miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL MANDO
JUAN GARODRI
(4-3-2006)


Ahí lo tenéis, desparramado en el sofá con el mando en la mano. Es una voluntad férrea la suya, es una convicción casi perversa, no pervertida al menos, la de aferrarse al mando como a una tecnológica y numérica tabla de salvación. Los diarios asesinatos en Irak no le interesan. Los frecuentes asaltos a las mezquitas con víctimas mortales le disgustan. El odio, la sangre y la violencia le molestan. El hambre, la injusticia y la desgracia le alteran la satisfacción del estómago. Sin embargo, ahí lo tenéis, desparramado en el sofá con el mando en la mano. La contemplación de la imagen no dura más allá de 5 segundos. Salta de una cadena a otra con la desesperada mezquindad de la búsqueda inútil. De buenas a primeras se da de narices con los gritos de la discusión chabacana que nutre el desamor y las separaciones de artistas y famosos/as venidos a menos. El mando lo salva de la tribulación y el desasosiego. Odia los programas de maledicencia y la voz de pito de las tertulianas. Pulsa un botón del mando y se remueve inquieto y recula espantado porque no quiere ir a cocinar con José Andrés. No le gusta la paella de orzo. Entre otras cosas, porque no sabe qué coño es el orzo. Le repugna el yogur y más si es con higos, y le produce un higueral de flatos la sopa con melón. Vuelve a pulsar el mando y escucha horrorizado el ametrallamiento verbal de la Jato que realiza preguntas a setenta y cinco revoluciones por minuto en un afán sin duda laudatorio de no restarle tiempo al concursante. Así que ahí lo tenéis, sin saber qué mirar, recorriendo pantallas como el que recorre playas deshabitadas, aturdido y confuso. Prosigue en el sofá con el mando en la mano, qué otra cosa va a hacer, y aterriza en el humor gaznápiro de esos teleempalados de oficina que charlan ante una máquina de café. Ni siquiera una media sonrisa le florece en los labios (en la oreja izquierda, desde luego, no pueden florecerle las sonrisas). De pronto, horror y juncias, la noticia le revienta los ojos: ha dimitido Florentino Pérez. Un torbellino de polvo vuelve invisible cualquier proposición noticiable: todo lo envuelve la dimisión de Florentino. Y ahí lo tenéis, con el mando en la mano zapeando entre las desmesuras deportivas. Y es que no puede ser, los jugadores son señoritos millonarios aburridos de dar saltitos en los entrenamientos. Raúl, representante ínclito de ese espíritu nacional de furia y raza, se ve más solo que la una entre los brasileños de la cucaracha y los talonarios. Unos maleducados, eso son los jugadores del Madrid, que no han correspondido debidamente a las servidumbres que el ya expresidente había contraído con ellos. «Futbolistas políticamente correctos, publicistas de su propia imagen, incapaces de pisar a nadie en el callo, de no ser que haya primas económicas de por medio», dicen por ahí. Y ahí lo tenéis, desparramado en el sofá, con el mando en la mano, utilizando el mando para sacudirse la abulia y la atroz indiferencia que, en contraste con el ruido vocinglero de los medios, le produce la noticia. Aunque hay algo peor que la noticia dimisionaria de Florentino, hay algo peor que Benedicto XVI haya nombrado cardenal a don Antonio Cañizares, hay algo peor que la indignación de Pedro Zerolo en Ceuta, hay algo peor que las turbulencias internas en las cadenas de televisión por sus guerras de audiencias, sus tinglados, y por la próxima aparición de la ‘sexta’, hay algo peor que el manifiesto de Salman Rushdie, Ayaan Irsi Alí y otros diez intelectuales contra el islamismo, hay algo peor que Bush selle un acuerdo de cooperación nuclear con la India. Hay algo peor que todo eso: el lavadero de coco al que quieren someter la indefensión infantil (a partir de los 3 años) con la educación para la ciudadanía. Ahí lo tenéis, desparramado en el sofá se pone el mando en la sien y aprieta el botón de apagado. Menos mal que no es una pistola.

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