lunes, 12 de octubre de 2009

SOBRE EL PODER
(8-2-2004)
JUAN GARODRI


Por una vez, y sin que sirva de precedente, que se dice, voy a empezar mi comecocos semanal con una cita parecida a las que utiliza la prosa eticoide de Paulo Coelho, moralina fastidiosamente bobalicona y huera que el maestro ciego dirigía al pequeño saltamontes en aquello del Kung Fú. La cita es la siguiente: «Un oráculo délfico dijo en cierta ocasión a Creso, rey de Lidia, que si cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino. Sólo después de haber sido derrotado completamente en una batalla, después de cruzar el río fue cuando se dio cuenta de que el reino aludido por el oráculo era su propio reino». Así que la ambición de poder le empujó a cruzar la frontera para someter a los persas. Pero Ciro le derrotó y el reino lidio se derrumbó rápidamente, cayendo bajo la dominación persa. Y Creso se quedó sin poder y a verlas venir, según la historia.
El poder. ¿Qué oscuro y desconocido impulso germina en el interior de la persona hasta el punto de arrastrarla, aunque sea conflictivamente, a conseguirlo? ¿De qué lóbrego, recóndito agujero les sube a algunos el ansia incontrolada de poseerlo? Se menciona la palabra poder e inmediatamente se piensa en el poder político. Y no es eso. Quiero referirme a la riada turbulenta que irrumpe de vez en cuando dentro de todos y cada uno de los seres humanos y los empuja hacia el poder. Puede tratarse de un poder utópico para conseguir una sociedad utópica. Ahí están los falansterios de Charles Fourier y sus intentos de transformar la sociedad a base de asociaciones de trabajadores para liberarse del poder capitalista. O Etienne Cabet, que escribe su Viaje a Icaria para demostrar que la propiedad privada, el dinero y el trabajo pueden ser perfectamente planificados por la sociedad. Sin embargo, ni Fourier ni Cabet llegaron muy lejos. Su ideal de igualdad, sin sometimiento a poder alguno, fue ridiculizado por Engels, que les colocó el sambenito de «socialistas utópicos». ¿Y todo por qué? Porque pretendían eliminar el poder y establecer una sociedad igualitaria en la que nadie fuese más que otro. Utopía. Imposibilidad práctica de llevar a efecto las buenas intenciones por descontextualizar las acciones externas de los sentimientos interiores. En lo más profundo y oscuro del ser humano asoma el poder su cabeza de víbora.
El poder. No se trata de dinero. El dinero vale para poco si quien lo posee lo acumula para gastarlo en el Corte inglés. Lo tienen todo, dice el gentío alucinado ante el destello deslumbrante de los millones. No lo tienen todo. Acumulan millones para conseguir poder. O para ampliar el poder. O para influir en el poder. O para manipular a quienes ostentan, o detentan, quién sabe, otra clase de poder. El poder político. Nadie sabe qué turbios impulsos se encienden en el interior de las personas para ‘meterse’ a políticos. ¿El unte? No lo creo. Es el poder, es el sentimiento incontrolado de percibir que los demás giran a su alrededor, que pueden decidir sobre la hacienda de los demás, que pueden permitirles construir una casa o exigirles que derriben el alero de una esquina. Que pueden conceder subvenciones y colocar delante de un ordenador al sobrino de una prima de su cuñado. El poder también inaugura carreteras, pone primeras piedras y sale en la foto.
A nivel nacional, el poder se especifica a través de promesas. Sólo el que puede (el que tiene poder) se siente capacitado para prometer que solucionará los problemas del gentío. Es increíble. Las promesas de restauración política, de regeneración política, de renovación política, azotan diariamente los tejados de la ciudadanía dispersas (las promesas) en medio de una lluvia impresa y televisualmente informativa. Cada político se ha convertido en un arcón tesaurizado: nada más abrir la tapa, salta la promesa echando leches, a punto de golpear el ojo de la credibilidad. Es el signo del poder. La palabrería promisoria irrumpe lenta e ininterrumpidamente con la pretensión de un engaño contradictorio. Todo el mundo sabe que los actuales problemas sin solución son idénticos a los de hace cuatro años, con la diferencia de una ucronía doméstica. Todo el mundo piensa que si antes no se solucionaron, ahora probablemente tampoco. Sin embargo, el poder promete. El poder, ajeno al ridículo verbal, promete a destajo, sin parar mientes en que una cosa es predicar y otra dar trigo.
Para manifestar poder, las cadenas de televisión públicas no dejan de magnificar el poder de Aznar, el poderío aznarí que se esparce como nube de polvo del desierto de Irak, Aznar que discursea españoladamente en el Congreso de los iunaitestéis ante una cincuentena de congresistas, Aznar que manifiesta desdeñosamente su poder abandonando el poder. Ahí queda eso. Es una patada despectiva en las ansiedades de quienes pretenden alzarse con el poder.
A nivel regional es otra cosa. El señor Rodríguez Ibarra anda ya aburrido de poder. La prueba de ello está en que varias veces ha anunciado su retirada. Lástima que las bases lo requieran y lo voten eso, masivamente, en cada convocatoria de elecciones que si no, lo que es por él, ya lo había dejado. El poder en Extremadura no interesa. Lo democráticamente pragmático consiste en constituirse en oposición seria y responsable: es preferible que Ibarra reviente de poder. (La raposa daba saltos para conseguir el racimo de uvas, según Esopo, y optó por alejarse, autoconvenciéndose de que no estaban maduras).
A nivel local, el poder es un pisto en el que los comensales del consistorio creen ver en cada trozo de tomate, de pepino, de lechuga, de pimiento, de cebolla y de huevo duro, un fragmento de poder. Y se lo disputan con la madurez psicológica de los próceres.
A nivel individual, el cretino se aferra al poder como una lapa. Qué otra cosa es el caso del alcalde de Toques que desoye al PP y dice que seguirá en el cargo, dispuesto a entregar su sangre por el municipio. Ya es un chiste malo que denuncien a un regidor por acoso sexual a una menor y el denunciado sea alcalde de Toques. Y todos tan contentos en el salón de Plenos municipal, aplaudiendo a rabiar al de Toques y arreando contra las cámaras de prensa. La individualidad absorbida por el poder. (Hay que tener en cuenta que hoy día la individualidad está amenazada por una conformidad muy extendida).
En la calle, el ciudadano habla y comenta. No mucho, la verdad. De política se habla poco. El personal prefiere hablar de temas cercanos, esos que le congelan el aliento diario.

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