viernes, 23 de octubre de 2009

LO DE LOS SABIOS
(26-2-2005)
JUAN GARODRI


Sophia, sapientia, sabiduría. Sabios y sabios. Como en todo. Dicho de una persona: que posee la sabiduría, según el diccionario. Me gustaría averiguar qué es la sabiduría, en qué consiste. Esos grandes novelistas (en millones de ejemplares vendidos), Dan Brown por ejemplo, deberían sentarse a escribir una novela sobre la búsqueda de la sabiduría, a ver si la encontraban. Pero no. Dale con lo del santo Grial y con lo de las sectas medievales redivivas.
Sabiduría. Hay quien la confunde con erudición e incluso con cultura. Aunque cada uno lo explica a su manera. La explicación epicúrea es sorprendentemente atractiva. Para ellos, la sabiduría es la sabiduría de la vida. No se preocuparon de darnos una filosofía teórica exacta sino una sabiduría práctica de la vida, un estilo de vida, una concepción del mundo. La existencia es placer vital creador. Una especie de «carpe diem» horaciano aferrado a los valores de la existencia. Esta sabiduría vital no era insaciable. Aspiraba a lo más, pero se contentaba si no lo conseguía. Tal vez en este sentido escribió Calderón la conocida décima del sabio: «Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que comía /. ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba comiendo / las hierbas que él arrojó».
Sabios. La fe en el progreso moderno y la voluntad de extenderlo a todos los terrenos de la vida es lo que caracteriza a los sabios de la Ilustración. Sabiduría. Algo muy diferente al comité de “sabios” designado por el Gobierno para que estudie la reforma de los medios de comunicación públicos y emita el oportuno informe al respecto. Y digo diferente porque, ateniéndose a lo que lee uno por ahí, este grupo de sabios olvida el progreso moderno propugnado por la Ilustración —el bienestar de los ciudadanos— puesto que pretende mandar al carajo los ahorros del personal. A ver, si no. Si el comité de sabios «tras nueve meses de sesudas reflexiones ha llegado a la conclusión de que el Estado debe asumir los 6.200 millones de euros de RTVE para poner el contador a cero», que alguien diga a los sufridos contribuyentes de dónde va a salir esa ingente cantidad de millones. ¿De los bolsillos de Zapatero? ¿De la oscura bolsa sin fondo de Polanco? ¿De las nóminas de los señores ministros, secretarios y subsecretarios? ¿De los ingresos de las quinielas? ¿Del sursum corda? No. Esa alucinante cantidad de millones de euros —más de 7.500 millones al cierre del presente ejercicio 2005— saldrá de nuestros agujereados bolsillos, ciudadanos indefensos e ingenuos que, encima, creemos en la bondad de nuestros gobernantes y acudimos a votarlos tal como los devotos antiguos acudían a las procesiones para que el santo patrón les trajese la lluvia.
Gottfried Wilhem Leibniz, que además de filósofo y matemático fue el primer presidente de la Academia de Ciencias de Berlín, asegura en su Teodicea que «el sabio quiere sólo lo bueno, ¿y será una atadura el que la voluntad obre conforme a la sabiduría?». Pues parece que es una atadura. Leibniz merece todos mis respetos, (aunque no fuese más que porque se adelantó unos años a Newton en la exposición de las ideas fundamentales del cálculo infinitesimal), pero me atrevo a imaginar e imagino que este comité de sabios (curioso: de los cinco, cuatro escriben en el diario El País), o desconocen, o al menos no recuerdan en absoluto, la citada frase de Leibniz. Porque, vamos a ver, si «el sabio sólo quiere lo bueno», ¿Cómo es posible que estos cinco sabios quieran el mal, es decir, quieren dejar a cero la escandalosa deuda de RTVE y, por si fuera poco, añadir un 50% más a los futuros gastos del ente público, a costa de que aumenten nuestros impuestos? Misterio.

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