domingo, 27 de diciembre de 2009

HERIDA DE MUERTE
JUAN GARODRI
(24-2-2007)


Hay quien lo asegura. Que la democracia está herida de muerte. Probablemente son los agoreros, ya sé, esos tipos que se pasan el día dándole al cálculo de probabilidades. Y no porque estén de palique en las ágoras sino porque sus neuropatías los inclinan a la predicción de sucesos funestos. Lo malo consiste en que gran parte del personal va convirtiéndose a la agorería, aunque no siempre sus pronósticos se asientan en señales sin fundamento. En definitiva, que gran parte del gentío desconfía del manejo que los políticos hacen de la democracia, y hay quien cita a algún politólogo extranjero para augurar que las dictaduras volverán a Europa dentro de veinte años. Argumentan los tales, entre otras cosas, que los políticos caminan por senderos divergentes a los que utiliza la ciudadanía, que ellos (los políticos) solamente la utilizan (a la ciudadanía) en provecho propio, mayormente en época de elecciones, y que a veces promulgan leyes descabelladas, elaboradas según su particular punto de vista o de la de su entorno (partidista), sin tener en cuenta la aceptación o rechazo del personal. Véase, si no, la fallida ley del vino, que la ministra Salgado se sacó de la pasmina para entristecer a media España metiendo en el saco del alcohol al vino, olvidando que el vino alegra el ojo, cura el diente y sana el vientre. En fin, que los políticos tienen a la democracia hecha unos zorros y le infligen heridas de profunda (des)consideración.
La herida mayor, a mi parecer, es la separación existente entre gobernantes y gobernados. Buena muestra de ello ha sido el reciente referéndum andaluz para aprobar lo de su “realidad nacional”. Sólo acudió a votar el 36,2 % del electorado y, de ellos, el 9,5 % votó en contra. Resultado: el 31 % refrendó el nuevo Estatuto. Ha sido de pirueta circense. Los andaluces le han dado un corte de mangas formidablemente burlesco a sus gobernantes y han demostrado que en absoluto estaban interesados en la propuesta. Que luego venga Chaves hablando de ‘aplastante mayoría’ es como la de aquel que dijo que tenía un hijo listísimo porque era el tercero de su clase: en la clase sólo había tres.

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