sábado, 10 de octubre de 2009

LO DE LOS ORDENADORES
(5-10-2003)
JUAN GARODRI


No pretendo poner en duda la importancia de la tecnología en el mundo actual. Sería la actitud característica del chiflado o la del tipo que lleva flojas las pinzas. Si hay algo que me haga creer en el progreso es la tecnología. La tecnología como hecho científico. Otra cosa es el uso interesado que el ser humano hace de la tecnología, motivado por intereses sociales, políticos o económicos, ya se sabe, desarrollo en los países ricos, cada vez más ricos, y restricción en los países pobres, cada vez más pobres. Así que la tecnología, entre otras causas, ha provocado un alto nivel de vida, aunque conseguido sólo en una parte del mundo. Este hecho, llamado “estado del bienestar” (disculpen la obviedad, háganse cargo) ha activado una cultura en la que la mayoría de los jóvenes posee un ordenador, o un videojuego, o un teléfono móvil, o dos, y, según las estadísticas, dedica entre cuatro y seis horas diarias a entretenerse con esos artefactos. Pero, oh Dios, el conocimiento y uso tecnológicos de los aparatos lo realizan fuera de las aulas, por lo que, en definitiva, es como si no los conocieran ni los usaran. Sólo el diseño y composición de las nuevas aulas, la disposición de los medios tecnológicos (léase ordenadores) que el alumnado tiene desde ahora al alcance de la mano y los criterios de relación profesor-alumno, conseguirán un aprendizaje cultural más equilibrado y una incorporación más precisa y menos traumática (esto sobretodo) de los jóvenes a la sociedad. ¡Qué fuerte!
Bien. Después de esta parida de exordio preparatorio y dentro del más absoluto respeto hacia la persona de don Juan Carlos Rodríguez Ibarra, tan ilusionado con lo del avance tecnológico, pienso que quizá se ha pasado con lo de la implantación de los ordenadores en el aula. Cierto que ha apostado fuerte por la tecnología. Y que, como suele acontecer a quien apuesta, Rodríguez Ibarra ha recorrido la afilada estructura del riesgo: o te pasas o no llegas, ya lo dijo Muñoz Seca. Si no llegas, una especie de personal carcoma corroe la responsabilidad política y lleva por la calle de la amargura, supongo, al gobernante que asume el compromiso de lograr el desarrollo tecnológico de su región. Si te pasas, es peor. Porque no deja de parecer algo infantil (y digo parecer, no digo ser, una cosa es parecer y otra ser, ya saben) el hecho de que nuestro Presidente vaya demostrando por el mundo que a Extremadura nadie le echa la pata ‘alante’ en lo de los ordenadores. Así que, venga, ordenadores a toda pastilla. Aulas llenas de ordenadores, uno para cada dos alumnos en los institutos. Puede que no haya profesores suficientes, pero por ordenadores que no quede. Mesas nuevas, instalaciones nuevas. Cientos de mesas, cientos de ordenadores en todos y cada uno de los institutos de Extremadura. Así y todo, no deja uno de pensar que una cosa es la abundancia y otra el atiborramiento. La abundancia supone holgura en el ordenamiento de las cosas, una riqueza sensorial que colma las expectativas que han podido crearse alrededor del uso y disfrute de los objetos. El atiborramiento, por el contrario, produce una sensación angustiosa, esa conmoción opresiva de la multitud que rodea y comprime la actividad natural privando de libertad los movimientos. Por no aludir, no me atrevo, a la cuarta acepción con la que el término ‘atiborrar’ aparece en el diccionario: «atestar de algo un lugar, especialmente de cosas inútiles».
Me lo han dicho muchos colegas, cómo no escribes algo... Yo les contesto que no sé cómo hincarle el diente a la cosa de los ordenadores, porque tampoco se trata de ir a la contra del avance tecnológico. No, me retrucan, de acuerdo, no se trata de ir a la contra, porque el ordenador es una herramienta actual y de futuro, de incalculables posibilidades. De qué se trata entonces, pregunto. Se trata, sobre todo, contestan, de disentir en lo de la abundancia. Quizá con un número menor de ordenadores, pero suficiente, el alumnado también hubiera desarrollado capacidades y estrategias tecnológicas. Duplicar las aulas de tecnología, tripicarlas, quintupicarlas, para que cualquier profesor/a pudiera trasladarse a ellas con su grupo, sin esperar turno, y les explicase la materia a través del artefacto tecnológico. Pero ordenadores en todas y cada una de las aulas, y a dos alumnos por artefacto, es como pasarse de la raya tecnológica. Teniendo en cuenta, además, el incordio visual de las aulas pobladas de extraños cubos parpadeantes, aptos para que los alumnos se parapeten tras ellos y hagan juá juá a las orientaciones pedagógicas del profesor/a. Teniendo en cuenta, además, que en muchos institutos la instalación no está técnicamente concluida y nadie sabe cuándo lo estará. Teniendo en cuenta, además, que dentro de tres cursos los ordenadores se habrán convertido en máquinas obsoletas y a ver quién es el guapo que las sustituye. Teniendo en cuenta, además, que muchos profesores/as han decidido no utilizarlos, bien porque no entienden un pepino de ordenadores, bien porque rechazan someterse al nuevo aprendizaje y manipulación de los aparatos, bien porque no les sale de la pera su utilización, aun teniendo el suficiente conocimiento técnico de programas y sistemas. Teniendo en cuenta, además, el deterioro al que los alumnos/as someten cualquier tipo de material didáctico con velocidad increíblemente devastadora. Esto en los institutos. En los colegios públicos es peor, dicen. La dirección de los Centros ha recibido montones de flamantes ordenadores y colegios hay en los que aún no se han desembalado simplemente porque no hay espacio para colocarlos.
En fin, que el ordenador es una maravilla científica y técnica nadie lo duda. Que su conocimiento y utilización fundamenta en gran parte el futuro de los ciudadanos, todos lo aceptan. Pero atestar de ordenadores las aulas es como pasarse, queda dicho, y parece más una medida política que pedagógica.
No me resisto a mencionar a Esteban Cortijo y a tomarle prestadas dos citas que incluye en un artículo reciente: “¿Ordenadores o profesores?” (Cátedra Nova, núm. 17): «El profesor que puede ser sustituido por un ordenador debe ser sustituido por un ordenador». En la segunda, comenta que en Alemania este asunto lo tienen claro: «...hay dos clases de enseñanza: en la dirigida a los pobres ponen un ordenador; en la otra, un profesor».
Ya digo, con todos mis respetos al Presidente de la Junta y a la Consejería de Educación, que han apechugado con el inmenso esfuerzo económico de conseguir implantar lo de los ordenadores en el aula.

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