viernes, 25 de diciembre de 2009

CONSECUENCIAS
JUAN GARODRI
(21-10-2006)

Efecto o consecuencia. Con ‘o’ disyuntiva. (Entiéndase esta coordinación como algo que se excluye entre sí, es decir, si opto por el efecto elimino la consecuencia, y al revés). Una de dos. Efecto es aquello que se (con)sigue por virtud de una causa. Me decido por la consecuencia, tomada en sentido filosófico, es decir, la proposición que se deduce de otras, con enlace tan riguroso que, admitidas o negadas las premisas, es ineludible el admitirla o negarla.
Llegados a este punto, quiero recordar la guerra de Irak (¿o ya no es guerra? ¿O ya no hay guerra?). Parece que se ha olvidado lo de Irak. Ya no vende. Ni siquiera los boletines de noticias señalan que cada día muere un extremado número de personas en Irak, a consecuencia de la guerra. Y el personal se queda tan fresco. Una epidermis resbaladiza cubre los costillares y los muertos se deslizan sobre la acomodada conciencia occidental como el gel de la ducha diaria. Los cerca de 700.000 muertos en Irak desde el 2003, a consecuencia de la invasión que sufrió el país en esa fecha, supone un 75 % más de los que se había cargado Sadam Hussein en 24 años. ¿Implantar la democracia? El contenido léxico de ‘implantar’ conlleva un significado como de imposición de leyes sin contar con la voluntad de aquellos a quienes se les implanta la democracia. Tal vez por eso el presidente sirio Asad sostuvo por entonces que la guerra de Irak era un plan de Washington para que Israel dominara toda la zona. Tal vez por eso, antes de que empezara la guerra, Bush ya había firmado contratos millonarios para la posterior reconstrucción de Irak.
Volviendo al principio. Consecuencias. Si admitimos, pues, que Bush, Blair y Aznar se reunieron en las Azores para acordar la eliminación de Hussein y la implantación de la democracia (juá, juá, a una invasión en toda regla la llaman los tíos implantación de la democracia), habremos de admitir que todas las personas muertas en Irak desde esa fecha constituyen una consecuencia del deseo ajeno de implantar la democracia. (¿No? Vaya. ¡Estoy sordo!)

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