domingo, 16 de agosto de 2009

LA DIFÍCIL PRETENSIÓN DEL EQUILIBRIO
(2-4-2000)
JUAN GARODRI



Por fin, amigo, por fin. Menos mal que le han dado el Oscar a Almodóvar. Más de tres meses nos llevan dando la tabarra con el Oscar a Almodóvar. Y qué te voy a decir de la última quincena. Y durante la última semana, ni te cuento. El prestigio nacional. Nada menos que el prestigio peliculeramente patrio estaba en juego. Y otros muchos prestigios, me parece. El prestigio de alguna prensa, vocingleramente promotora de famas y ocurrencias resaltadas por titulares, entradas y entradillas. El prestigio de algunas cadenas, expendedoras de imágenes y provocaciones bien asentadas en la rutilancia de las pantallas. El prestigio de algunos programas de radio, decididamente proclives a la magnificación y a la hipérbole. El prestigio de algunos corresponsales, alocadamente inmersos en cronicones y reportajes más hinchados que las burbujas de chicle. El prestigio, en fin, de alguna publicidad, interesada vendedora del glamour esplendoroso de la cetrería posmoderna (y de la cutrez). Por fin le han dado el Osssscar, así, con cuatro eses, a la Mejor Película Extranjera dirigida por el “Manchego Universal”. (Yo pensaba que lo de ‘manchego universal’ era atribuible sólo a Don Quijote. A ver ahora cómo nos las arreglamos con dos manchegos universales. Aventuro una nueva y presunta controversia entre las armas y las letras, digo entre las pantallas y las letras).
Así que le han concedido el Oscar a Almodóvar. El Oscar a la mejor película extranjera. All about my mother. Las colinas de Beverly Hills se han llenado de españoles, más o menos famosos, para ‘arropar’ al cineasta. No quiero ni pensar que hayan ido a chupar cámara a la sombra del genio. Ni que hayan ido, entre otras cosas, al unte de popularidad que proporcionan los focos de la prensa y de las cámaras. Todos, actores, políticos, peleteros y arrimados, todos envueltos en la paranoia de la víspera. Todos ensalzaban la película con esa rotundidad reverencial con que el gentío ensalzaba en otros tiempos a los héroes o a los santos. Todos aseguraban que habían visto varias veces la película. (Todos menos Chabeli Iglesias, la pobre).
Un genio, Almodóvar. Una extraordinaria inteligencia al servicio del arte, por más surrealista y esperpéntico que pueda mostrarse a veces el arte. Un arte pensado deliberadamente para provocar abandonando la impuesta decencia de las reglas y de las convenciones. En la anormalidad está el arte. Está en la descripción de personajes que adoptan esa misma anormalidad con pureza casi zoológica. Un arte, el de Almodóvar, que no se corresponde en absoluto con su cara, gordinflona y patilluda. Para que luego digan que la cara es el espejo del alma. Y una mierda, colega. Si te fijas en la cara de Almodóvar, nadie diría que refleja más allá de dos dedos de inteligencia porque, efectivamente, no está limitada por encima de más allá de dos dedos de frente. Y, sin embargo, fíjate. Esa cara de apariencia vulgar y campesina encierra una capacidad artística, al decir de muchos, superior a la del mismísimo Buñuel. Esa cara de apariencia agreste, algo así como desertora del arado, encierra una inteligencia inagotable, como esos fertilizantes que aumentan el crecimiento sorprendente de las plantas. Esa cara de apariencia de vendedor de chatarra (con todos mis respetos para el gremio de los chatarreros) encierra un poderoso atractivo que arrastra a las chicas Almodóvar hasta el borde de un ataque de nervios. Esa cara, finalmente, de apariencia iletrada y burda, encierra una cultura filial y venerable hasta el punto de que Todo sobre mi madre ha obligado a los mandamases de la Academia de Hollywood a extender ante él la roja alfombra del Shrine Auditorium. Por eso, amigo, repito que no siempre se corresponde la calidad interior de la persona con lo que la cara aparenta.
¿Te imaginas el follón que se hubiera armado si no le dan el Oscar a Almodóvar? La amargura, el batacazo de periodistas, prensa, televisión y radio, el desprestigio nacional, en suma, nos hubiera hundido en esa miseria cenagosa que brota de la conjura y del pucherazo. Pero Almodóvar no traicionó sus esencias. Y nos dedicó el triunfo, conseguido gracias a las velas que sus hermanas encendieron a los santos. Y a pesar de los tirones de Banderas, aún le dio tiempo a gritar, enardecido, que lo dedicaba a todo el spanish people. ¿Qué hubiera sido de nosotros, desconocidos habitantes de un país perdido en el culo de Europa, si no le dan el Oscar a Almodóvar? ¿Quién nos hubiera salvado de la vuelta a la caverna? No me atrevo ni siquiera a pensarlo.

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