lunes, 12 de octubre de 2009

EL CANON
(21-12-2003)
JUAN GARODRI


Es como si me pusiese a caminar por un pavimento repleto de pedazos vidrio. Si lo intento de puntillas, las esquirlas de cristal me perforan la piel. Andar de tacón es aún peor: cientos de puñales diminutos me atraviesan el calcañar hasta dejarlo convertido en un indefenso y ensangrentado talón de Aquiles conceptual y crítico. Y lo remato definitivamente si se me ocurre salir del paso a saltos. A saltos es de loco porque, a poco que brinque, acabo convirtiendo la planta del pie en una cruenta masa de aflicciones. Así que ponerme a hablar del canon literario en Extremadura es como caminar por cristales. Es como aventurarme al despelleje o a lo irrisorio. Es como arriesgarme a cagarla, en definitiva. ¡Qué no tendrá lo del canon y sus canonizadores!
El canon siempre ha traído líos. Los libros canónicos originaron despiadadas controversias durante los primeros siglos entre los Padres de la Iglesia. El kanon de la belleza originó desavenencias entre Ambrosio y la tradición de Lisipo y Vitrubio, que menciona las tres cifras, 6, 8 y 10 como propias del kanon ideal aplicables al “hombre cuadrado”. El Canon de la pintura del monte Athos, elaborado a partir del año 787, tuvo consecuencias negativas para el arte bizantino: el arte se esclerosó en tradiciones inmutables: hasta las barbas y las calvas de los personajes bíblicos tenían que ser pintadas conforme a la normativa canónica.
Hace años, en muchos pueblos de Castilla, uno de los insultos con que las mujeres solían zanjar sus peloteras de vecindario consistía en endilgar a la otra la siguiente frase: «Anda ya, perdida, que estás más sobá que la hoja del te ígitur». La hoja del ‘te ígitur’ era la página del misal romano con la que empezaba el canon, parte de la misa que acababa en el pater noster, página necesariamente utilizada a diario por el celebrante. Página, por consiguiente, sobadísima. El te ígitur, inicio del canon, se utilizaba como insulto.
Se me viene a la memoria el aspecto casposo del canon literario, cuando lo de Guadalajara (México), no sé si recuerdan. Es el caso que, en la Feria del Libro de Guadalajara (noviembre de 2000), va el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (España) y presenta un libro en el que aparece una (pre)determinada lista de escritores. El follón se organizó porque Juan Manuel de Prada (no sé si en plan suicida o no) se alzó de tipo chulo y fue y criticó con dureza la selección y aseguró que en España existe “un canon literario falso, canon propugnado por ese espíritu cainita que alimenta la división de los escritores entre los míos y los de la competencia, según el periódico en el que colaboran”. Y se tiró de cabeza al agua cuando afirmó que este ‘canon literario’ está engordado con los escritores que colaboran en esa ideología mediática. (Se refería, supuestamente, a El País). Los demás, ninguneados.
Por aquella época, y a propósito también de lo del canon de Guadalajara, J.J. Armas Marcelo, tal vez inmoderadamente, se puso a rajar, porque lo de rajar es sano y desintoxica. Es el caso que atacó el «cainismo y el ninguneo intelectual y literario en función de intereses», lo cual que es algo así como una enfermedad oculta que «pone en vigor a rajatabla la nefasta ley de que todos nuestros amigos son espléndidos escritores, aunque no lo sean, y todos los enemigos son pésimos escritores, aunque sean espléndidos y no lo sepamos». Así que cundió la alarma porque Juan Manuel de Prada y otros olvidados en el libro oficial de la FIL de Guadalajara tiraron de la manta.
Y ahora la cosa del canon literario va y se instala en Extremadura. Hace poco tiempo apareció en Internet una relación de escritores extremeños: el canon literario de Extremadura. Muchos se preguntan quién ha ordenado hacerlo, por qué se ha hecho y para qué se ha hecho. Manda huevos. Triple uve doble punto culturaextremadura punto com barra escritoresextremadura barra. (www.culturaextremadura.com/escritoresextremadura/). Ahí aparecen 150 escritores (y escritoras) extremeños/as o relacionados/as de alguna manera con Extremadura. Entro en la página web (sospechoso lo de güev y güevos) y, oh desilusión, no me han incluido en la lista. Ostras, Pedrín. (Hablo en primera persona en representación de los que se preguntan lo del quién, lo del por qué y lo del para qué). Pienso que tengo que ser muy malo escribiendo para que el cráneo privilegiado que ha elaborado la lista me haya eliminado tan desconsideradamente. O pienso que está dotado de pésima categoría literaria el cráneo privilegiado que no ha tenido en cuenta (chulo que es uno) mis cuatro cosillas en la Editora Regional, en el Instituto cultural el Brocense, en el servicio de publicaciones de la Diputación de Badajoz y en Universitas Editorial. Pienso que, el pobre, quizá no haya leído las breves líneas, pero líneas, que Manuel Pecellín me dedica en su Literatura en Extremadura (tomo III) y, posteriormente, en su Bibliografía extremeña (1997-1999), donde ya las breves líneas se convierten en párrafos. Pienso que tal vez por eso me cabreé durante el transcurso de la mesa redonda que, organizada por la Asociación de Escritores Extremeños, tuvo lugar en la Biblioteca Pública de Cáceres el pasado día 13. Pido disculpas. Porque aseguré en voz suficientemente alta como para que lo escucharan los presentes que el establecimiento de un canon literario en Extremadura es un asunto peligrosísimo y arriesgado, porque instalará en el reconocimiento (¿?) a algunos/as escritores/as tal vez dotados/as de la penuria del lenguaje o la pobreza del talento y, por contra, hará que el ciudadano lector considere una puta mierda (dije) al escritor/a que no figure canonizado/a, aunque tal vez utilice un lenguaje excelente y esté dotado de un talento apreciable. Cualquiera que tenga dos dedos de frente académicamente crítica reconocerá que habría que desvestir de la santidad literaria al menos a un tercio de los canonizados, porque no han hecho (escrito) buenas obras.
En fin. La salud de la literatura extremeña debe asentarse en lo que se escriba, no en lo que alguien seleccione, y por ello habrá que juzgarla. Nada más lejos de mi intención que caer en el papanatismo de pensar que en todo este jodido asunto del canon influye más el amiguismo que el arte, influye más la afinidad grupal que la calidad literaria. Nada más lejos, en serio. Lo de las mafias (que las hay, dicen) es cosa de resentidos.

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