lunes, 12 de octubre de 2009

DE LECHE, HUEVOS Y PEPINOS
(7-12-2003)
JUAN GARODRI


Después de mi ausencia de Tribuna Extremeña durante el mes de noviembre, personalmente mensis horribilis y luctuoso, vuelvo a las andadas. No faltaba quien me decía, Qué pasa, ya no escribes en el HOY, y el amiguete me golpeaba la espalda, Con lo bien que lo haces, decía, no te habrán defenestrado como a Rosa María Mateo, y mira que Rosa María Mateo tenía años de experiencia y profesionalidad. Yo sonreía con la boca contrariadamente cerrada porque la adulación mezclada con la grasa consistente de la mala leche siempre me produce el efecto de una colleja, sabido como es que el amigo sincero ni adula ni tira al codillo.
No va por aquí la cosa, sin embargo. La cosa de “Leche, huevos y pepinos” va de cosa política. Más bien quiero referirme a los políticos. Pero como toda generalización supone un desajuste lógico, digamos que prefiero referirme a algunos políticos. Los ciudadanos se preguntan (utilizo el se impersonal por la amplitud significativa que abarca) qué impulso tan irreprimible como extraño empuja a los políticos a sacrificarse por el bien de los demás. El bien de los demás, el bien de los otros, ese concepto tan abstracto como inalcanzable. Aristóteles, entre otras acepciones, consideraba el bien como ‘lo bello’, y equiparaba lo bueno con lo bello, para deducir de esa equiparación el valor moral del bien. No obstante, se arma el taco, como casi todos los filósofos, porque lo que para unos es blanco para otros es negro (admitiendo, naturalmente, todas las matizaciones cromáticas que puedan establecerse). Y así, el ‘kalón’ aristotélico se diluye en pluriformes manchas conceptuales al arrimar el bien a la prudencia, a la inteligencia práctica, a la recta razón, al justo medio. Porque el problema sin solución reside en saber qué es la prudencia, qué el justo medio, qué la recta razón, qué lo bello. Si el bien se define a través de los valores enunciados pero se desconoce cuál sea la esencia de dichos valores, )cómo alguien va a conocer en qué consiste el bien? Así que Aristóteles tira del bien moral (lo llama eudemonía) y lo acomoda en la actuación del hombre, siempre que esta actuación sea perfecta, ahí es nada, según la actividad específica de cada uno. Desde Eudoxo de Cnido hasta Schiller, desde Platón hasta Nietzsche, desde Epicuro hasta Kant o Leibniz, no ha habido filósofo que no haya pretendido elaborar una teoría moral más o menos coherente acerca de la conceptualización del bien y su aplicación empírica. Johann F. Herbart, al sustituir a Kant en la cátedra de Königsberg, se dedica también a desmontar la inaccesibilidad metafísica de Kant y a fundamentar racionalmente el mundo de la experiencia. Hume en su Enquiry (investigación sobre el entendimiento humano) conceptúa el bien como utilidad, entendiendo como tal todo lo que resulte provechoso para el bien de alguien. )De quién? De aquí parte su desarrollo del bien social o bien común.
Y ahora llegan los políticos y pretenden hacernos creer que ellos conocen la esencia del bien. Tremendo. Conspicuamente tremendo. Arzalluz anda que se la pela con la pretensión conminatoria de la “conmoción social” que supondrá la (im)probable sentencia condenatoria de Juan María Atucha. Los catalanes se la envainan cada dos por tres según venga el aire de los pactos. Aznar hace lo posible para hundir en la miseria del descrédito las intervenciones de Zapatero. Rodríguez Zapatero recorre España denegando consensos y pactos. Ministros, secretarios generales, presidentes autonómicos y hasta diputados y senadores y alcaldes y concejales entreabren sorprendentes cajas de truenos para atemorizar a los de enfrente. Mientras tanto, el ciudadano normal, peatonal y pagano, se pregunta, estupefacto, dónde está el bien común, el bien social, el bien. El ciudadano quiere tener un trabajo, un sueldo, una seguridad social, una sanidad eficiente, una educación digna y un billete de veinte euros en el bolsillo. Como a Ibarra el pacto de Maragall, al ciudadano le importan tres leches y un pepino —lo oye uno a todas horas, en la acera, en el bar, en el consultorio, en las reuniones, porque el ciudadano opina más de lo que parece, el pueblo no es una entidad abstracta con las neuronas atascadas, el ciudadano está informado y cada vez más formado— le importan tres leches y un pepino, decía, que estos bienes que constituyen ‘el bien’ para el ciudadano, que son ‘su’ bien, le sean proporcionados por PP o por PSOE, salvo, naturalmente, los uncidos a los yugos institucionales, que siempre buscarán el voto y, tal vez, el cazo. Al pueblo le importa tres leches y un pepino la altisonante palabrería política, la oposición útil, el cambio responsable, y así. Al pueblo le importa tres leches y un pepino la disputa política acerca de quién ha planificado, elaborado y realizado el proyecto del AVE a su paso por Extremadura. Lo que al pueblo interesa es el AVE y su promesa de futuro, económico, industrial y tecnológico. Al pueblo le importa una ñorda de vaca qué partido político aprobó el plan de autovías extremeño o qué partido lo está llevando a la práctica. Lo que al pueblo interesa es que haya autovías. El pueblo no es tonto, repito. A veces denigra a quienes lo representan políticamente, a veces también aplaude. Tal es el caso de Rodríguez Ibarra. «Estoy hasta el gorro de defender la unidad de España, que lo haga otro», ha dicho hace poco tiempo, hastiado del batiburrillo Aznar-Zapatero a propósito del ‘plan Ibarreche’. En esta situación de diatriba calamitosa, Ibarra prefiere defender los intereses de los tabaqueros extremeños: este es ‘su’ bien. Así que no es de extrañar que le «importen tres leches y un pepino lo que pacte Maragall». Bien mirado, hay que tener dos huevos para oponerse a mandamases de su propio partido. (Ahora, que antes actuaba según el dictado de Alfonso Guerra, dicen).
Juan Garodri, escritor

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