domingo, 16 de agosto de 2009

LA CULTURA DEL CUL(T)O
(1-3-2001)
JUAN GARODRI


No intento emular a Javier Marías, no pretendo igualar sus acciones literarias, mucho menos excederlas, ni seguir sus pasos convirtiéndome en un epígono de su tendencia a criticar el desastre en el que la ciudadanía anda metida, acogotada por los mandamases.
En El Semanal (18-02-01) que adquiero con el HOY, Marías reproduce el inútil pataleo ciudadano, dentro de un artículo protestonamente literario, que encabeza con el título de Al rico desastre, adoptando la actitud vocinglera del vendedor de pipas que, en lugar de desastres, vende bocadillos y cocacolas en el graderío del fútbol. «Un país en el que nada funciona en lo cotidiano, ni lo público, ni lo privatizado ni lo privado, y al ciudadano se le ponen sólo obstáculos e impuestos, es un desastre», dice. Menos mal que un escritor de renombre nacional e incluso internacional, mal que pese a muchos, se preocupa de airear los desastres diarios del ciudadano humilde, pagador y desprotegido, con el culo a las goteras.
Yo también he denunciado desde estas mismas páginas la desprotección doméstico-ciudadana, en el ámbito de la administración local, quizá regional, y nadie me hace caso, pluma desconocida la mía, tal vez dentro de 100 años alguien me incluya en alguna antología de la mediocridad, «enjambre multitudinario de escritorzuelos y poetambres», tal como hace ahora Juan Manuel de Prada en Desgarrados y Excéntricos ...
Así que existe «el rico desastre», quién lo duda. Sin embargo, a mí me parece que para solucionar esta especie de guiñol nacional, ciudadana y domésticamente desastroso, los cráneos privilegiados que manejan las altas instancias, o estancias, no sé, programan y potencian la cultura del cul(t)o. La redundancia tal vez sea diversificadora y despiste al lector. Me explico.
a) En primer lugar, se toma aquí el concepto de cultura en su acepción popular, es decir, como el conjunto de manifestaciones en que se expresa habitualmente la vida del pueblo, o algo así.
b) Mi educación literaria no me permite el uso de la caspa verbal y del pedorreo expresivo, al estilo del vocabulario de los personajes (¿personajes?) del Gran Hermano, Crónicas Marcianas y otras culturas del cul(t)o, promocionadas sin parar por la idiocia televisiva. Así que me permito la licencia de introducir una t parentética (t) al final de la frase, lo cual que disimula la deshonesta impresión que así, a secas, produce la palabra. Sugiero que, en consecuencia, cada cual omita o no la t, según la herida de su sensibilidad personal.
Mi tema (ahora lo llaman argumento) es el siguiente: La promoción, desarrollo e implantación de la cultura del cul(t)o es utilizada, quizá perversamente, para distraer al personal, ya digo, para que el gentío no advierta lo de «al rico desastre» y, en consecuencia, no proteste, o proteste menos, o se aguante. Menudo filón con lo de la prensa rosa, ese corazón de invierno con reportajes sobre la vida de los famosos (¿quién, cómo, cuándo, por qué los han hecho famosos?), sus vidas, sus ratos de ocio, sus sentimientos y sus gustos, sus encamaciones y calentamientos, sus separaciones y enfriamientos, espléndida manifestación diaria de la cultura del cul(t)o. Y si la idea de culto supone una adoración, o veneración al menos, de alguien a quien se considera superior, si supone un conjunto de ritos y ceremonias con que se tributa homenaje a alguien, dime, amigo, si no ocurre así con la cultura del cul(t)o. La boca abierta se le queda al gentío, veneremur cernui, cuando contempla absorto las idas y venidas de culimajos y culifinas, ese 'sabor a ti' que destilan los magazines de la tarde y degustan los adictos al trapicheo sentimental, esa droga visual que transforma la frustración diaria en imaginarias identificaciones íntimas, que eleva los anhelos cotidianos a un cielo inalcanzable, que coloca a la altura del mando a distancia la posesión de un cuerpo, de un vestido, de un perfume, de un coche, de un estilo de vida tanto más alejado de quien contempla anhelante la pantalla, cuanto más implicado se encuentra éste en la ordinariez rutinaria de la propia vida.
Es el trajín de la cultura del cul(t)o.
Qué decir de esos programas de entretenimiento, atiborrados del hedor de la medianoche, programas en que la congestión de la imagen y la palabra produce un desvanecimiento de la realidad provocado por tipos estrafalarios, embutidos en el tarugueo mental de su propio personaje, que se empeñan denodadamente en demostrar que todo cuanto acontece es una aberración de la que ellos, naturalmente, están libres, o están por encima de los demás, porque visten o se peinan antisocialmente, porque andan en pelotas, porque follan, porque se masturban en grupo o porque se lo hacen con el perro si se tercia. Decidme si no es la cultura del culo, ahora sin (t) parentética.
Y aunque el personal es libre de hacer, de observar, incluso de pensar lo que le apetezca, observo, a mi modo de ver, que toda la cultura del cul(t)o no deja ser un producto manipulado por aquellos a quienes interesa que el gentío no se preocupe, u olvide, lo de «al rico desastre».
Fin de lo elegíaco.

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