martes, 29 de diciembre de 2009

LA JUSTICIA
JUAN GARODRI
(5-5-2007)

A nadie se le ocurre hoy sostener que es justo lo que conviene o se ajusta al deseo del más fuerte. Sin embargo, Trasímaco, aquel sofista griego al que Platón caracterizó en La República como defensor del carácter arbitrario de las leyes, defendía con dos cojones que la justicia no es otra cosa que el derecho del más fuerte, puesto que, tanto en democracia como en tiranía, el más fuerte es el poderoso, y el más poderoso es el Gobierno, y el Gobierno siempre dicta las leyes en su propio provecho. Esta mayúscula desconsideración hacia la ciudadanía (súbditos), poco más o menos, la sostiene también Hobbes cuando lanza la hipótesis, en el sentido expuesto, de que jamás sería injusto un dictamen de un tribunal supremo, ni digno de recriminación un hombre malo pero poderoso. Se monta pues un pollo considerable entre los conceptos de justo e injusto, hasta el punto de que Estados hubo que intentaron aplicar la hipótesis de Hobbes a sus propios intereses y al abuso de poder. Menos mal que Leibniz hechó su cuarto a espadas y dijo que Hobbes no digería bien los conceptos (quizá por su dispepsia platónica) y que no sabía distinguir entre la cuestión de hecho y la cuestión de derecho «pues es preciso distinguir entre lo que puede ser y lo que debe ser».
Para los antiguos, la Justicia va exclusivamente ligada a las formas de Gobierno, con sus variantes y, así por ejemplo, Aristóteles registra cinco formas de democracia, cuatro formas de oligarquía, tres formas de aristocracia y dos formas de república. Y, parece mentira, lee uno ‘estas cosas antiguas’, y fíjate, es que encajan a la perfección con las consideraciones actuales. «Orientar el interés del Estado a la creación de una clase media próspera». «Excesiva riqueza y demasiada pobreza son extremos que no conducen a nada bueno». «Hay que evitar la concepción unilateral que no ve las ventajas de otras instituciones. Este peligro existe en los jefes de los partidos políticos, que pecan siempre de una aguda estrechez de miras y llevan a sangre y fuego sus propios principios» (Política). En esto consiste la aplicación de la justicia.
Si venimos a nuestros días, se observa que la justicia es un batiburrillo descomunal del que, excepto los que gobiernan (los Poderosos de Trasímaco), desconfía hasta el perro del hortelano. «La Justicia acumula un retraso de más de dos millones de causas», lee uno con estupefacción, que es una palabra redonda. Y van los noticieros y confunden la justicia con los jueces, que es lo mismo que confundir el cielo con el horizonte. ¿Por qué los jueces aplican la justicia, en muchos casos, según puntos de vista diferentes, coladero incluído? Espero que no hayan erigido abanderado a Trasímaco, aquel defensor del carácter arbitrario de las leyes.

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