, está la figura del sexador. ¿Quién es el sexador, por ejemplo, de Justicia? ¿Quién es el bueno o el malo, merecedor de cárcel o digno de liberación? Políticos y ‘profetas judiciales’ llaman a vísperas y aparece el sexador para decidir a quién le toca la china. Es increíble. Los últimos libros que han aparecido sobre el tema producen la sensación de que el mundo (democrático) está al revés. “El desgobierno judicial”, de Alejandro Nieto, deja turulato al más optimista, con la estupefacción de la incredulidad. Mientras, magistrados de la Rioja plantean al Tribunal Constitucional sus dudas de que los jueces sustitutos (justicia interina, la llaman) respeten el derecho a un proceso con garantías. La ciudadanía se alborota y comenta el hecho de que la multan si deja de pagar la licencia de obras al Ayuntamiento y no multan o enchironan a las grandes empresas constructoras que venden los pisos racheados.
Por parte de la política, el sexador desafía las leyes de la gravedad con un riesgo rayano en la irreflexión. Albert Boadella ha escrito “Memorias de un Bufón” (título que le cuadra siquiera metafóricamente porque algunas afirmaciones que aparecen en su obra no son bufonadas). Dice que Cataluña anda dispersa en un vuelo gallináceo y que se ha convertido en ‘marujalandia’ (marujos y marujas catalanistas), acogotada por Catalunya Radio y TV3 (sexadores) convertidos en órganos de intoxicación perfecta.
Un tipo interesante es también el sexador de libros. La calidad. Oh Dios, nada menos que la calidad. Las revistas culturales fin de semana se han convertido en un manojito de sexadores dispuestos a endosar el dedo a toda obra escrita.
¿Quién es el sexador de la radio, esa droga matinal que invade las cocinas de media España y come el coco con su sonsonete antiprosódico? ¿Iñaqui Gabilondo en la Ser? ¿Jiménez Losantos en la Cope? En fin. El sexador, lo había olvidado, es un tipo que se gana la vida determinando la sexualidad de los pollos (y de las pollas).

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