miércoles, 21 de octubre de 2009

MARUJEO VISUAL
(27-11-2004)
JUAN GARODRI


Ya puedes irte encomendando a san Petersburgo dos veces si el conocido de toda la vida se encuentra contigo y te dice eso, Pero qué bien te veo. O lo que es quizá peor, te mira fijamente y exclama, Pero qué bien te conservas. En plan exegético, la alabanza retórica que acaban de pasarte por las narices puede significar, más o menos, que aunque estás acosado por el síndrome de la PV, es evidente, todavía no te has convertido en pingajo. Así que cuando me sueltan lo de qué bien te veo, respondo invariablemente: Eso demuestra que estás muy bien de la vista.
Y ahí reside el quid de la cuestión. Diferenciar adecuadamente entre la salud del visto (acosado por el síndrome de la PV, como ya dije) y la ilusión visual del que ve. De no establecerse esta diferenciación, pueden cometerse infinidad de errores, porque alguien puede ver una irrealidad y transmutarla equivocadamente en algo real.
Por ejemplo, la ministra Carmen Calvo ve tan estupendamente al coordinador del fomento a la Lectura en León que va y le da el premio Nacional de esa cosa al Diario de León. Además de buena vista, la capacidad de pelotas es manifiesta. En los tebeos de hace tantos años, los personajillos que rodeaban al personaje principal llevaban un número colgado del cuello: pelotas nº 1, etc. ¿Qué número de pelotas hace el suplemento “Filandón” en el círculo de Zapatero?
Y dónde me dejas los buenos ojos con los que ven en Avilés el laicismo. Resulta, según leo por ahí, que «en un Estado laico no puede haber manifestaciones externas de religiosidad para no ofender a los no creyentes», y van y suprimen el festival municipal de villancicos. ¿Qué decir? ¿Qué somos soplapollas? ¿A qué grado de memez visualmente hiperhumana se llega en la defensa de la idiocia progreta?
Y Chávez, pero qué buena vista la de Chávez, con qué buenos ojos ve a Zapatero al que llama “revolucionario” y “liberador”, a él, que sonríe como un querubín del Arca de la Alianza, la sonrisa en los labios, los mofletes amables, aspecto contrario al del revolucionario liberador que aparecería trascendido por el sagrado deber de salvar a la patria.
Para buena vista, la del 80% de los españoles que vimos el Barça-Real Madrid y la pancarta del Nou Camp: «Catalonya is not Spain». Afirmaba su no españolidad y prefería expresarse en inglés: 1º, para no utilizar el castellano, que pringa; 2º, para no utilizar el catalán, que lo entienden pocos; 3º, para utilizar el inglés, idioma inteligible en los más de 81 países que presenciaron el acaecimiento.
Y a Luis Antonio de Villena, pero qué bien vi a Luis Antonio de Villena, la otra noche, en un programa televisivo, con su media melena de pelo teñido (rubio sin mechas) y su pañuelo de cien colores sobre los hombros, aquellos pañuelos de mi abuela cuando iba a tomar café a casa de doña Vicenta, tan mono Luis Antonio de Villena, que creo que llevaba moño —¿o no lo llevaba?— rubio encantador: tan bellos versos los suyos, tan turbador peinado el suyo, pero vamos que lo vi con muy buenos ojos.
Pero qué bien, qué bien, y con qué buenos ojos vi a Nuestro Señor Presidente extremeño en el programa televisivo 'Las cerezas'. Un Rodríguez Ibarra asentado en la defensa nacional (sin ser absolutamente nacional, una cosa es lo nacional y otra la nación, creo que dijo) y un Carod-Rovira empecinado en lo suyo: Cataluña no es España. Mis ojos apreciaron una gran diferencia: mientras Rodríguez Ibarra se mostraba noble, digno y tranquilo, el Carod miraba frecuentemente de reojo, debido probablemente a la frondosidad escarpada del bigote y a su comedido aspecto (a mí me lo parecía) de viajante de prendas litúrgicas. Aunque una cosa es el parecer y otra el ser, por supuesto. Y eso que la voz chillona de Julia Otero no impuso la prueba de instalación de ‘piercing’ en el pene. ¡Jo!

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