jueves, 27 de agosto de 2009

CAERSE DEL NIDO
(10-6-2001)
JUAN GARODRI


Como un pardillo, así se siente uno a veces. Como un pardillo que se cae del nido. No tienes más que abrir la prensa diaria. La aglomeración de noticias sorprendentes es tan profusa que te acogota un humillante complejo de pardillo, ya digo, el gurriato recién caído del árbol que no sabe a dónde dirigir su débil vuelo. De manera que el personal piensa que los políticos van a salvar la patria, y luego ni la salvan ni nada. Uno, como un pardillo, se acerca a lo del voto para ver si ayuda a conseguir la salvación social. Se entiende que con mi voto, unido al voto de los demás electores, determinados políticos van a triunfar, van a resultar electos y, en consecuencia, van a poner en práctica las promesas electorales. Normalmente no lo hacen así. Razón: las grandes entidades (de lo que sea), esas que financian (des)interesadamente los gastos mastodónticos de las campañas, quieren cobrar en especie, así que los gobernantes no tienen más remedio que acomodar las leyes a los intereses de sus financiadores, acomodación a la que se llega después de interminables puestas en escena en las que el diálogo social, el consenso, los acuerdos marco, el debate político, el progreso y la democracia constituyen los ingredientes del pisto negociador. Y uno, como un pardillo, sin caer en la cuenta de la simulación y el regateo en que se convierte la canela en rama de las negociaciones, ese pago en especie del cinismo democrático. No tienes más que observar la cara de cemento de Bush, hundido hasta las cejas en la ‘retroacción’ para favorecer a quienes le plancharon los puños de la camisa (y se la regalaron) durante las elecciones USA. No tienes más que observar los tardíos arrepentimientos de Lionel Jospin para frotarse el pellejo político y limpiarlo de la mierda torturadora. No tienes más que observar la desfachatez de Carlos Menem detenido tras prestar declaración por contrabando de armas. ¿Cuántos pardillos los votaron? Se cayeron del árbol de las elecciones, en ellas habían puesto el nido de su ingenuidad, esperando quizá la solución de su desesperanza. No tienes más que observar la vergonzante ‘vía media’ de Tony Blair (aunque haya ganado las elecciones) «con un país en declive, con trenes que avergonzarían al Tercer Mundo, ganado ardiendo en miles de piras, y escuelas y hospitales viniéndose abajo: una nación al borde del colapso», lee uno por ahí. Así que los pardillos empiezan a dejar de ser pardillos, empiezan a no caerse del nido y «algunas encuestas prevén que cuatro de cada cinco jóvenes menores de 25 años no votarán» en el Reino Unido. No tienes más que observar el rostro enjuto de Josep Piqué, a quien un fiscal del Tribunal Supremo pide que declare como imputado en los líos de Ertoil y en la suspensión de pagos de Ercros...
La caída del nido no sólo se produce en el acaimanado terreno de la política. La gasolina y la televisión también reconducen sus espantos. Ahí tienes, sin ir más lejos, los doscientos millones del ala que le han cascado a Cepsa por imponer el precio fijo en las estaciones de servicio de su ámbito: y uno con el revoleteo ingenuo del pardillo que se cae del nido, pensando que el alto precio de los carburantes es debido a la voracidad antropofágica de los de la OPEP. Pues ¡y con la televisión! (La TV pública, naturalmente). Con la televisión la caída del nido es clamorosa. Uno siempre se ha preguntado cómo es posible que sobrevivan las televisiones privadas nutriéndose exclusivamente de una sola ubre: la de la publicidad. Y uno se lo preguntaba porque la televisión pública necesita la nutrición de dos ubérrimas ubres: la publicidad y la suculenta partida de los Presupuestos Generales del Estado. Y aún con esa nutrición la televisión pública arrastra un déficit de miles de millones. Y es más, aún se siente poco nutrida porque, según dicen, pretende aumentar el número de sus ubres nutricias rebajando sus tarifas de publicidad un 10 %, en franca y descarada y desleal competencia con las televisiones privadas. (Pregunta del pardillo que se cae del nido: ¿Cómo es posible que las televisiones privadas, con una sola ubre, emitan las mismas horas, ganen dinero y ‘echen’ programas parecidos a los de la pública que chupa de cuatro ubérrimas ubres y encima pierde dinero?).
Ahora, eso sí. La fulminante caída del nido y el apabullante complejo de pardillo le entra a uno después de leer el reportaje de Edith Oriol en EL SEMANAL (n1 710): «Escribir, opinar... tal vez forrarse». Uno creía en la pureza de la narrativa sin mezclarla con la basura editorial, uno había santificado el ingenio de los escritores influido, tal vez, por los manuales de literatura, uno había magnificado la genialidad creadora sin ensuciarla con los billetes de diez mil pesetas. Y va y resulta que los tipos/as que publican en las ‘grandes’ editoriales van que se cagan detrás de la pela. Premios amañados con dotaciones millonarias, bolos a veinte mil duritos, tertulias radiofónicas y televisivas, artículos a todo meter en revistas y periódicos, charlas y ‘mesas’ en Universidades de verano de doscientas mil al millón, promociones editoriales en ferias y rimbombancias... Así que es imposible que den abasto. Así que no tienen más remedio que utilizar al ‘negro’ para que les eche una mano, o las dos. Porque hay quien publica sin dar un palo al agua. Ahí está el caso de Lucía Etxebarría, ganadora del último premio Primavera de la editorial Espasa. Dice Edith Oriol: «Se ha comentado que un miembro del jurado dimitió al saber que la ganadora tenía que ser [la novela] De todo lo visible y lo invisible, de Lucía Etxebarría, de la que se presentaron apenas 30 folios». ¡Toma del frasco, Carrasco! ¿Quién coños ha escrito entonces la novela?
Y mientras tanto uno, como un pardillo que se cae del nido de la ingenuidad, pensando en enviar a concursos literarios las cuatro cosas que escribe. Pardillo.

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