miércoles, 21 de octubre de 2009

SIN TÍTULO
(5-9-2004)
JUAN GARODRI


Que conste que no estoy en contra de la homosexualidad como manifestación de la afectividad entre humanos, tampoco a favor; simplemente respeto las opciones humanas como hechos nacidos de la libre voluntad, o de la naturaleza, de cada uno. A mí me da igual que dos hombres se amen y que compartan mesa y cama y que se demuestren amor aliñando una ensalada de pepinos. A mí me da igual que dos mujeres se amen y que, igualmente, compartan mesa y cama mientras cocinan una tortilla de cebollas. A mí me da igual, ya digo, pero respeto y admito sus opciones afectivas y jamás me manifestaré en contra de quienes enfocaron su sexualidad hacia seres humanos del mismo sexo.
Pero ocurre que las posiciones a favor o en contra se van enconando hasta el punto de que el resentimiento o el odio, al parecer, empieza a formar parte del hecho homoerótico. Digo esto porque últimamente han aparecido en este periódico opiniones más o menos enconadamente antagónicas (Tribunas, cartas al director…) sobre el problema de la homosexualidad, si es que el hecho homoerótico constituye un problema. Que de por sí no debería constituirlo, me parece. Y así, por citar alguno, en el ejemplar del día 10 de agosto el autor de la carta al director se muestra claramente a favor de la homosexualidad y, dentro de ella, al matrimonio entre homosexuales. Está en su derecho y le ofrezco mis respetos. Sin embargo, creo ver algunas contradicciones en los argumentos que expone para demostrar la certeza de sus preferencias. Dice el firmante que «el matrimonio, la unión entre hombre y mujer, es invento humano, de las religiones sectarias e intolerantes…». Y más abajo afirma, preguntando, «qué daño puede hacer que dos personas del mismo sexo deseen formalizar su amor ante el altar». Hombre, a ver si nos aclaramos. En primer lugar, si el matrimonio entendido tradicionalmente, es decir, la unión entre hombre y mujer es “un invento humano” y por tanto rechazable, como parece deducirse por el contexto, no entiendo yo por qué la unión entre hombre y hombre o entre mujer y mujer no es ya “un invento humano” y por tanto aceptable. En segundo lugar, si el matrimonio tradicional (unión hombre-mujer) es producto «de influencia clerical, de fundamentalismo cristiano para ser más exactos», según afirma el autor, no veo por qué más abajo se pregunte «qué daño puede hacer que dos personas del mismo sexo deseen formalizar su amor ante el altar». En esa formalización consiste precisamente el matrimonio y además, el autor pretende que sea ante el altar. ¿Qué altar? ¿El altar de Hércules o el altar de una iglesia? Si el matrimonio se formaliza “ante el altar”, se está sacralizando de alguna manera el acto. ¿Por qué el autor rechaza entonces la influencia clerical y el fundamentalismo cristiano para los ‘otros’ matrimonios? No lo entiendo. Sí entiendo que los matrimonios heterosexuales sean, al menos, tan “naturales” como los homosexuales. Supongo que lo que es igual para todos no es ventajoso para ninguno.
Por otra parte, en carta al director publicada el día 1 de septiembre en este Diario, el firmante se manifiesta totalmente en contra de los matrimonios homosexuales y de la homosexualidad misma. Sus razonamientos, cogidos por los pelos, son absolutamente de fundamentación católica. Está en su derecho y le ofrezco mis respetos. Lo que no entiendo bien es por qué el hecho homoerótico constituya una “desviación de la conducta humana” y, por tanto, se le considere como algo patológico. Lo que habría que investigar es quién y por qué, desde el punto de visto histórico, ha identificado homosexualidad y patología, o homosexualidad y pecado, si me apuran. Porque de aquí deriva, me parece, el rechazo histórico que la sociedad ha mostrado siempre hacia los homosexuales, influida por los mandamases interesados en la conservación de una ética social que manifestase exclusivamente comportamientos heterosexuales.
Existe otro aspecto de la homosexualidad que pone de uñas a determinados sectores sociales: la publicidad. (Amenábar, con su carita de seminarista impuro, aprovecha la presentación a la prensa de su película ‘Mar adentro’ para proclamar su homosexualidad. La publicidad se le duplica. Evidente.) Poetas, artistas, novelistas, directores de cine, políticos y personajes del mundo del arte y de la cultura, son admirados y proclamados héroes una vez que han manifestado públicamente su homosexualidad. Están en su derecho y les ofrezco mis respetos. Pero parece como si hubiera alguien interesado en magnificar su naturaleza homoerótica y en abrirles con más facilidad las puertas de la fama y convertirlos en mejores artistas, en mejores escritores, en mejores directores, más listos, más inteligentes, más intelectuales. Como que hay veces en que a uno le entran las ganas de hacerse homosexual. Bueno, ‘hacerse’ no es específicamente el término apropiado. Porque alguien se hace fraile o fontanero o electricista o albardero o vendedor de blusas y braguitas en el mercadillo, pero hacerse, lo que se dice hacerse uno homosexual, ya es más difícil. Porque incluso la naturaleza sintáctica de hacerse es doble: por un lado, puede utilizarse como verbo predicativo en ‘Maguncio se ha hecho una casa’ (aparece el verbo con su complemento); por otro, puede utilizarse como semipredicativo en ‘Maguncio se ha hecho barrendero’ (aparece el sujeto con su atributo). Así que lo de ‘hacerse’ resulta complicado porque incluso desde el punto de vista sintáctico puede mostrar una doble naturaleza según el valor semántico que se le adjudique.
Así y todo, a veces me dan ganas de hacerme homosexual, a ver si así me publican los manuscritos que tengo en el armario y me hago famoso.

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