lunes, 19 de octubre de 2009

LA COSA DEL HUMO
(27-6-2004)
JUAN GARODRI

Hay mucho vendedor de humo. En la cosa política y en la futbolística las bolsas de humo constituyen un artículo de consumo de extensa distribución. En política, por ejemplo, la ministra de la Vivienda, nuestra paisana Trujillo, ha vendido su buena ración de bolsas de humo con lo de las 180.000 viviendas, o las que sean, hasta que ha llegado Solbes, ha soplado y el humo se ha desvanecido. Hoy, sin embargo, quiero dedicar mis desvaríos a los vendedores de humo futbolístico.
«Oigo, patria, tu aflicción / y escucho el triste concierto / que forman tocando a muerto / la campana y el cañón. / Sobre tu invicto pendón … » (no recuerdo si es ‘sobre’ o ‘bajo’, da igual, recito de memoria los versos de aquella antología patriótica que nos vendía el humo de los valores nacionales), así que «sobre tu invicto pendón» (lo de pendón tiene guasa, porque el cura que nos hacía memorizar los versos recibía el nombre, eso sí, soterradamente, de ‘cura pendón’), «sobre tu invicto pendón / miro flotantes crespones y oigo alzarse … » (aquí sufro un lapsus memorístico, pero me suena a algo así como a ‘estrofas funerarias’) […] «de la iglesia las plegarias / y del campo las canciones». Aunque la reproducción sea deficiente e incompleta, es evidente que el campo semántico del que se nutren los versos citados se construye sobre significados tristes, dolientes, apesadumbrados y mustios. No era para menos: la invasión napoleónica reducía el concepto patrio de identidad nacional a una plaza de pueblo pisoteada por los caballos franceses.
Si cambiamos cañón por balón y campana por prensa, el triste concierto que forman tocando a muerto adquiere dimensiones decimonónicas. Ya antes de la Eurocopa hubo quien advirtió lo del alcalde de Móstoles aquel mayo de 1808: ¡Españoles, la patria está en peligro! Ahora también la patria corría un peligro extremo, el de que la selección nacional de fútbol fuese eliminada a las primeras de cambio en Portugal. Nadie hizo caso de la premonición. A los vendedores de humo les interesaba más eso, vender humo, que reconocer el fuego exánime de las brasas futbolísticas que producían el humo, jugadores cansinos y enseñoritados.
Con el humo pican los ojos, escuecen. Escozor. La sensación de una quemadura, físicamente. La decepción, el desánimo, la amargura, anímicamente. El humo es indicio de fuego. No posee semejanza alguna con el fuego, no se parece en absoluto a él. Mantienen solamente una relación de dependencia puesto que el humo procede de él, del fuego. Lo realmente importante es el fuego. Sin embargo, desde la distancia, el fuego no se ve. Se ve el humo. El humo construye nubes erráticas dispersas por el viento. Y adquieren la apariencia, incluso bella, de figuras artísticas talladas por la mano erudita o intelectual o ilustrada o inteligente o espabilada que la diseña. Nada. Puro vacío, engaño y ficción asentados en la verticalidad. El humo afianza su inconsistencia en la línea vertical. Esa apariencia de plenitud siendo vacío mismo en el instante dimensional de su ascensión. Así nos lo venden. Lo que asciende es importante. Nos venden el humo de la plenitud futbolística y de la plenitud política. Los vendedores de humo. Verdaderos especialistas en el diseño, la maquetación, la distribución y venta del humo.
Lo indignante es que muchos vendedores de humo, después del vendaval que se llevó el humo al carajo y dejó la pared de la ilusión con los restos tiznados de las volutas exaltadas por la humareda, sostienen ahora que no vendieron humo: al contrario, fue el leñador que amontonó la hoguera el responsable del estropicio causado por el humo. Un leñador que, además, tiene toda la pinta de leñador. Iñaki Sáez. Las lanzas nacionales pretenden atravesarlo como a un san Sebastián mártir no glorioso de la iconografía futbolera. Un mes antes de la Eurocopa, muchas páginas de la prensa deportiva, especialistas en la venta de humo, lanzaron nubes de incienso, humo perfumado y litúrgico, a las figuras representativas del santoral futbolístico. Jugadores de fútbol dotados de extraordinaria calidad conseguirían, esta vez sí, la Eurocopa para España. Los propios jugadores hacían declaraciones breves y tímidas en las que aseguraban que esta vez sí, esta vez lucharían a muerte para conseguir el triunfo. El seleccionador nacional (al margen de su aspecto de abad gorrado, ustedes saben, el hábito no hace al monje) hablaba de un convencimiento profundo, de la fe que tenía en sus jugadores, que se traduciría en un triunfo resonante y europeo. Los medios hicieron el resto. Se dedicaron a vender humo, conscientes de los abundantes beneficios que pueden producir las bolsas de humo. Enviados especiales, cámaras, fotógrafos y redactores deportivos se dedicaron a apabullar al gentío con información desmesurada, a pesar de conocer el paño: en la selección española no había más cera que la ardía. Así lo había demostrado en la fase clasificatoria que superó de milagro gracias a una repesca humillante. Así lo demostró en el partido contra Rusia, a la que venció de churro con gol de Valerón. Así lo demostró en el empate con Grecia, jugadores con pies de barro pegados al césped. Así lo demostró en su derrota frente a Portugal, profesionales ‘jugones’ impuestos por la prensa, dicen, venidos a ser juguetes manejados por la velocidad portuguesa. Vendieron el humo y el humo se esfumó al menor soplo de viento, empujado por el gol de Maliche. Una vez esfumado el humo, todos los medios se han lavado las manos y se han dedicado, cómo no, a hacer encuestas que demuestren que aquí el único vendedor de humo ha sido Iñaki Sáez. Así que a por él, que para eso cobra. No me extraña en absoluto que el seleccionador nacional se haya defendido, se haya quitado la chaqueta y con el aplomo del que se llama Andana, con más cara que un saco de calderilla, se autoapruebe y afirme que sigue en la pomada futbolera porque tiene «el apoyo del fútbol español». El clamor del pueblo pide la marcha de Sáez a través de los miles y miles de correos electrónicos enviados a los diferentes medios de comunicación españoles. La humillación patriótica exige una cabeza pinchada en un palo para desahogo nacional. El batacazo ha sido de cojones. (Sáez no ha podido soportar la presión y acaba de presentar la dimisión mientras escribo estas líneas.)
A ver si el triste concierto que forman tocando a muerto la campana y el balón resuena también en los oídos de los jugadores. Que cobren menos y que corran más, claman los decepcionados. Y a ver si los aficionados se convencen de una vez, son más lúcidos y le dicen a los vendedores de humo que compre las bolsas su padre.

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