domingo, 16 de agosto de 2009


LAS PREGUNTAS
(2-1-2000)
JUAN GARODRI




Ay, amigo, no te me pongas de uñas porque empiece casi siempre mis artículos con un párrafo, o dos, pretenciosamente cultos. Qué quieres que te diga. Quien tuvo, retuvo (refrán). Así que hoy no va a ser menos. Ahí va.
Uno de los grandes valores de la novela cervantina, Don Quijote de la Mancha, —qué voy a decir a estas alturas del siglo, pobre de mí, tan cercana ya la hipercacareada gilipollez del segundo milenio y todo eso, qué voy a decir que no se sepa— estriba en la creación de los dos personajes principales, don Quijote y Sancho. Y es de señalar que Cervantes resalta la zafiedad aldeana de Sancho para dotar de verosimilitud la acción narrativa (tesis erasmista, lo de la verosimilitud, que pretendía anular el aspecto fantástico e inverosímil de los libros de caballerías). De esta forma, la mentalidad aldeana de Sancho sirve de contraste material e interesado a la imaginación quijotesca.
La agudeza rústica, algo tontorrona, de la sabiduría popular de Sancho encuentra salida en los refranes, argucia de Cervantes para entretejer los múltiples hilos de la ingeniería narrativa, que se dice ahora. Y los refranes no son otra cosa, en general, que la respuesta concreta a las preguntas de la vida.
Así que voy a salir por peteneras, amigo, o por los cerros de Úbeda, como quieras, y como me encuentro apesadumbrado, malherido y enfermo de preguntas voy a lanzar al viento el paracetamol de un refrán, a ver si mejoro de mi jaqueca interpelante y preguntona.
Este es el refrán: El que pregunta no yerra. Es un refrán, ya digo. Y me acojo a él con la esperanza, infantilmente candorosa, de encontrar esa respuesta que cauterice los abundantes aporismas de mis preguntas. (Me parece que resulta más operativo preguntar que responder, al menos el efecto de la pregunta es su pertinente respuesta, mientras que el efecto de la respuesta puede que sea anulado por la actitud renuente del preguntón. Así parece declarar Chillida cuando dice que «lo que se puede enseñar no vale gran cosa, lo que vale es lo que tú tienes que aprender. Si uno no tiene preguntas, mal asunto». Bien. El que pregunta no yerra, te decía, así que a preguntar tocan.
Pregunta primera. Me pregunto a quién pretenden engañar los mandamases internacionales cuando ‘permiten’ que el tal Yeltsin masacre sin contemplaciones a los habitantes de Chechenia, ese juego espeluznante de la guerra y la muerte. Sobre todo, si se tiene en cuenta que no permitieron el mismo juego hace unos meses a Milosevic, el genocida de los kosovares. Y como el que pregunta no yerra, yo me pregunto qué se entiende por genocida. No vaya a ser que la eliminación sistemática de un grupo social por razones políticas, o raciales, pueda aplicarse a unos sí y a otros no. ¿O es que, tal vez, Yeltsin es propietario de un poderoso y terrorífico arsenal de armas nucleares, mientras que el pobre de Milosevic carecía de él? ¿O es que, quizá, Yeltsin no permite el enriquecimiento de fabricantes y traficantes de armas porque él mismo se las fabrica, mientras que la guerra de los Balcanes permitió que se forraran hasta los ojos los fabricantes de armas occidentales? Bueno, y lo de la televisión es de carcajada tétrica. ¿Por qué mareaban la sangrienta perdiz de la noticia un telediario tras otro, un día tras otro, una semana tras otra, retransmitiendo a todo color bombardeos, masacres, deportaciones y víctimas de un Milosevic esquizofrénico, y apenas retransmiten lo mismo, efectuado ahora por un Yeltsin etílico? ¿Por qué se contenta el satisfecho ego de los editores televisivos con retransmitir el sonsonete de las elecciones rusas y el ascenso de un tal Putin —ese diminutivo entre irónico y mordaz— como si la noticia fuera de interés público? ¿Acaso lo es? No sé, amigo. Pero estos desajustes de la noticia me producen la misma impresión que el sambenito de dictador y genocida atribuido a Pinochet —sin duda que lo es— y el hábito de anacoreta, víctima de EE.UU, atribuido a Castro —¿acaso no lo es?—.
En fin. Más corre un galgo que un mastín (refrán). Aunque al fin y al cabo, más corre el mastín que el galgo (otro refrán). Me pregunto, para terminar, si no pretenderán también engañarnos con lo de la felicidad navideña, cruzo los dedos y toco madera, esa felicidad socialmente correcta, impuesta por decreto publicitario, felicidad más sosona y simple que la pasiva sonrisa, algo postorgásmica, o así, de Valeria Mazza. ¿Por qué, en este sentido navideño, habré visto algunas pintadas callejeras que te desean “feliz falsedad”? Ojalá pudiera responderme.

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