jueves, 15 de octubre de 2009

DE TRES PARALIZACIONES Y ALGUNOS RECELOS
(11-4-2004)
JUAN GARODRI


A veces, estos días de sociedad libre y próspera, tan ridículos, da la impresión de que se va a parar el mundo. Hojea uno la prensa diaria y lee referencias a la repugnante cleptocracia de Arafat y de Sharon, a la estulticia de Bush que combina rapacidad y mesianismo, a la imaginación grotesca de Putin, a unos dirigentes chinos que quieren canjear órganos de prisioneros por derechos de autor y a unos Balcanes que son el nuevo mensaje de muerte y desolación. Después de los atentados terroristas, esto. Si no se para el mundo, yo al menos me quedo paralizado.
Y hay más, y quizá más grave. Más de 200 personas han muerto en España en accidente de tráfico después del 11-M. Y aún peor: cada 20 días unas 220 personas más seguirán muriendo en nuestras carreteras. Qué, ¿no hay funerales para las víctimas de los accidentes de tráfico? ¿No es horroroso que cada 20 días mueran 200 personas en el maldito automóvil? ¿Qué clase de terrorismo tecnológico se ha impuesto en la sociedad para provocar que durante el año 2003 murieran mensualmente 333 personas en la carretera? Pocos se conmueven. Pocos rinden homenaje a los muertos en accidente de tráfico (4.000 muertos en 2003). Ni funerales de Estado, ni información sobreabundantemente siniestra en las pantallas televisivas o en las páginas de los periódicos, ni tertulias sesudas para reflexionar sobre medidas, sanciones, controles, recursos y educación de los conductores. Poco, salvo una breve reseña apresurada. Los muertos en accidente de tráfico son muertos de calidad emocionalmente anónima. Cada 20 días 220 muertos en la carretera, repito. A diez u once muertos diarios. Que ya son muertos. Y el gentío, tan indiferente. Le resbala este espeluznante horror mortuorio porque tal vez se considere el accidente de tráfico como algo naturalmente derivado de la tecnología, de la economía, del producto interior bruto. Es el tributo de sangre que se paga al progreso. Muertos de progreso, mierda.
Así que da la impresión de que se va a parar el mundo. O de que quizás ya esté parado. Porque, entre otras desgracias, tiene que estar muy pero que muy parado, como para que aparezcan programas televisivos como el que, por sorpresa y zapeando, me encontré anoche. “El castillo de las mentes prodigiosas”. Horror, pavor, espanto y pánico. Un tipo estomagante que decía ser conde, y unas tías feísimas, abrujadas y provectas, al parecer argentinas, que le negaban su condición de tal. Voces, aspavientos y ridículo. Pedorreo absoluto. Las calmas que me subieron a las orejas fueron el síntoma de una vergüenza cívica que consideraba el bodrio como algo indecentemente obsceno desde el punto de vista del decoro social y de la cultura. Creo que para mí, en ese infortunado momento, el mundo se detuvo durante unos instantes. Se paralizó.
Además de la paralización del mundo, va el gobierno catalán y paraliza la aplicación de la Ley de Educación, y el PSOE recuerda que Zapatero la paralizará antes del inicio del próximo curso, y el gobierno vasco dice que no elaborará ni un decreto en función de la LOCE, y hasta los canarios echan sus gorgoritos autonómicos y se rebelan contra la cosa educativa. Yo es que debo de ser bobo, porque como me produce tal repeluzno la política (el uso interesado que se hace de la política) no acabo de entender por qué la ley se aplica o se paraliza según el interés particular del partido que gobierna. Si se utiliza así la ley, se está produciendo una utilización manipulada de los sujetos de la ley. Es cierto que el PP elaboró la LOCE sin escuchar las voces que se alzaron en contra y la promulgó sin llegar al consenso político. Pero el profesorado y los alumnos (paganos de turno, únicos afectados por las decisiones, editoriales aparte, que esa es otra) quedan anegados en una desorientación mayúscula, paralizados de estupor e inoperancia. Porque a ver cómo elaboran las unidades didácticas de las asignaturas modificadas o cómo aplican en el aula dichas unidades si ya habían trabajado en su modificación. Se paralizan, además, los nuevos itinerarios para la ESO, la controvertida prueba de la reválida y la elección de los directores de Centro (más de uno se alegrará porque se le aproximaba la patada en el culo). ¿Seguro que el freno a la nueva asignatura de Hecho Religioso y el tachonazo al aumento de horas de Lengua Castellana supondrán una mejora significativa en la futura Ley de Educación?
En fin, me parto de la risa y me paralizo, que no es lo mismo que ‘me paro’, paralizar no equivale a parar, parar supone la detención accidental del movimiento que puede reanudarse a continuación o cuando apetezca; paralizar, en cambio, supone la detención duradera del movimiento que, en consecuencia, no puede reanudarse y, si se reanuda, es con gran dificultad y a trompicones y caídas. Así que me parto de la risa y me paralizo, decía, cuando leo por ahí que los responsables de Educación «establecerán un nuevo marco de diálogo» (lo de ‘marco’ es esplendoroso en la cosa política, qué bárbaro, es que no hay diálogo sin marco), planificarán «un sistema educativo respetuoso con la realidad plurinacional», y garantizarán «una educación de calidad».
No sé de qué me suena todo esto. Cuando empecé a predicar la LOGSE, allá por 1990, ya se utilizaban tales sintagmas primorosamente legales y prometedores. En fin, aplico la reducción a la simplicidad: por mucho que se esfuercen los Gobiernos, del signo político que sean, jamás conseguirán implantar la calidad de la educación —¿por qué no se habla de Enseñanza?— mientras no se erradique la violencia (física en algunos casos, psicológica siempre) de las aulas. Ese es el cascabel que, una vez puesto, paralizaría al gato.

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