viernes, 16 de octubre de 2009

INCAUTOS
(9-5-2004)
JUAN GARODRI


Los incautos son seres inocentes y crédulos. Todos tenemos algo de incautos. Somos incautos cuando nos fiamos de quienes nos gobiernan. ¿Quién oculta más, por no decir quién miente más? Nos tratan como a seres cándidos, carentes de malicia. Las peticiones de esclarecimiento sobre los acontecimientos (antecedentes, nudo y desenlace) del 11-M no son para prevenir nuevos ataques terroristas, sino para eludir responsabilidades. Y nosotros, como incautos, cayendo en el cepo de la credulidad. Pero el tema será para otro día. Hoy trataré de los incautos que atienden las convocatorias de los concursos.
A centenares las hay en Internet. Me refiero a convocatorias de concursos literarios. Miles de personas que se creen escritores participan en ellos. No deja de sorprender la fe que el gentío tiene en sus posibilidades. Y puede que haya alguien que piense que es el mejor. Una cualidad envidiable fundamentada en el hecho de creer. Para mí la quisiera yo.
Y es que todo el mundo cree en sus propias posibilidades. Cada cual se cree dotado de portentosas facultades para el desarrollo de cualquier actividad, mayormente las espirituales. Es decir, las provenientes del espíritu. Aclaremos. Porque ya hay lector crítico que se lanza sobre mis líneas. Todo cuanto no es material es espiritual. Una obviedad. Pero todo cuanto es espiritual no es necesariamente religioso. El ámbito de lo religioso pertenece a la parte espiritual del ser humano. Pero también tienen cabida dentro de ‘lo’ espiritual el arte, la cultura, la música, el pensamiento, los sentimientos. Así que cualquiera se cree dotado de facultades para el desarrollo de sus espiritualidades.
Mayormente para el desarrollo de dos facultades espirituales: la pintura y la escritura. Con la cosa de las Aulas de la Tercera Edad, y de la Segunda, y de la Primera, todo el mundo pinta de esta guisa: Los padres, las madres sobre todo, llevan a sus hijos e hijas a clases particulares de pintura, con la amorosa ingenuidad del secreto artístico que guarda el maletín y los pinceles. Y los padres se enorgullecen del talento de su retoño, y todos creen, sorprendidos, que les ha nacido un genio, y muestran orgullosos a parientes y vecinos la sorprendente obra de arte, y eso que todavía no ha hecho la primera comunión.
Los de la Segunda Edad acuden a clases de pintura, o de manualidades, ofertadas por el Ayuntamiento en su afán de promocionar la cultura, porque los Ayuntamientos promocionan que es una barbaridad, bueno, es que no dejan de promocionar ni un día del año, que para eso están, para buscar el bien de los ciudadanos, como bien lo demuestran las aceras y las farolas de todos los municipios extremeños, con su pancarta de mampostería en los límites del municipio deseando la bienvenida o la despedida al visitante, que es un primor la pancarta con su azulejo y todo y el escudo heráldico de la localidad, así que no hay mes o semana o quincena, decía hace rato, en que no se promocione algún acto cultural, o exposición de antigüedades o curiosidades etnográficas de la comarca, aunque la promoción cultural se basa primordialmente en el aprendizaje de la pintura y en la técnica de las manualidades.
Los de la Tercera Edad también pintan mucho y coleccionan las hojas de los calendarios de Caja Extremadura, tan bonitas, para reproducir minuciosamente la luz de los atardeceres extremeños, las piedras derruidas de algún castillo medieval o el bravío discurrir de las aguas ribereñas en los aledaños de la sierra de Gata. El gentío se cree artista y corre a enmarcar su obra para colgarla en el salón o en el pasillo, si es que cabe, y mostrarla a la admiración de las visitas.
La otra facultad espiritual extraordinariamente extendida entre el gentío es la escritura. No la escritura a mano, naturalmente. Para eso están los ordenadores y sus programas de procesamiento de textos. Se trata de la facultad de escribir, es decir, de poner a cocer la imaginación y transformarla en exquisitos platos de poesías, cuentos o lo que salga. Lo de 'las poesías' es glorioso. A casi nadie se le ocurre utilizar el nombre de poema, obra poética ajustada a una serie de normas técnicas que configuran los versos. No. Se habla de poesías, así, en plural, con lo que los versos adquieren un aspecto popular y desajustado que gusta mucho porque son muy bonitos. Y así como el que desarrolla su facultad de pintar no se tranquiliza hasta mostrar su obra a parientes y vecinos, como ya se dijo, el que desarrolla su facultad de escribir no descansa hasta presentar su obra a certámenes y concursos poéticos (después de darla a leer igualmente a parientes y vecinos), en la creencia íntima de que sus versos merecen la flor natural y los 300 euros del premio.
Es terrible lo de creer. El aprendiz de pintor, e incluso el pintor, cree que pinta. El aprendiz de escritor, e incluso el escritor, cree que escribe. Y es así: se lo creen. Se produce así una realidad anómala que consiste en creer lo que uno cree que es, una especie de dualismo tan poco viciado por la duda, que considera evidente por sí misma la mutua correspondencia del contenido de la mente y del mundo de la realidad. «Lo mismo es el pensamiento y aquello que pensamos; porque sin el ser del que se afirma algo no encontrarías al pensamiento», dijo Parménides. El corazón, el sentimiento, el instinto sustituyen al conocimiento, y sin conocimiento no se sabe, se cree.
A pesar de todo, hay una pléyade de personas que se creen escritores y presentan sus obras a concursos literarios. Cientos, miles de convocatorias anuales. Incautos. Por regla general, según se dice, los medianos y grandes premios, —medianos y grandes por su resonancia mediática o económica, pequeños en muchos casos por su calidad literaria—, ya han sido amañados previamente: sólo se conceden a personajes famosos. Así que esa multitud de desconocidos (más de 1.276) que creyéndose escritores se presentan, por ejemplo, al XVIII Premio Internacional de Cuentos «Max AUB» son unos incautos. O al VII Premio Alfaguara de Novela. Cientos de escritores anónimos que no dejan de mover a lástima. Incautos. Un premio de 175.000 dólares sólo se concede a escritores famosos. Alguien que solamente se cree escritor no puede ser aplaudido por Saramago (que se apunta a todas) y Polanco (que se vale de todos). Laura Restrepo sí. Que para eso es personaje público y enseña ahora la profundidad de su espíritu crítico en «Delirio». Los incautos, qué lástima, se quedaron con las ganas.

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