miércoles, 26 de agosto de 2009

VIDAS DE SANTOS
(13-5-2001)
JUAN GARODRI




Increíble pero cierto. He visto en un catálogo de difusión nacional la oferta de libros de vidas de santos. Cualquier catálogo muestra su fondo variado y ofrece la dimensión satinada de sus páginas con prendas de verano, tan próximo según el calendario y tan alejado según la meteorología. Camisetas, bañadores y prendas íntimas, ese sueño de la lencería fina exquisitamente fotografiada en el cuerpo adolescente de las modelos. Los catálogos son la máxima expresión de las artes gráficas, una maravilla de la fotografía y del diseño. Porque cae dentro del campo de la imaginación estética la fotografía redimensionada de una puesta de sol en los Canchos de Ramiro o en las hondonadas que rodean Trevejo. Pero no me digas que no se necesita imaginación estética para reproducir, con la fidelidad visual de la realidad, un jamón o unas braguitas. Impresiona contemplar la fotografía de un jamón, su recuadrito lateral indicando el precio en pesetas y en euros, su aspecto reluciente y pulido, su añoranza de la encina y de la bellota, que parece que está uno contemplando el ir y venir del cerdo en la dehesa.
El catálogo magnifica el ocio y la tumbona, no hay más que ver esas mesas de plástico, («conjunto mueble resina, blanco o verde, 4 monobloc más mesa más 4 cojines rayas»), con sus cuatro sillas, tan apropiadas para despachar el gazpacho y el pisto de tomate. Zapatos nuevos cada día con autoaplicador líquido, con betún crema tubo o con esponja express. Compra a papá su colonia durante estos días y podrás participar en el sorteo de 1.464 patinetes. Pruebe el mousse de pato, sabor suave, ideal para aperitivos o como primer plato, con un abrefácil de regalo.
Así que no hay cosa más alentadora que el catálogo, esas páginas que te invitan a disfrutar de la naturaleza, con sus tiendas de campaña y sus camping gas, te incita a gozar del sol y a tomarlo en dosis incontables, sin miedo a las quemaduras gracias a las cremas bronceadoras de alta protección, bueno, es que el sol es lo de menos, lo importante es la crema que nutre y tonifica la piel, esa piel esplendorosa de la modelo de la fotografía que nadie sabe de dónde habrá salido con ese cuerpo de sílfide, porque luego en la piscina lo único que uno ve son pieles sebosas que recubren las adiposidades. El catálogo magnifica la calidad de vida y hace creer a quien utiliza el perfume de marca que poseerá el mismo señuelo sexual que el de la jovencita del anuncio.
Pues bien, parece increíble pero, ya digo, en un catálogo de difusión nacional se ofertan vidas de santos, «sencillas, breves y amenas biografías de hombres, grandes amigos de Dios, cuyas vidas ejemplares están llenas de mensajes de amor y grandes obras que, redactadas en estos libros con cariño, respeto y exactitud histórica, dejarán una huella de bondad y un emocionado recuerdo en los lectores de hoy». (Vidas de santos, de santas no aparecen). Ahí es nada, la santidad, ese concepto, entre ascético y místico, de la relación heroica de la persona con la divinidad.
Aparece reflejado en las portadas de las vidas de san Juan Bosco, san Isidro Labrador, san Agustín, san Francisco de Asís, san Pablo, san Ignacio de Loyola, san Benito, santo Domingo, san Juan Bautista de Lasalle, san José de Calasanz... Así que parece increíble merodear entre libros de vidas de santos, más que nada porque hay quien se empeña en desmitificar el hecho religioso considerando una turbulencia antiprogresista la entrega de la individualidad a una voluntad divina, considerada como divina.
Recuerda uno los rezos y otras emociones infantiles, aquel catálogo de la espiritualidad que te colocaban en la subconsciencia, que despertaba en ti el deseo incontrolado de imitar el modelo de santidad propuesto tal como el gentío de ahora pretende imitar el talento de Eric Clapton (Believe in life), el estilo de Gary Moore (Back to the blues), la vibración carnal de Paulina Rubio (Amor de mujer), la «normalidad» de Destiny’s Child (Survivor), o la inkonfundible suziedad de Manolo Kabezabolo (Tengo una muñeka vestida de punk, con sus kadenitas y su cresta punk), así que hay que imitar, el caso está en la imitación porque el ser humano, desde siempre, tiende a la veneración de los modelos dada su absoluta carencia esencial de propiedades. Así que uno tendía a la imitación de los modelos de santidad propuestos, con más pasividad que eficiencia, porque acababan aburriéndote aquellos genios de la piedad que, ya desde pequeñitos, se consagraban a Dios como niños prodigio de la devoción mariana y del comportamiento angelical. Resultaba increíble (y caguetosamente enfermizo) que san Luis Gonzaga, por ejemplo, no mirase a su madre porque jamás miraba a ninguna mujer. A mí me resultaba más diabólico que angélico, y hasta la azucena de la estampa me parecía el símbolo de algo oscuramente turbio, porque si yo no hubiera mirado la cariñosa hermosura del rostro de mi madre creo que me hubiera muerto. Había otros santos, sin embargo, que encendían la imaginación de la aventura y el riesgo, la acción y los viajes, san Francisco Javier, aquel aventurero que llegó hasta el Japón tal como hoy llegan a las lejanas galaxias los héroes de los cómics, Power rescate y cosas así.
En fin. Vidas de santos. No todo va a ser fútbol, internet y la pedorrea de Gran Hermano.

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