miércoles, 21 de octubre de 2009

LA CHAQUITÍA
(6-11-2004)
JUAN GARODRI


Para qué hablar de las elecciones USA. Si hubiera perdido Bush, todavía. Anda, míralo. Tomado por tonto por un sector significativo de la prensa española y mira, mira, ha ganado. Así que prefiero hablar de la chaquitía.
La chaquitía era la actividad festiva que los muchachos hacíamos en mi pueblo el día 1 de noviembre. El día de Todos los Santos era el día de la chaquitía. A eso del atardecer (los atardeceres entre octubre y noviembre, tan henchidos de belleza rojiza, tan repletos de esa luz cian arremolinada entre las encinas), los muchachos recorríamos las casas del barrio pidiendo la chaquitía. Todo el mundo tenía su huerta, así que no faltaban membrillos, granadas, nueces, castañas, higos, bellotas. Y eso nos daban. Llamábamos a la puerta con el ruido de los platillos y aparecía la mujer. Que qué queréis, decía. Que nos dé la chaquitía, gritábamos. Y abríamos la bolsa de tela para recibir el regalo. Con las castañas y los higos pasos hacíamos turrón de pobre. Después, cada uno corría a su casa y dejaba el membrillo y la granada en el portal. El olor del membrillo perduraba como una presencia persistentemente amarilla y madura. Flotaba entre las sillas de anea y se alargaba hasta la sala su rastro duro y redondo. El olor del membrillo. Es increíble cómo sobrevive en la memoria el recuerdo de su olor. Ese olor, que carece de entidad física, se mantiene vivo como un rostro a través de los años. Hurgas en la memoria y, por encima del recuerdo, se asoma el olor del membrillo con su extraña presencia. Era la ofrenda irresistible de la chaquitía. Qué enigmática atracción la del membrillo, que en algunas culturas es símbolo nupcial. Andrea Alciato le dedica uno de sus emblemas (traducido por B. Daza Pinciano en 1549): «Precepto de Solón fue que a la esposa / el membrillo por don se presentasse / por ser muy sana fruta y deleitosa / y que en la boca suave olor dexasse». Y el maestro Covarrubias, en su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’, es más explícito, y expone que, según algunos, la etimología de membrillo procede del diminutivo de la palabra “membrum”, «por cierta semejanza que tienen los más dellos con el miembro genital y femineo».
Pero vamos, que se aparta uno de la idea inicial de este artículo que era desviar el recuerdo hacia la infancia, base emocional de la que nos nutrimos, rescatando la costumbre infantil de la chaquitía. (Por cierto, que desconozco su procedencia etimológica. Mi tío Eufrasio asegura que viene del hecho petitorio que los niños acompañaban con las palabras de “echa aquí, tía”, cuando llamaban a la puerta y abrían la bolsita de paño para que la mujer les regalase el membrillo, los higos, la granada. Que yo no me lo creo, y así andamos en discusión perpetua).
Hoy día, sin embargo (a día de hoy, dicen los plumíferos tontainas), la occidentalización globalizada de las costumbres provoca que muchos festejen la víspera de Todos los Santos con una fiesta foránea llamada ‘halloween’ (que hasta mal escrita está, porque en realidad es “Hallowe’en”), de tradición anglosajona: ahuecan la calabaza, la trepanan con la apariencia de unos ojos y una boca y la iluminan interiormente. Los niños la llevan de puerta en puerta y gritan ‘trick or treat’ para indicar que mearán en la puerta si no se les da un regalo.
Idioteces. No que los anglosajones festejen su «hallowe’en», sino que muchos de nosotros los imitemos. El olor insípido de la calabaza no puede ni compararse, qué me dices, hombre, con la redonda fragancia de los membrillos. Ni hallowe’en con la chaquitía.

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