sábado, 15 de agosto de 2009

¿PROGRESO O PROGRETURA?
(18-9-1999)
JUAN GARODRI



Las clasificaciones siempre suponen un riesgo definitorio. Porque suele surgir el chasco. Y así, cuando cualquier clasificador se sienta junto a la arrogancia de sus taxonomías, va y salta la excepción que es el chasco definitoriamente leporino de las clasificaciones, porque “donde menos se liebra salta la piense”.
De manera que, amigo, vamos a ponernos a clasificar el progreso. Nada menos. Hay que tener jeta para atreverse con el progreso. ¿Progreso, progresía o progretura? Difícil lo tienes, dada la insufrible mezcolanza de comportamientos con que el personal tiende a confundir lo soso con lo crudo. El “progreso” suele preocuparse por el avance (progredere) justo de la Humanidad. Le corresponde la actitud del progresista, que es el aristócrata de la progresión, como si dijéramos. La “progresía” suele preocuparse por la solución de acontecimientos episódicos, el avance más o menos justo de su tribu. Le corresponde la actitud del progre, que es el yupi o el hacker o el enterado o el sabihondo o el sedicente progresista, curándose en salud de la gripe fachoide y conservadora. La “progretura” no suele preocuparse por el avance justo ni injusto, sino todo lo contrario. Le corresponde la actitud del progreta, que se ha uncido al carro del progreso sin saber bien por qué y es conducido por aurigas avispados que le permiten pastar en praderas consumistas y triscar libremente en los barrancos del lobo. (Siempre hay excepciones, naturalmente).
El progreso consiste en el avance de la ciencia y la técnica, dicen, y es evidente que ambas han alcanzado niveles insospechados, pero de poco valen si no se utilizan para transformar las condiciones de vida. ¿Qué progreso supone la sofisticación de armamento bélico o la sacrosanta triple WWW cibernética o la comprobación de las radiaciones de Marte, o la inteligencia de los ratones, por poner unos ejemplos, cuando millones de seres humanos mueren de hambre o son oprimidos y humillados? (Amigo, no me acuses de sonsonete demagógico: el progreso no es para unos sí y para otros no).
¿Qué progreso es éste en cuyo nombre se enriquecen los fabricantes de armas, se incrusta la tontuna en el cerebro del gentío para que ceda a la pulsión consumópata y se adormece al personal con cutrerías insoportablemente televisivas? ¿Qué progreso es éste en el que cualquier chichirimundi se hace político, generalmente para espantar sus obsesiones y conseguir sus pretensiones, como si la política fuese un medro (material o psicológico) en lugar de un servicio real a la comunidad?
Es un concepto del progreso basado en acontecimientos episódicos, decía al principio. Sin embargo, el progreso, como tal, se asienta en dos elementos inseparables: la conjunción absoluta del avance científico-tecnológico y la cultura. Si se separan, ya no hay progreso. Si se separan, aparece una entelequia que va de culo, arrastrando el trasero por la “refalaera” de la vida, como los niños o los tontos. Aparece entonces la “Progretura”, una especie de refrito entre progreso y cultura, más grotesco que maloliente. La progretura produce ejemplares típicos y pintorescos. El representante genuino de la “progretura” es el “progreta”, esa especie de cachas de la ignominia que piensa que es más progresista que nadie porque folla a destajo, según dice (presume de ello, perro ladrador poco mordedor, el progreta presume de progresía), porque vocifera cuatro paridas, según se oye, porque aplaude los chirridos estruendosos de disjuntos musicales como 'Kabrón Kelolea' o 'Meka Güentó', y porque afirma, según parece, que la estética de lo cutre y la permisividad indiscriminada constituyen el signo lúcido del progreso. El progreta, además, reproduce en su estilo de vida los gestos y ademanes extendidos por la idiocia andante, esa mezcla rutilante de violencia televisiva, corazón de verano y litronas. Y dónde dejas al progreta político, esa especie de cachas de la estulticia que se dedica a la caza del voto en un ejercicio depredador y cínico de cinegética democrática, para olvidar la voluntad popular al día siguiente de las elecciones, concentrado en el ejercicio gratificante del acoso y derribo del contrario, como si la acción de gobierno consistiese en unas tientas de novillos vitorinos en Monteviejo. Progretura, ya digo.
La actitud del progreta entraña un peligro subliminal y constante: el de encontrarse indefenso ante la continua agresión con que lo bombardea la publicidad (millonariamente técnica y científica) y la información mediática, halagándolo y haciéndole creer que la tiene lisa porque de vez en cuando se la embadurna de modernidad y de progreso. Y el tipo va y se lo cree. No dispone de los referentes necesarios para montar su propia defensa. Es la riada de la progretura. Los cráneos privilegiados que dirigen los destinos de los hombres, rellenan al personal de tecnología y de ciencia para aturdirlo y deslumbrarlo. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos. Tal vez ahí es donde subyace la perversidad del sistema porque se me ocurre pensar que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más fácilmente gobernable, por muy buen técnico que sea. Además de proporcionar una futura mano de obra cualificada y tal vez barata. Así que la progretura lucha con ahínco para atontar al personal. Se vale del poderío mediático y de la extensión del horterismo. Hay que esterilizar las ideas. Hay que tirar a repañinas preservativos ideológicos para que el gentío no piense. Un hombre solamente es peligroso cuando desarrolla reflexivamente su capacidad de pensar.
En fin, el progreta se considera progresista por el simple hecho de vivir a las puertas del segundo milenio, inmerso en el oleaje de un indisimulado consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro sabihondo del monorraíl mental.
Así lo creyó hace más de doscientos años el Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame tenían menos valor que un puente o una carretera.
La historia no le ha hecho ni puñetero caso.

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