lunes, 19 de octubre de 2009

EL OJO FEROZ
(15-8-2004)
JUAN GARODRI

Supongo que habrán oído hablar de los Juegos Olímpicos. Yo tampoco. Como ustedes apenas han oído hablar de los Juegos Olímpicos, pues no voy a ir (perífrasis incoativa) yo a sacarles de su beatitud informativa. Guardias, policía, soldados, helicópteros, medidas excepcionales de seguridad. Ah, y atletas. De las habladurías se encarga ‘la oreja feroz’, sección que en algunas publicaciones critica lo que se oye por allá y por acá. Es tremendo lo de las habladurías. El personal, recatado y silencioso, cada cual a lo suyo, no concede importancia a lo que oye, a pesar de los esfuerzos informativos que realizan sin ánimo de lucro importantes revistas especializadas en vidas, en camas y en maltratos ajenos. A pesar del interés (que sobrepasa los límites de lo normal) mostrado por las cadenas televisivas, empeñadas en hacer el bien sin mirar a quien. Porque es el bien supremo, el bien sumo, lo que ofrecen los programas del tomate, de la salsa rosa, del chichi y de la (in)fidelidad conyugal. Físicamente una oreja, sabiamente diseñada por el divino hacedor, cae justamente enfrente de la otra, razón por la que las informaciones recibidas auditivamente entran por la una y salen a toda velocidad por esa otra. Así que el personal no concede importancia a lo que oye, usted comprende, porque la información no adquiere consistencia en el interior del cráneo al volatizarse con tanta rapidez, qué lástima. Y los programadores audiotelevisuales, que no son tontos, se devanan la sesera para ofrecer al gentío información diaria que permanezca en sus meninges, de forma que la noticia no entre por un oído y salga por el otro velozmente, como ya se dijo. En estas reflexiones de grandísimo alcance social ando metido. Y, para variar, en vez de criticar las habladurías, estúpidamente revestidas de túnicas verbales inconsútiles, pues voy a criticar un poco lo que se escribe, cretinamente revestido de fijas permanencias entintadas. No se trata pues de lo que oigo sino de lo que leo. El ojo feroz. Un ejemplo. La gordura. Finamente empaquetada en el étimo latino ‘obesidad’. Porque no es lo mismo estar gordo que ser obeso. El obeso es un gordo menos zafio, más educado y caballeroso, casi exquisito. El gordo, en cambio, empuja más. Y tiene su razón. Porque mientras el legionario romano ‘gurdus’ era, además de gordo, necio, el legionario obeso (participio pasivo latino de ‘obedere’) era el que había comido en exceso, principalmente a base de roer —normal si se tiene en cuenta que la cosa del tenedor no aparece hasta varios siglos después. Pues nada, que la gordura no es una enfermedad. Siempre habíamos creído lo contrario o, al menos, que la gordura era perjudicial por lo del colesterol, la hipertensión, las cardiopatías, los ictus, las tallas y los michelines. Pero hace unas semanas va uno y ve (el ojo feroz) en la portada del Magazín de ‘El Mundo’ dos mujeres elongadas en posición decúbito supino: una gorda y una no gorda. El reportaje interior sobre el asunto informa de que la gordura no es una enfermedad. Científicos norteamericanos (¿quién si no?) concluyen que, según sus estudios, la gordura como enfermedad “ha sido inventada” por las grandes compañías médicas y farmacéuticas. Cuando aún no he salido de la sombra del asombro, me doy de narices con MH (nº 277), la revista que el HOY nos regala los sábados. Ojo feroz total. «Grandes mitos a examen. No todo lo que te dicen sobre los alimentos es cierto. Ha llegado el momento de poner fin a seis grandes mentiras». Ostras, Pedrín. Leídas así las cosas, por muy feroz que uno tenga el ojo, empieza en el cerebro la cocción de una empanada mental que te deja más boquiabierto que informado. Seis grandes mentiras. O sea, que nos han estado mintiendo y nosotros tan tranquilos. ¿Quién se refocila en el engaño y nos la mete doblada con lo de los alimentos? Así que el ojo feroz se pone rojo, como el de la perdiz, y lee que el consumo de productos lácteos no previene la osteoporosis; todo lo contrario: “los países que baten los récords de osteoporosis” son precisamente los que más leche consumen. Clonc, leñazo tras las orejas. Y lo de los huevos fuma en pipa. El ojo feroz se pone de un amarillo ovoide. Toda la vida renunciando a la delicia del huevo frito y ahora resulta que se puede tomar un huevo diario, o más, porque el huevo (de gallina, supongo) posee un fosfolípido que bloquea la absorción del colesterol. Plof, patada en los cataplines. Pues ¡y lo del café!. Tan nervioso que se pone cualquiera con lo del café, que ni puede uno dormir ni nada, y va la Universidad de Vanderbilt, EE.UU. (¿quién si no?) y larga que tres tazas de café al día reducen el riesgo de padecer Parkinson, cáncer de colon, piedras en la vesícula y cirrosis hepática. O sea, que el aficionado al café corre el riesgo de morir perfectamente sano si se tiene, además, en cuenta que la Universidad de Harvard “señala que seis tazas de café diarias reducen el riesgo de diabetes”. Catacroc, batacazo de espaldas. El ojo feroz se queda rígidamente abierto, como el del pez bobo, con lo de la dieta variada. Mira que nos han dado el coñazo con que los aportes nutricionales tienen que fundarse en la variedad de la dieta. Pues ni hablar. El Conservatorio Nacional de Artes y Oficios Francés, que no es cualquier cosa, va y concluye que una dieta ‘monótona’ puede ser más saludable que las dietas variadas que aplicamos a nuestra alimentación, convertidas en una birria de raciones manducatorias sin cantidad suficiente de vitaminas y minerales. Plumb, narizazo contra la mesa. El ojo feroz se pone añil al leer que el salmón de granja no posee tanta dioxina como denunció la revista Science, de lo que el no iniciado deduce que dicha revista, por muy prestigiosa que sea, puede ser una exagerada o incluso publicar interesadamente lo que alguna multinacional le meta en el bolsillo. En fin, el ojo feroz acaba leyendo, con blanda caída de párpado, que eso de que los edulcorantes artificiales ayudan a adelgazar es el cuento del tetra brick de supermercado. Fin. (El ojo feroz se ha cerrado, amoratado y cardenalicio, a consecuencia de tanto golpe inesperado como larga la noticia escrita).

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