viernes, 23 de octubre de 2009

LA APUESTA
(19-2-2005)
JUAN GARODRI


Suelo escribir mis articulejos influido por la llamada «opinión de la calle». El encuentro con conocidos, vecinos o amigos en la acera o en el bar propicia el comentario sobre temas de actualidad expandidos por la prensa o la televisión.
Estos días me han comentado el hecho de la apuesta. ¿Qué incita a una persona a apostar? Porque toda apuesta supone un riesgo. Puede ser arriesgar cierta cantidad de dinero en la creencia de que algo, como un juego, tendrá tal o cual resultado. En este sentido, la mayoría de los españoles (españoles no, que está mal visto), la mayoría de los ciudadanos (mejor, suena más a república o a Revolución francesa), la mayoría de los ciudadanos arriesga su dinero en las apuestas públicas o en la Once. La quiniela futbolística saca de sus casillas a hinchas, forofos y peñistas; la lotería nacional trastorna los bolsillos de sus incondicionales, siempre esperando el maná de la suerte; la Once produce un flipe diario en viandantes y acereros que se detienen en los quioscos o en las esquinas para el aprovisionamiento de su salvación; la lotería primitiva enloquece a funcionarios y jubilatas; la euromillonaria afloja el seso soñador de hambrientos económicos: sería la rehostia, tío, veinte, veinticinco, treinta millones de euros, anda que no iba yo a dar por saco a tanto hijoputa como raja por ahí suelto. La apuesta, pues, supone un riesgo monetario que se corre gustoso porque va parejo con el sueño de cada uno. Y es de admirar esa pertinacia en el riesgo que impulsa una y otra vez al gasto a cambio de unos instantes de sueño enriquecedor.
Sorprenden, sin embargo, otros tipos de apuestas. La del editor, por ejemplo, que «apuesta» por un bodrio, lo premia y lo publica, sabedor de antemano que una buena campaña de publicidad, bien manejados todos los resortes mediáticos, lo convertirá en una fuente (in)agotable de ingresos.
Últimamente sorprende al personal la apuesta, aparentemente desaforada, de Zapatero por la Constitución europea. No sorprende que saque la cara por la Constitución en sí, sino que en los actos mitineros de su campaña europeísta (no sé por qué ­—mira que son retorcidos— hay tipos a quienes Zapatero les parece uno de aquellos padres misioneros que durante el franquismo predicaban por los pueblos la “santa misión”, ya se sabe, aquello de ‘viva María, viva el rosario, viva santo Domingo que lo ha fundado’, y todos cantando en fila hacia la iglesia), se sorprende, pues el ciudadano de que Zapatero critique al PP, que pide el “Sí”, y no se le oiga una palabra en contra de un Llamazares cada vez más cabizbajo ni de un Carod-Rovira cada vez más bigotudo, que piden el “No”.
Sorprende también la apuesta de Zapatero por el Proyecto de Ley de Impulso de la Televisión Digital Terrestre (con tanta mayúscula parece un proyecto de Ley ya consolidado). ¿Será posible, como dicen algunos muy mal intencionados, sin duda, que nazca este proyecto de Ley para anular la sentencia del Tribunal Supremo de 12 de junio de 2000 sobre la absorción de Antena 3 radio por parte de la cadena SER? Desde luego los hay con muy mala leche. Ponen en práctica, con más cara que un saco de calderilla, el dicho gnómico de “piensa mal y acertarás”. Y ahí tienes a los fachas de la derechona pensando en la insaciabilidad socialista que fomenta el amiguismo-favoritismo mediático para arramplar con todo. (Jiménez Losantos —Dios lo perdone— llama ‘Prisoe’ a esta corriente de expansión amiguista, en una fusión de siglas ocurrente y sintética).
En fin, mi tío Eufrasio me dice a menudo que porfíe pero que no apueste. No advierte la complejidad que hoy día mantienen las relaciones humanas, repletas de riesgo. Que se lo pregunten a Bush, el inmisericorde, que está punto de apostar por sus bombas contra Irán y Siria, maldita sea.

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