viernes, 16 de octubre de 2009

PODEROSOS
(18-4-2004)
JUAN GARODRI


Los poderosos de la tierra no transitan caminos fáciles. Nunca los han transitado. Los caminos de rosas han sido siempre para la sencillez aldeana y para la infancia de los cuentos infantiles. A las niñas buenas y pobres, porque para ser buenas tenían que ser pobres, les brotaban las palabras en forma de rosas y azucenas. A las niñas ricas y malas, que tenían que ser orgullosas y soberbias para ser ricas (poderosas, en el contexto narrativo), las palabras les salían de la boca en forma de sapos y otras especies repelentes. Una desgracia la de los poderosos, quizá porque los poderosos transitan siempre la complejidad. En numerosos pasajes bíblicos aparece la ira de Dios contra los poderosos, manifestada en forma de desastres sociales, familiares o militares. Algún versículo de la Biblia recita el aforismo, más o menos desarrollado, de que Dios enaltece a los humildes y humilla a los poderosos. No sé a qué se debía aquel afán divino de hacer morder el polvo a los poderosos cuando, gracias a ellos, se construía el templo de Jerusalén, por ejemplo. Nunca, no obstante, les ha ido bien a los poderosos.
Las primeras “ciudades estado” mesopotámicas, donde los dioses poseían la tierra y los sacerdotes llevaban la contabilidad en sus tablas de arcilla, escritura cuneiforme incluida, se convirtieron en ‘ciudades estado’ poderosas. La riqueza les acarreó conflictos.Y de ahí vino la ruina sumeria. Y de ahí vendría la de los acadios y la de los babilonios, y la de los asirios, el pueblo más belicoso a pesar de Asurbanipal, amante de la cultura y creador de la biblioteca de Nínive, y la de los egipcios, excepcionales momificadores porque creían en la vida después de la muerte, creadores de una arquitectura colosal y amantes de las joyas. Nunca les ha ido bien a los poderosos. La Historia lo confirma un siglo tras otro con una constancia pertinaz y una persistencia absoluta. Reinos, dominios, feudos, soberanías, imperios y gobiernos han dado al traste con sus prepotencias y se han extinguido como se extingue la raya que un niño hace en el agua. A no ser que el poder nazca, crezca, se desarrolle y muera como cualquier organismo vivo dentro de un biologismo tomado en su sentido más primitivo y zoológico. Es lo que afirma Spengler en «La decadencia de Occidente»: para él las culturas (imperios, gobiernos, reinos) son siempre organismos vivientes sometidos al proceso biológico de nacimiento y descomposición. No sé si será cierto. Lo que sí parece serlo es que la historia universal aparece como una especie de tribunal del mundo que juzga todos los acontecimientos y, generalmente, los condena a muerte. Así que los poderosos han sido históricamente humillados, un siglo tras otro. Lo que no se sabe es qué ha sido de los humildes, si fueron enaltecidos o no. Porque todo el mundo habla de los poderosos pero de los humildes nadie dice ni media palabra, salvo ese conato de individualización de la vida normal llamado ‘intrahistoria’ por Unamuno.
Después de la plasta expositiva, defecada por el tecleo de mi ‘keyboard’ (valga la finura anglosajona), cabe preguntarse por la humillación de los poderosos actuales, que no todo va a ser historia y rollo macabeo. En la actualidad, aparece con una contundencia exacerbada la humillación de Aznar, poderoso donde los hubiera. No se trata de la humillación del PP, no. Se trata de la declinación, humillación y degradación de Aznar, él se lo ha buscado por pretender la privatización de España y la contribución a la guerra de Irak. Algunos medios de comunicación se han frotado las páginas y han rajado largamente, con un desahogo al que no se hubieran atrevido cuando el poderoso estaba en el poder. Lo que no veo es la contrapartida, es decir, la exaltación del humilde. Porque el PSOE no es el humilde, en este caso. IU tampoco, a juzgar por los escasos votos recogidos que lo emplazan incluso fuera de la humildad. Puede que el humilde exaltado sea ERC, aunque su exaltación proceda de un aplauso arriesgadamente circense. En otro orden de cosas, el club de fútbol más poderoso, el más galáctico, el Real Madrid, ha sido humillado ‘ad nauseam’. Perdió la final de la Copa del Rey, fue eliminado de la Liga de campeones, lo vapuleó el Osasuna, un modesto. «Para vosotros dinero y putas, para nosotros resignación y frustración». Es el batacazo del poderoso, más sonoro y contundente que el batacazo del humilde, porque el del humilde ni es batacazo ni nada. Parece como si a los poderosos les hubieran guadañado los tobillos. El Depor elimina al Milán, el Chelsea al Arsenal, el Villarreal al Celtic Glasgow, el Mónaco al Real Madrid., el PSOE al PP, la guerrilla chiíta al poderío USA.
En fin. Los poderosos caen estrepitosamente, antes o después. Aquello de los ídolos con pies de barro. Mientras el poder económico los mantiene, el equilibrio parece perfecto. Una vez desaparecido o aminorado o mermado tal poder, el entramado se viene abajo. Saramago asegura que «la democracia está secuestrada por el poder económico». No es un lince de la agudeza el autor de “La caverna” cuando lo afirma. Desde siempre, los poderosos son poderosos porque disponen de poder económico (no de otro poder), y el político poderoso dispone de poder porque se lo proporciona el poder económico a cambio de porciones de democracia, prestaciones inconmensurables e intangibles u ocultas. Siempre ha sido así desde el inicio de los tiempos históricos y siempre lo será. Evidentemente, el poder económico fagocita la democracia. Ej.: el señor Bush, que en algunos medios aparece descalificado con el apelativo de payaso, está hundido hasta las cejas en la trampa del poder económico. Tanto, que se ha puesto al lado de Sharon para atraerse el voto judío y para que no se alejen sus dólares. El poderoso nunca es inocente. Sin embargo, al poderoso le gusta serlo. Mi tío Eufrasio me dijo ayer: “Por eso, a los que tienen dinero, les gusta tanto ser ricos”. Eso.

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