lunes, 12 de octubre de 2009

FIDELIZAR
(19-10-2003)
JUAN GARODRI


Dicen los lingüistas que la Lengua es un organismo vivo. Que las palabras nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Lo que ocurre es que dentro de la lexicografía —esa especie de demografía verbal basada en el estudio estadístico de las palabras según su composición y estado de un determinado momento, o según su evolución histórica—, la aparición y desaparición de las palabras resulta más acentuada en unas épocas que en otras.
No hay más que considerar las fuentes del lenguaje para convencerse de ello. Las fuentes del lenguaje son profundas, caudalosas y recónditas. Manifiestan la huella de la Historia porque cada invasión, cada contacto cultural, ha dejado su particular aportación en la exuberancia del vocabulario. Desde la transmisión patrimonial que, a través del latín vulgar, nos trajo la conquista romana a la Península, hasta la radiografía del lenguaje pijo, cultura y estilo de los “niños bien”, (estudiado con precisión casi exhaustiva por Ana Mª Vigara, profesora en la Universidad Complutense), las palabras han ido incorporándose al lenguaje hablado de forma incontenible para traducir la ambigüedad formal de cosas que participan de varias esencias.
Así que no es de extrañar (en realidad, a quién va a extrañar) que aparezcan ahora mismo palabras, oliendo al jabón líquido de los recién nacidos, que se extienden con rapidez vertiginosa utilizadas sobre todo por quienes no saben hablar. Estas palabras aparecen en los discursos e inauguraciones e incluso en presentaciones de libros y en actos públicos, políticos o literarios o sociales y hasta económicos y publicitarios. La publicidad sobre todo fideliza mucho. Y esto lo conocen perfectamente los grandes técnicos del reclamo publicitario. Así que nacen palabras nuevas. Quienes las utilizan se arrogan una especie de exclusividad verbal mezcla de progresía lingüística y erudición semántica. Qué sensación tan gratificante, soltar por esa boquita hecha para el ron Barceló añejo, premium blend, por ejemplo, ese oscuro objeto del sabor carnal, soltar, ya digo, palabras tan jodidamente actuales y bellas, de ahora mismo, recién salidas del horno rojizo de la lexicología crematística, recién salidas del horno negruzco de la verborrea política.
Fidelizar y delincuenciar. Uno se queda pasmado y admira la capacidad semántica de la ingeniería económica para procrear términos de expresividad tan contundente, capaces de afianzarse entre los hablantes como iconos de la representatividad. Los grandes Bancos, y los pequeños, lanzan campañas para fidelizar a la clientela. Hipotecas increíblemente bajas, con su mibor o euromibor o como se llame, fidelizan a la pareja que desea adquirir un piso con la promesa de que van a comprar el cielo, tan al alcance de la mano. Fidelizan al cliente para que suscriba fondos de inversión con garantía compensatoria y con compromiso irrevocable de abonar al partícipe beneficiario el valor liquidativo igual al valor final garantizado. Y aunque el cliente apenas entiende el batiburrillo técnico que le han colocado en las orejas, queda fidelizado por seis o siete años. El hecho de fidelizar se extiende también al ofrecimiento de ollas exprés, sartenes, motocicletas, aspiradoras, cobertores, prestigiosas baterías de cocina de seis piezas en acero inoxidable y toda clase de artilugios técnicos, como teléfonos móviles y ordenadores portátiles. Con estas ofertas se fideliza al cliente y se impide, de paso, que vaya a fidelizarse con otros de la competencia. Otro aspecto de la fidelización lo desarrollan las nuevas compañías de teléfonos que ofertan llamadas a bajo precio. De pronto, llaman al timbre de tu casa. Dos chicas, con sendas carpetas, insisten en que te va a mejorar la vida si suscribes el contrato que te ofrecen consistente en que, mediante una pequeña cuota mensual, pagarás solamente 0,2 céntimos de euro por cada llamada que realices. La fidelización está conseguida.
Los políticos también fidelizan sin descanso. Sin ir más lejos, ahí aparece el señor Simancas y, para fidelizar el voto, promete que, si gana las elecciones, los jóvenes hasta 21 años y los jubilados viajarán gratis total en el metro, los trenes de cercanías y los autobuses urbanos.
Aunque no siempre se consigue la fidelización. Anda por ahí mucho desfidelizado. Un gran número de alumnos de los Institutos españoles están totalmente desfidelizados. Así lo indica el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre el absentismo escolar en nuestro país, con una tasa del 34 %, la más alta de los países desarrollados. «La falta de motivación de los alumnos y su sentimiento de no pertenencia al centro escolar» es la causa principal del absentismo. A ver si con lo de los ordenadores alguien logra que se fidelicen.
La otra palabreja a la que antes hice referencia es ‘delincuenciar’. Queda para otro día.

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