domingo, 27 de diciembre de 2009

LA SIESTA
JUAN GARODRI
(17-2-2007)


Oye, que no sé si los investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Atenas juegan o no a desorientarnos. «Las siestas regulares son buenas para el corazón», ha informado hace unos días un grupo de investigadores. Lo he comentado con los colegas y lo han tomado a chirigota. Razonan que, así como antes todo era perjudicial para el corazón, ahora aparecen con frecuencia doctores que alaban como beneficio cardíaco la dieta fundamentada en alimentos considerados por los ancestros como comida para enfermos. Los garbanzos para el loro, le oía repetir a una señora empingorotada con la que no tuve más remedio que compartir lectura y aburrimiento. Hoy, sin embargo, los garbanzos y demás legumbres constituyen una sana fuente nutritiva, además del subsiguiente beneficio que proporcionan al colon, por lo de la fibra. No hay mantequilla publicitada en revistas y semanarios que no sea buenísima para reducir la tasa de colesterol en sangre, con lo del omega3 y cosas así. Y el gentío como loco dándole a la mantequilla con tostadas de pan integral para alejar la aterosclerosis, no vaya a ser que la grasa, el colesterol y otras sustancias obstruyan las paredes de la arteria coronaria derecha, por ejemplo, y la jodamos. Así que, hala, a vivir sanamente y a proteger el corazón. Y en éstas que viene el doctor Androniki Naska y publica un estudio en “Archives of Internal Medicine”, para asegurar que no hay mejor medicina que la siesta, si usted quiere que el corazón le funcione como debe ser. «Un estudio de seis años entre casi 24.000 adultos griegos reveló que aquellos que dormían regularmente siestas al mediodía reducían más de un tercio su riesgo de morir a causa de enfermedad cardíaca». Quién lo iba a decir. La siesta. Esa modorrera congestiva que te deja los reflejos hechos puré de coco, la siesta, entronizada para la deglución del amor en tiempos revueltos, o para eructar el pisto de aquí hay tomate, o para apiadarte de yo soy Bea la fea, cosas así, la siesta, ya digo, es sanísima para el corazón.
Lástima que hayamos de envejecer y nos ocurra como a los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. No me complace esto de morir perfectamente sano.








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