sábado, 15 de agosto de 2009

ESOS TRIÁNGULOS
(21-11-1999)
JUAN GARODRI



Pues nada, que nos han impuesto los triángulos, esa helada belleza de la geometría, esa trinidad rojiza y preventiva que, según algunos, ha de salvarnos el día menos pensado de que un camión mastodóntico nos “espiparre” en medio de la calzada, como a ortópteros automovilística­mente desorientados. (Oye, amigo, si yo voy y te pregunto si has escuchado alguna vez la palabra “espiparrar”, tú vas y me dices que sí, que la has oído incluso con el adorno predorsal que confiere al prefijo ‘des’ un sentido fundamentalmente destructivo: “despiparrar”. Y aunque el término es desconocido por las sesudas eminencias de la RAE, entre nosotros tiene un conocido significado de abundancia resquebrajada y dispersa, violentamente chorreante. Y así, se dice que uno le espiparró un tomate a otro en medio de la cara. En este sentido, no hay más remedio que aludir a las “stock options”, ese pelotazo descomunal y clamoroso que, a punto ya de caramelo, se ha despiparrado estos días como una calabaza de 45.000 kilos, dejando todo perdido de pipas, hollejos y fibras acuosas y bursátiles, de modo que han quedado hechos un asco todos los que la abrazaban). Volviendo a los triángulos. Y es que los triángulos, como cualquier trinidad que se precie, son portadores de un contenido esotérico, teológico, simbólico y oculto.
De manera que si un buen día, para no sucumbir a las rutinas, tú vas y empiezas a atribuir símbolos a un paralelepípedo, por ejemplo, puede que llegues a advertir que no todas las figuras geométricas son susceptibles de simbología o, al menos, que no todas disponen de idéntica capacidad de transformación simbólica. Porque ponte tú a buscarle símbolos a una figura ortorrómbica, por poner otro ejemplo, o al paralelepípedo aludido. Bueno, es que a un paralelepípedo le pega un símbolo algo así como a Ana Belén la pistola de inspectora de policía, y es que a cada uno lo suyo, a Imanol Arias le va lo de inspector, a Ana Belén, en cambio, le va el pirofilacio de su pasión turca, y a un paralelepípedo, finalmente, le va la equidistancia de sus planos. Ahora, eso sí, a un triángulo le van los símbolos. A un triángulo hay que simbolizarlo. A un triángulo hay que extraerlo de la cerebral e indiferente claridad de la geometría y elevarlo hasta el cielo de los símbolos, que es el estado noble y esotérico de los triángulos.
Y así, muchas culturas adoptaron el triángulo como símbolo de la divinidad. (Todavía recuerdo, de chico, aquella imagen sobrecogedora de un Dios barbudo y tonante que, en el libro de Historia Sagrada, llevaba sobre la nívea cabellera un triángulo atravesado por un ojo penetrador e insomne). La cultura maya adoraba el sol y el triángulo era el símbolo representativo de sus rayos. La cultura india emplea el Trimurti para designar la tríada compuesta por Brahma, Vishnú y Siva. La cultura cristiana utiliza la Trinidad para designar los diversos aspectos de una sola esencia divina. Y no creas, según se coloque el triángulo puede simbolizar realidades diferentes. Si reposa sobre su base, el significado es femenino. Si lo hace sobre un ángulo, el significado es masculino, fíjate qué cosas.
Lo que no consigo averiguar es de dónde procede esa iconografía salvadora que la DGT pretende atribuir a los triángulos. Nadie sabe a ciencia cierta por qué un triángulo avisa del peligro. ¿Por qué un triángulo avisa del peligro? Probablemente, el extraño flujo acutángulo que emana de sus lados, digo yo, hipnotiza al automovilista desavisado y lo centra en su tarea conductora. O quizá la poderosa magia de su poder oxigonio desvía el maleficio del tortazo y guía el vehículo por un aliviadero inmune y asfáltico. O tal vez, quién sabe, la isoscélica influencia de su perímetro exorciza el impulso excesivamente maligno de la velocidad e impide que el alocado conductor arremeta contra el estacionado en la calzada.
Hay algo, sin embargo, que huele a cuerno quemado en esto de los triángulos. Un aspecto si quieres insignificante, pero no por ello de menor importancia: su obligatoriedad, ese aspecto paternal y salvador del triángulo que convierte a la DGT en una abstracción protectoramente benéfica y, por contra, convierte al conductor que no lo lleva consigo en una especie de afiliado a la delincuencia, puesto que lo multan. Ya se sabe que toda obligatoriedad supone una coacción. Y el gentío se lleva las manos a la cabeza, sorprendido y escamado, cuando averigua que no vale cualquier triángulo para librar del atropellamiento a quien estaciona en la calzada, no. Solamente el triángulo homologado, y no otro, goza de poder salvador y milagroso. Y el gentío se lleva las manos al bolsillo cuando tiene que apoquinar cuatro o cinco mil pelas por el juego de triángulos y su homologación.
Epílogo y coloquio. Si, según se oye, el parque automovilístico nacional es de doce millones de vehículos, si cada vehículo que circula por la geografía nacional tiene que llevar obligatoria­mente un juego de triángulos rojizamente homologados, si cada juego de triángulos cuesta cuatro mil pelas (o por ahí), ¿quiere alguien decirme quién se espiparra los cuarenta y ocho mil millones que nos cuesta el aviso? Y es que en todas partes cuecen stock options. Más o menos simbolizadas.

No hay comentarios: