viernes, 16 de octubre de 2009

NI IDEA
(6-6-2004)
JUAN GARODRI


Increíble pero cierto. El personal no tiene ni idea. No es lo mismo, a cualquiera se le ocurre, no tener ideas que no tener ni idea. A pesar de que la idea es un acto del entendimiento que se limita al simple conocimiento de algo, resulta compleja la explicación definitoria de la idea. Y, sin embargo, todo el mundo tiene ideas, así, a montones. El otro día entré en un megahipersupermercado, llamado área de grandes superficies, (las palabras también contribuyen a la fiesta dislocada del consumo) y me entraron ganas de mear. Sin llegar a pertenecer a la Orden de la Gran Meada, explicitada por Antonio Burgos, uno bebe líquido abundantemente, con estos calores, más cerveza que agua, tal vez por lo de las propiedades antioxidantes de la cerveza y, naturalmente, la necesidad mingitoria se acrecienta. Pregunté por la situación de los urinarios a una señorita muy dispuesta y me indicó un trayecto laberíntico de pasillos y escaleras que seguí, obediente, y que me llevó al aparcamiento subterráneo. Recorrí pasillos, seguí direcciones indicadas por flechas y, cuando la urgencia en la micción era realmente insoportable, llegué ante unas puertas metálicas pintadas de azul negro. Cerradas. No destrocé la manilla porque muscularmente soy flojo. Apareció un tipo embutido en el mono amarillo de la limpieza y me dijo que normal, que se cierran para evitar lo de la droga y los pinchazos. «Dónde meo», le dije, «Vuelva arriba y pregunte a la señorita de recepción», me dijo. Y añadió con un aire entre intelectual y compasivo: es simplemente una idea. O sea, que el tipo tenía ideas. No una idea en sí, sino simplemente una idea. El complemento modal “simplemente” dotaba de una amplia capacidad de conocimiento diferenciador al enunciado, diferencia entre él y yo, diferencia entre el tipo que tiene ideas y el tipo que no tiene ni idea, algo así como si me largara con el ‘simplemente’ una limosna de conmiseración informativa. O sea que el tipo presumía de tener ideas. O sea que el tipo me reprochaba que yo no tuviera ideas porque, si las tuviese, me hubiera dirigido en primer lugar a recepción en vez de andar por los sótanos buscando los urinarios del personal de mantenimiento. Ideas. Oxígeno que nutre la circulación espiritual del conocimiento. Y yo sin ideas. Platón se hubiera avergonzado de mí. Yo desaprovechaba el carácter real del mundo de las ideas, puesto que sólo en la realidad ideal se encuentra la auténtica realidad. Platón distingue el mundo inteligible del mundo visible y atribuye autenticidad a aquél mientras que éste no es más que una copia en la que nos movemos, a medias entre el ser y el no ser. Whitehead me hubiera echado una bronca, como se las echaba a los alumnos de Harvard, por creer que la percepción de la realidad no tiene lugar en el pensamiento, sino en la potencia sensitiva del organismo viviente.
Así que seguí pensando en Platón mientras subía las escaleras de dos en dos y me dirigía a la señorita de recepción con un trote burrero entre humillante e indigno. La gente de los carritos me miraba con sorpresa indiferente, si es que puede darse la contradicción. Mi vejiga era un globo hinchado, a punto de estallar, que llenaba por completo la excavación pélvica. Y todo por no tener ni idea. La capacidad fisiológica de mi vejiga en aquellos momentos creo que superaba los 750 cc de orina, algo así como el motor de la BMW de mi vecino, inervada por el plexo hipogástrico y las ramas anteriores de los nervios sacros. Y todo por no tener ni idea. La evacuación fue un alivio, una felicidad insospechada y breve. El recorrido laberíntico que sigue la idea a través del entendimiento es inescrutable. No se puede averiguar. ¿Por qué, si no, mientras me subía la cremallera y pensaba en las consecuencias de no tener ni idea recordé el debate televisivo entre Mayor Oreja y Borrell? Se me ocurre una respuesta fácilmente filosófica: la asociación de ideas. Un proceso reflexivo en el que unas ideas son evocadas por otras. Un cesto de cerezas del que unas salen trabadas a otras, o encadenadas, constituyendo los rabos la relación vegetal y única entre ellas. Ni idea. Mi problema mingitorio fue provocado porque yo no tenía ni idea del lugar donde se encontraban los urinarios. ¿Qué pintaban aquí Borrell y Mayor Oreja? Ni idea. Tal vez 40 minutos de monólogos sucesivos, congestionados por la alusión interminable de Borrell a la guerra de Irak y la réplica justificadora de Mayor Oreja a la lucha antiterrorista, son muchos minutos de lo mismo. Muchos minutos de afirmaciones gastadas, de tan oídas, como esas de que «nos vamos a partir la cara por defender los intereses de los españoles en el Parlamento europeo», de Mayor Oreja. O esa otra de Borrell: «Pasará mucho tiempo antes de que el PP utilice la palabra mentir sin sonrojarse». Muchos minutos en los que las generalizaciones se superponían a las necesidades concretas que el ciudadano reclama de Europa: cómo se piensa resolver la crisis del sector agrario, sector olivarero, sector tabaquero, sector lechero, sector pesquero, sector industrial que se larga a otros países, sector ganadero cuando dejen de recibir las subvenciones que forzosamente habrán de reducirse por el ingreso de nuevos países en la Unión Europea. ¿Por qué los asocié con mi meada? Ni idea. La idea es el ángel bueno de la guarda interior, propicia para la salud teatral de los políticos, avezados a la frase que disfraza el pensamiento. La idea es el ángel malo, soberbio y respondón, que blande su espada flamígera y parte en dos el entendimiento. Una sandía conceptual hendida por el centro geométrico de la cucurbitácea: en su interior las ideas pululan rebozadas de pulpa azucarada y líquida.
Cuando salí del megasuperhipermercado, seguía sin tener ni idea de la extraña asociación establecida entre una meada y un debate televisivo.

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