lunes, 19 de octubre de 2009

AGOSTO
(8-8-2004)
JUAN GARODRI


Ahora que nadie habla de la Comisión 11-M, sepultada la opinión de los medios por la losa veraniegamente agosteña, voy yo y me pongo a hablar del asunto. ¿Obsceno? ¿Perverso? ¿Idiota? De todo. El mes de agosto es el mes de las inhabilitaciones oficiales. Ahora todo se vuelve inhábil. Quizá, dentro de una apreciación no exenta de mala leche, el mes de agosto sea el mes más nítido, transparente y diáfano del calendario. La inhabilidad veraniega puede constituir una muestra de lo que el significado de la palabra conlleva: es inhábil el que no tiene las cualidades y condiciones necesarias para hacer algo. Y agosto refleja, como un espejo, esa carencia de habilidades. Mes inhábil: qué exactitud. Con la perspectiva que proporciona la inhabilidad oficial, se aprecia ahora la inhabilidad real, esa que los políticos, más deliberada que indeliberadamente, utilizan en los asuntos de la cosa pública.
Durante el mes de agosto nadie habla de la olla de grillos en que se ha convertido la Comisión del 11-M. Qué paz forestal y bucólica. Sus señorías se han ido a pescar la vagancia veraniega y a saborear el pescaíto de las playas. No hay nada como la paella para diferenciar las convergencias indeseadas. La obligación de ponerse de acuerdo sin querer estar de acuerdo es un cogotón político de considerable envergadura. La ocultación de documentos secretos proporciona una encubierta y vanidosa soberbia que al menos ahora, en el mes de agosto, la prensa dejará en paz. Durante estos días se irá al limbo de los justos el hecho de que sólo el PP y los sindicatos policiales quieran saber la verdad, según dicen. ¡Cómo se maneja la verdad, cómo se manipula! Habría que preguntarse si en realidad interesa tanto a la ciudadanía la verdad. Al menos la verdad que quieren hacernos tragar como ruedas de molino. Entras al bar, persiguiendo la fresca hilera de la sombra y, no falla, junto a la barra se hacen estos comentarios. La cerveza fría es un aliciente para la acotación y la apostilla. Entre sorbo y sorbo y la espuma en el bigote, el asunto de los confidentes adquiere resonancias sicalípticas, esa especie de pornografía del comentario que se regodea en la carnalidad del hecho comentado. Y el colega de turno te pregunta, muy puesto: pero vamos a ver, ¿quién dice la verdad? ¿Quién dice la mentira? ¿Por qué no admiten que declaren los confidentes?. Y como si recitara la lista de las provincias españolas, aquellas provincias de 1954, suelta que Martínez Pujalte asegura que el coronel Hernando contradice a la Guardia Civil (natural, tratándose del PP); que según Álvaro Cuesta los confidentes son profesionales de la mentira (natural, tratándose del PSOE para quien todo lo que se mueve es mentiroso); que según Jordi Jané los de Convergencia no piden que vengan los confidentes (natural, tratándose de CiU, expertos en nadar y guardar la ropa); que según Margarita Uría, los confidentes no van a aportar mucho, sino a enturbiar más (natural, tratándose del PNV, recelosos de que las aguas bajen turbias); que según Llamazares, no es prioritario que vengan los confidentes, pero ‘no nos oponemos’ (natural, tratándose de IU, para quien tó er mundo es güeno si puede caer algo); que según Labordeta, el PP intenta montar un circo (natural, que no quiera más circos: el Grupo Mixto se abastece con el suyo propio). Así habló el colega, con sus explicaciones y todo, que aquí aparecen resumidas. Oye, que te quedas viendo visiones. Y no te explicas cómo es posible que un simple ciudadano sepa tanto de la cosa política, que uno pensaba que el simple ciudadano es solamente en lo del fútbol en lo que está puesto. Pero no. También sabe de política. Y de pragmática, es decir, de la utilización del lenguaje en su relación con los demás y con las circunstancias de la comunicación. Por eso el ciudadano recapacita y comenta que en realidad a él no le interesa que haya tanta verdad. Al menos tanta verdad de esa clase. Esa clase de verdad es utilizada por los políticos para destruir al adversario. Tal vez fuese más conveniente que el político se preocupase también de la verdad de las pequeñas cosas, esas que preocupan diariamente a la gente. Por ejemplo, los números telefónicos que empiezan por 902, generalmente utilizados para recabar información. (Ejemplo: va el ciudadano, confiado él, y decide informarse acerca de la instalación y funcionamiento del ADSL en su ordenador. Y marca el número de atención al cliente que empieza por 902. Delicioso. Una musiquilla lo recibe y una voz en off le sugiere amablemente que siga esperando porque en ese momento los operadores están ocupados. El ciudadano sigue con el teléfono pegado a la oreja hasta que un minuto después la misma voz en off le repite el mismo mensaje. Un minuto después lo mismo. Y así hasta que la oreja empieza a enrojecer y a ponerse incandescente. Diez minutos a la espera y los euros a la deriva). O las ofertas de los bancos, deslucidas por la comisión de mantenimiento, que la escasa rentabilidad se te queda en nada. O los seguros de automóviles, que obligan al ciudadano menor de 25 años a adquirir por 30 euros una tarjeta de compra para poder ser asegurado. Miles de verdades pequeñas y agudas como cristales que diariamente acuchillan el bolsillo raquítico del personal. Ocultas entre la consternación y la ansiedad, esas verdades de cada uno originan un goteo constante que vacía el ahorro y reduce a fosfatina el puñadito de euros. Nadie importante se preocupa de ellas. Y nadie importante las desenmascara.
(No sé para qué hablo de ello. Tal vez agosto me ha introducido en la calorina de la perversidad y pretenda malmeter al personal. Tal vez la obscenidad de la murmuración. Tal vez la ráfaga del golpe de calor que vuelve a uno idiota. Agosto).

No hay comentarios: