viernes, 23 de octubre de 2009

LA AGENDA
(12-2-2005)
JUAN GARODRI

Empiezo con una concesión a los maniáticos de las etimologías. Que los hay. Si no que se lo pregunten a mi amigo, el del bastón de mirto.
Existe un verbo latino de apreciable rendimiento léxico en el idioma castellano: “ágere”. De él deriva «agenda», las cosas que se han de hacer. Pero no creas, no sólo derivan de él palabras conocidas por la mayoría de los hablantes, como agencia o actor, también derivan de él palabras raras, como abigeato o remiche, más apropiadas para el programa televisivo ‘Pasa palabra’ que para la conversación ordinaria.
Pero vamos a la agenda. Si etimológicamente consiste en las cosas que tienen que ser hechas, ya se dijo, en realidad la agenda ya no se considera por su significado porque se ha convertido en un objeto. Efectos de la asimilación derivativa. Un objeto de uso personal, como puede serlo una estilográfica o un peine. La agenda se ha transformado en un librito íntimo, y aparece rodeada de un extraordinario halo de pudor. Resulta indecoroso olisquear en una agenda ajena, algo así como mirar por el ojo de la cerradura de un cuarto de baño. Últimamente se ha sobredimensionado, que se dice, el valor de la agenda, y las casas comerciales sospechan que el mejor regalo que se puede hacer a un cliente es enviarle una agenda. Los Bancos y las Cajas de Ahorro también se inclinan al regalo de la agenda y las remiten con profusión. En particular, las envían al profesorado, así que el personal docente dispone de unas agendas valiosas, editadas con el rigor del lujo y con el primor de la decoración y los colorines informáticos. En mi casa aparecen de vez en cuando, mientras buscas algún libro entre las estanterías, agendas preciosas de años anteriores. Y es de admirar la cuidadosa distribución de páginas, cuadrantes para horarios y evaluaciones, mapas y prefijos telefónicos, no solo de España sino de todo el mundo, porque hay que ver lo cumplidos que son los bancos y cajas de ahorro con sus clientes.
La agenda ha sufrido, además, una transformación metonímica hasta el punto de que se oye decir que el presidente, por ejemplo, tiene una agenda «muy apretada». Hombre, normalmente se tiene apretado el pantalón o los calcetines, no sé. Quizá los editores distribuyen varios tipos de agendas: aflojadas, apretadas y muy apretadas. Como quiera que sea, las agendas aflojadas deben de agrupar sus hojas, supongo, alrededor del decaimiento y la tristeza, de modo que el dueño o la dueña prácticamente no las utilizan ni siquiera para escribir sentimientos iracundos o amorosos. Las agendas apretadas proporcionan un mayor rendimiento y admiten en su interior anotaciones prácticas como las que se refieren a comprar leche desnatada y lecitina de soja, llamar al fontanero, visitar al urólogo y no olvidar telefonear a la Consejería de Fomento para pedir cita en la ITV, cosas así. Las que fuman en pipa, sin embargo, son las agendas «muy apretadas». Van revestidas de elegante piel curtida, pero el dueño o la dueña ni las conoce porque las agendas muy apretadas están siempre en manos de la secretaria. Tan es así que la señora Condoleezza Rice, secretaria de Estado de EEUU., que anda de un lado para otro extendiendo el Imperio con el pretexto de fomentar las relaciones internacionales, la paz, la justicia, la solidaridad y no sé qué más, que entona la cantilena del nuevo ‘clima’ entre Estados Unidos y Europa para trabajar juntos sobre la base de «una agenda común», (juá, juá, y perdonen), pues suelta el trapo y dice que ahora no entra en su agenda ‘apuntar’ contra Irán. Como si dijera que no entra en su agenda comprar tomates. Y todos, Bélgica, Francia, Alemania, Israel, unos diez países europeos riéndole las gracias.
A propósito: ¿Por qué en su apretada agenda no ha figurado una visitita a España?

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