lunes, 12 de octubre de 2009

LO DE LA NAVIDAD
(28-12-2003)
JUAN GARODRI


Pasó la Navidad y se acerca el nuevo año. Un año más, un año menos. Eso dice mi tío Eufrasio, al que tengo últimamente tan olvidado. Y no le preguntes el significado de la frase, porque te suelta que si eres de los que van por ahí con las pinzas flojas o qué, que la vida se pasa a toda velocidad y que cada vez te quedan menos navidades y, para que lo sepas, uno se deprime con estas fiestas y, como dicen en Torrejoncillo cuando uno va para viejo, a ese le quedan ya pocas encamisás, pero como yo no soy de Torrejoncillo prefiero lo de que cada vez le quedan a uno menos Navidades, y encima tiene uno que estar contento por decreto, y aguantar la música tontorrona de los villancicos en los supermercados, que no sé por qué tienen que poner música navideña en los supermercados a todas horas, e incluso en las vías públicas, bien está que coloquen algún cedé con lo de los peces en el río, Navidad, dulce Navidad y todo eso, ponerlo de vez en cuando, pero es que hay que fastidiarse, a todas horas, sin descanso, unas voces chillonas te trepanan el cerebro, que bien podían poner al Orfeón donostiarra, tan armónico y bien conjuntado, pero nada, dale que te pego con lo del tamborilero y con la virgen lava pañales, villancicos cantados por coros infantiles repletos de inocencia desafinada. Después de la perorata, mi tío Eufrasio me sugiere que escriba algo serio y que me deje en paz de pamplinas. Y de qué escribo, le digo, Pues escribe algo sobre la historia de la Navidad, me dice, o sobre el significado ateo de la Navidad, que ahora es el momento, si bien se tienen en cuenta, a nivel global o al menos a nivel europeo, las intenciones laicizantes de Giscard d’Estaing y su empeño en borrar del mapa el hecho religioso. Me quedo de una pieza, pero le hago caso. Así que, a ver, tiro de bibliografía y ahí va la cosa después de cambiar de registro.
Para las iglesias cristianas el hecho navideño, celebrado durante la noche que va del 24 al 25 de diciembre supone un acontecimiento importante porque con él se conmemora el nacimiento de Jesús. Sin embargo, la cronología del nacimiento del Mesías es un hecho histórico impreciso, acomodado a distintas fuentes históricas. Y como no está mal sacar de vez en cuando a colación los conocimientos que muestran las enciclopedias, permíteme, lector amigo, que cite lo que el Monitor dice sobre el tema: «Respecto al día concreto del nacimiento de Jesús, tampoco había acuerdo en la primitiva Iglesia. Clemente de Alejandría daba la fecha del 18 de noviembre, Cipriano de Cartago el 28 de marzo e Hipólito el 2 de abril. Según la tradición, fue el papa Julio I (337-352) quien estableció la Navidad como celebración litúrgica fija, siendo desde entonces su conmemoración el día 25 de diciembre». La elección del 25 de diciembre obedece, probablemente, a la tendencia de la Iglesia a “cristianizar” las festividades paganas y como resulta que el calendario romano dedicaba esa fecha a conmemorar el “dies natalis solis invicti”, que venía a coincidir con la fiesta del solsticio en la que empiezan a alargarse progresivamente los días, fue la Iglesia y adoptó esta fecha para resaltar luminosamente la figura de Cristo.
En cuanto al significado ateo de la Navidad, qué quieres que te diga. Es algo tan ostensiblemente notorio que no tienes más que volver los ojos y aparecen por todas partes signos y actitudes que provocan ese significado. Desde la desbordante, o desbordada, publicidad que impulsa a un consumismo turbador irreprimible, hasta la magnificencia ciudadana y eléctrica proporcionada por las arcas municipales, todo confluye en una revolución icónica dispuesta a ignorar la representación cristiana de la Navidad. Si en los primeros siglos, como ya dije, la Iglesia aprovechaba una festividad pagana, a la que el personal estaba acostumbrado, y la cristianizaba, ahora ocurre al revés: el gentío paganiza la fiesta cristiana mandando al baúl de la troje el hecho religioso. Se conmemora el nacimiento del hijo de Dios pero sin Dios. Los mandamases están empeñados en ello. Es como si les hubiese dado un repentino ataque de intelectualidad y se hubieran puesto a leer desaforadamente a Ludwig Feuerbach y a su «Esencia del cristianismo» para asimilar su humanismo ateo, procedente de la izquierda hegeliana. Abajo el concepto de lo divino como hecho trascendente. Lo humano es lo divino y no otra cosa. Y, aunque hemos de ser religiosos, la nueva religión será la política. “Homo homini deus”, sentenció don Ludwig. El hombre es un ser necesitado, pero sus necesidades no pueden ser cubiertas por la oración sino por el trabajo. Y es el Estado el que tiene que proporcionar este trabajo, como “compendio de todas las realidades”. Así que, acabo con don Ludwig, «los hombres se lanzan ahora a la política, porque ven el cristianismo como una religión que despoja al hombre de su vigor político». Quizá por eso mi tío Eufrasio me citó antes a Giscard, dale que dale con su idea de que no aparezca en la futura Constitución europea el menor atisbo cristiano, confundiendo la aconfesionalidad beligerante con la neutralidad. Enrique Ortiz citaba hace unos días al profesor Weiler: ¿Por qué el excluir una referencia a Dios va a ser más neutral que incluir a Dios?. Quizá lo que ocurre es que Giscard se sabe de memoria a Feuerbach (por algo lo acaban de elegir miembro de la Academia Francesa) y pretende reinventar ese humanismo ateo que pone al hombre en lugar de Dios. La técnica, la industria, la política internacional, los sistemas económicos, la globalización, el dinero, la posesión de bienes de consumo, el ambiente general que respira la sociedad, y hasta los móviles y los televisores de plasma si me apuras, resucitan el materialismo espeso del siglo XIX. Pero sobre todo dinero. Hambre de dinero. Materialismo monetario. La sombra de este muro secular se alarga ad infinitum aumentando progresivamente la pequeñez de la Navidad cristiana.

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