jueves, 24 de diciembre de 2009

A POR ELLOS, OÉ
JUAN GARODRI
(3-6-2006)


Hay muchos aficionados al fútbol. Muchos. Aficionados, hinchas, forofos, partidarios y seguidores del fútbol. Pasión por el fútbol. Aunque más bien habría que aclarar la sutil diferencia que existe entre ser aficionado al fútbol y ser forofo de un equipo de fútbol. El aficionado al fútbol disfruta viendo un buen partido. El hincha y el forofo no. El hincha y el forofo únicamente quieren que gane ‘su’ equipo, aunque sea de penalti y en el último minuto. Garrotazo y tente tieso. ¡Mátalo!, rugen dirigiéndose al defensa con el deseo vindicatorio de que se cargue al delantero del equipo contrario. Es la pasión. Sólo existe ‘su’ equipo. En el desarrollo de esta tozudez partidista tienen buena parte de culpa los medios de información deportiva. Existe una exaltación magnificadora del fútbol, representado en este o aquél equipo, en la medida en que dicha magnificación ‘vende’. La cosa de vender (prensa), o la de conseguir crecida cuota de pantalla (TV), determina lo del fútbol, tal como el ojo de la muerte determina la vida.
—El Rondodrid —me dice un amigo.
—A qué te refieres —le pregunto con repentina sorpresa.
—Coño, a qué va a ser, al programa ese que llaman El Rondo, ese en el que los participantes saben tanto de fútbol que se quitan unos a otros la palabra, en medio de un guirigay desagradable y opinante. La tertulia dominical es monotemática: siempre el Madrid».
El follón que se organiza es de cojón de gallo. Las pasiones futboleras salen a relucir en un instante, y los partidarios del Madrid se enfrentan a los del Barcelona con la misma furia con que se defiende el pan de los hijos. Las pasiones.
Nos dijeron que había que huir de las pasiones. Sobretodo si la voluntad se sentía incapacitada para dominarlas. Las pasiones eran peligrosas porque fácilmente te conducían a la perdición, así que se cubrían con un cendal de cautela y de recelo. Desde luego no es la idea que el señor René Descartes tenía de ellas, y mira que ya han pasado años desde que escribió “De passionibus animae”, una obra en la que desarrolla su teoría de las seis pasiones primitivas: la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza. Y me dirás, con razón tal vez, que a qué viene todo esta disquisición prescindible. Viene a lo del fútbol, hombre, que hablábamos de ello con lo del Rondodrid. Pero es que ahora viene el ‘tsunami’ futbolero. Que se aproximan los mundiales y probablemente tú no estás lleno de pasión ni nada. Pasión por los colores nacionales, pasión por la elástica nacional, yo qué sé, pasión por todos esos símbolos exaltados ‘ad nauseam’ por la prensa deportiva y por los programas de deportes de las cadenas de televisión. Bueno, tu amor a la Selección es una pasión tan descafeinada, que ni siquiera te animas a entonar el lema de España: «A por ellos, oé». Los chicos de Luis Aragonés se han querido estrenar como cantantes (oh maravilla de la canción populachera, aunque bien entonada, eso sí), tan majamente acompañados por “La banda del capitán canalla”, esos de ‘Mi tripita cervecera’ o ‘Bicho malo pillé’, entre otros éxitos. Y no me digas para justificarte que tenemos una Selección medianilla, tirando a mala. Incluso aunque un periódico deportivo (después del empate a cero con Rusia) clamara el pasado domingo “¡que no cunda el pánico!, todavía faltan 18 días para el Mundial”. Incluso por eso. Porque si hay temor a que cunda el pánico es que las cosas deben de andar jodidas, a nivel futboleramente cualitativo. A pesar de todo, hay que sentir la pasión por los colores nacionales. Ilusión y esperanza. De otra forma, ¿qué nos quedaría de España si no hay más que cayucos en Tenerife, mafias organizadas en Cataluña, terroristas sin encarcelar e hipotecas con una subida del doce y pico por ciento? A por ellos, oé. ¡Arriba el fútbol!

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