domingo, 16 de agosto de 2009

EL TÍO DEL SEBO
(5-2-2000)
JUAN GARODRI




No sé, amigo, cómo te asustarían a ti cuando eras niño. Ni siquiera sé si te asustaban. Aunque creo que sí, a todos los niños los asustan de alguna manera, más o menos traumática, por mucho que digan los psicólogos. A mí, desde luego, me asustaban de niño con la invocación de «el Tío del sebo», un extraño personaje que debía de ser malvado y perverso porque se llevaba a los niños para arrancarles el corazón y comérselo (yo confundía el corazón con el sebo). Y es que los niños de la posguerra nos asustábamos mucho. Casi de cualquier cosa. Levitábamos en perpetuo estado de susto, acuciados por el desamparo y las represalias, más psicológicas que físicas, aunque también físicas, no creas.. Entrábamos en la escuela, aquellas escuelas destartaladas, de paredes blanqueadas con la barriga de la cal, de tristes cristaleras deslucidas, de baldosas agujereadas y frías, de techos desportillados por la humedad, escuelas presididas por un Franco joven y vigoroso, por un José Antonio engominado y lejano, entrábamos en la escuela, ya digo, llevando la pizarra con su pizarrín (eran todo nuestro apero escolar) y, atado a la pizarra, colgaba el trapito que te había preparado tu madre para que limpiases con saliva el error de la cuenta de multiplicar. El primer susto consistía en ‘formar’. De manera que había que ponerse en fila rigurosa frente a los cuadros y entonar el caralsol con las manitas levantadas, apuntando hacia ellos. Eran tiros musicales y desafinados dirigidos contra aquellos personajes que nos parecían santos. Porque, al final de la clase, formábamos también delante de un cuadro de la Virgen y entonábamos la Salve. No veíamos la diferencia entre unos cuadros y otros. Nos asustaban de otras muchas maneras. Poniendo la mano, por ejemplo, para recibir el vardascazo por haber derramado la tinta, y así.
Sin embargo, a ver quién está suficientemente adiestrado ahora como para asustar a los niños. Les invocas al «Tío del sebo» y son capaces de explicarte la síntesis biótica de esa grasa derretida que sirve para hacer velas, jabón y hasta chicharrones. Y, a menos que te descuides, te cuentan, si se tercia, los horrores, decapitaciones, reventamientos, sanguinolencias, mutilaciones y otros horrores más o menos satánicos que aparecen en Sleepy Hollow, por ejemplo, esa exaltación de la truculencia pavorosa y mutante que ha puesto en pantalla Tim Burton. Y encima te lo cuentan sin demostrar ni pizca de susto, te lo largan con esa pureza zoológica de los animales o los pájaros. Vamos, que por mucho que te empeñes, se puede asegurar, sin temor a equivocación absoluta, que los «asusta niños» han pasado a mejor vida.
Ya se sabe que el miedo es una cuestión mental. Es el punto de partida para la defensa interior contra agresiones que cada cual imagina más o menos amenazadoras. Hay quien siente miedo de la oscuridad, esa sábana negra que envuelve la intimidad de los propios fantasmas. Hay quien siente miedo al espacio vacío y abruma las paredes con cuadros, y atiborra los rincones familiares de cachivaches y adminículos en busca de una protección más totémica que decorativa. Hay quien siente horror a las relaciones personales y se refugia en el regazo fúnebre de la misantropía (aunque suene antiguo). Hay, en fin, quien siente un tedio pavoroso de sus propios y domésticos furores y se lanza de cabeza a la bienaventuranza de los megasuperhipermercados con la pretensión de salvarse a través de la pulsión consumópata.
Los niños, sin embargo, están casi salvados del miedo. Se divierten con cederrones y videojuegos cruentos y horrorosos (de horror) que dejan en mantillas la truculencia patosa de Frankestein. Y no digamos de su afición por la lectura (los que leen, que son pocos). Libros de pesadillas, cuentos de terror, relatos de misterio, narraciones de espectros y fantasmas. Un mercado con crecimiento espectacular que hace que se forren algunas editoriales y que trae de cabeza a críticos literarios, profesores y bibliotecarios. Como para decirle a los que leen (que son pocos) que se agarren a La vida es sueño para adentrarse en la literatura. El Tío del sebo, eso es para ellos Calderón de la Barca.

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