sábado, 26 de diciembre de 2009

NATURISMO AEROPORTUARIO
JUAN GARODRI
(18-11-2006)

Con lo del terrorismo, las alarmas se disparan. No se encienden, o se activan, que es lo que debería ocurrir, sino que se disparan, aludiendo con el símil metafórico a la velocidad estruendosa y defensiva con que las alarmas avisan del peligro. Correcto (que se dice ahora: acudes al mecánico, al fontanero, al carpintero, al de las persianas, para suplicarles, por favor, que te arreglen el desperfecto doméstico, y te responden con cierto aire de sapiencia: correcto). De manera que lo correcto es que la alarma avise del peligro. No veo yo tan correcto que la alarma se haya ‘disparado’ en los aeropuertos.
—¡Qué vergüenza, Dios mío! —me dice un viejo conocido recién llegado de uno de esos viajes que el Inserso organiza para los tercerasedades.
—¿Qué pasa —le dije—, que te hicieron empuñar el hacha para liberar tus obsesiones con lo de la destructoterapia?
—Ojalá hubiera sido eso —respondió—. Fue peor. En el aeropuerto. Nada, que nos obligaron a sacar cuanto llevábamos en los bolsillos, en la bolsa y en la maricona. Fue cruel. La hebilla de mi cinturón no hacía más que pitar y me obligaron a quitármelo. Los pantalones se vinieron abajo (me los compré anchos por la comodidad, ya sabes) y quedaron al aire unos calzoncillos decorados con pin up rojas, para la fantasía sexual, me había dicho la parienta.
—¡Qué fuerte! —le dije.
—El caso es que los calzoncillos seguían pitando —continuó—, y nada, los cabrones, que me hicieron que me los bajara.
—¿Cómo? —me sorprendí—, no es posible, eres muy peludo.
—Fue posible —dijo—, menos mal que a duras penas me cubrí las vergüenzas con las palmas de las manos.
—Pero, qué coño sonaba en los calzoncillos —le pregunté.
—Pues ya ves —me dijo extendiendo la boca—, nos dio por entrar en una sex shop y cargamos con unos preservativos musicales que yo escondía en el bolsillín interior de los calzoncillos. El chip de la musiquilla, eso hacía que se disparase la alarma.
Con lo del terrorismo, las alarmas se disparan. Día llegará en que las filas de pasajeros aeroportuarios avancen poco a poco, en pelota picada, hacia el puesto de control, con bolsas de plástico transparente y el pudor escondido en los pliegues de la turbación.

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