jueves, 24 de diciembre de 2009

LA COSA DE ESCRIBIR
JUAN GARODRI
(24-6-2006)

Es fácil la cosa de escribir. Resulta que todo el mundo escribe. Dicen los entendidos en el asunto de la lectura que leer se lee poco. Digo yo que es probable que se lea poco, pero escribir escribir, lo que se dice escribir, es que la gente escribe una barbaridad. Lo cual que es índice, registro y exponente, todo a la vez, de la asentada cultura por la que atraviesa la sociedad.
El problema (que no es tal problema, afirmo) reside en que hay que leer mucho para poder escribir. Si no se lee no se escribe. Pero da igual. En una sociedad como la nuestra, una sociedad tan informada, no es importante el hecho de leer. Aunque la sociedad no esté formada, está muy informada. Las cadenas de televisión y las emisoras de radio informan a diario, con la sobreabundancia de las moscas en el vertedero, acerca de los acontecimientos regionales, nacionales, internacionales. Son las fuentes principales (televisión y radio) de las que el gentío bebe la información. La sed del personal es insaciable, así que las citadas fuentes hidratan, oxigenan, refrescan e incluso nutren de atosigante información las neuronas cognitivas del gentío, realzadas por su capacidad opinante. Si alguien opina, es que está informado. No hay más que ver los ingeniosos y cultos mensajes de opinión, de exquisita ortografía, que aparecen en algunas cadenas, esas franjas horizontales que se deslizan interminablemente en la parte inferior de la pantalla: «t kiero susi eres la mejor», «la + wapa eres tu belen no agas kaso», «techaría un polviyo rayano pq estás mu wna bs», «me das asko tía ponte un kandao en los morros», y otras excelentes muestras, parecidas e incluso mejores, del informado caletre del gentío. De lo que se deduce que no es necesario leer para escribir. Para la cosa de escribir, no es tan importante la formación mientras se disponga de abundante información.
Esta afición escritora irrumpe repentina y casi violentamente con motivo de las fiestas locales. Los Ayuntamientos y las Peñas tiran la casa por la ventana de la cultura y, durante un mes, muchos (y muchas) piensan en la emulación de Cervantes, cosa que está tirada, o en la afinidad con Garcilaso, cosa que está chupada. En mi pueblo, sin ir más lejos (disculpen mi lapsus los partidarios del abolengo histórico, Coria no es un pueblo, es una ciudad, con título de Muy Noble y Muy Leal, con Fueros dados por Alfonso IX entre 1208 y 1210, y por el santo rey don Fernando en 1238), así que en mi pueblo, decía, salen a la luz diversas publicaciones con motivo de las fiestas de San Juan. El excelentísimo Ayuntamiento, la Peña de ‘El 27’, la Peña del Atlético, la de la Junta de Defensa, y otras. En ellas colabora lo más florido de las plumas locales (entiéndase correctamente la sinécdoque, por favor: no pretendo en absoluto asegurar que los colaboradores son pájaros con más plumas que las cubrecabelleras de los indios sioux, entre otras cosas porque yo mismo sería un pájaro de cuenta puesto que colaboro en la Peña del Atlético y en la de ‘El 27’. Aunque en ésta, mi colaboración haya aparecido anónima por la decapitación de mi firma, esos duendes de las imprentas y las editoriales, ya saben). En resumidas cuentas. Varias decenas de artículos, datos históricos, narraciones y poesías (en estos trances el término “poema” suena muy fino), exponen, critican, alaban, desprestigian la esencia tradicional de las Fiestas con generosa abundancia de anacolutos, frecuente descomposición de la coherencia semántica y patadas furibundas a la cohesión sintáctica. Todo para magnificar la tradición sanjuanera. Y algunos desconocen (aunque lo dudo, el personal está informado, ya se dijo) que la repetición de acontecimientos ocurrida durante un lustro o una década no constituye una tradición. Las tradiciones suelen ser centenarias.

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