jueves, 31 de diciembre de 2009

UTOPÍA
JUAN GARODRI
(1-9-2007)

El sabor metálico de la pesadilla en la boca. He soñado con la utopía. Aparecían avenidas sin tráfico. Ni un solo coche. El gentío iba a sus cosas, como siempre. Pero en lugar de trasladarse por las aceras, que es lo suyo, invadía el centro de la calzada, convirtiéndose poco a poco en multitud y, después, en muchedumbre abigarrada. Todo el mundo se saludaba efusivamente y aparecía contento y feliz, quizá porque no había coches. Yo, sin embargo, no formaba parte de la muchedumbre y la observaba no sé desde qué lugar, hasta que advertí espantado que sólo yo permanecía en mi coche, rodeado por miles de personas sin coche que me increpaban por mi falta de compromiso ecológico, puesto que contaminaba el ambiente y les impedía respirar. Unos tosían con voz persistente y enfadosa, otros estornudaban soltando arcos irisados de mucosidades aspersoras, los de más allá se llevaban las manos al pecho y me miraban con ojos feroces porque su ataque de asfixia obedecía a los gases que expelía el tubo de escape de mi coche. Alguien excitó a la manada señalándome con el puño, gritó que a por él, pero sin añadir oé, oé, porque los hornos anímicos no estaban para bollos deportivos. Elevaron el coche sobre sus cabezas y así me llevaban, en volandas, avenida abajo, hasta llegar al río Alagón. Desde el puente, arrojaron el coche (que se hundió lentamente de morro) a las aguas. Lo que no sé es por qué aparecieron en el asiento posterior Rosa Regàs y la duquesa de Cornualles, calladas como muertas. Lo cuento así porque así ocurrió. Iba a ahogarme, seguro, dentro de unos minutos. Pero al mismo tiempo, yo contemplaba la escena desde un lugar extraño situado fuera del entorno de los acontecimientos. Sentí compasión de aquel hombre, que era yo, a punto de ahogarse por utilizar el coche en un lugar en el que nadie usaba coche. Insensato, me había atrevido a contaminar el ambiente con la peligrosidad de elevar las emisiones de CO2, letal para la humanidad y para las praderas de las que se alimenta el ganado. Seguía entre los dientes el sabor metálico de la palanca del cambio irrealizable.

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