lunes, 24 de agosto de 2009

EL CANON DE LA CORRECCIÓN
(22-4-2001)
JUAN GARODRI


Me gustaría saber de dónde procede el canon de la corrección, quién lo ha lanzado a la calle para que ruede sin descanso como si fuese la moneda de oro que a todos gusta. De pronto, bueno, de pronto no, poco a poco, así es como aparece, poco a poco, paso a paso, despacio aparece y cuando te das cuenta ya ha adquirido entidad. Y sin saber bien cómo ni por qué todo el mundo lo acepta. El canon de la corrección. Si canon quiere decir regla, según los etimologistas, el canon de la corrección viene a ser algo así como la regla a la que todo quisque tiene que atenerse si quiere que su actitud sea considerada correcta. Lo perverso de esta imposición canónica reside en que se tiene por correcto (y por bueno y excelente) lo que se adapta a tal norma de corrección sin considerar si, en muchas ocasiones, lo correcto es aceptable, aunque sea aceptado.
En este sentido se habla de lo políticamente correcto, y ya se sabe que hay que tragar lo políticamente correcto aunque el desquiciamiento de la realidad llegue al extremo de aceptar lo inaceptable.
Qué decir de lo socialmente correcto: aquí se discurre por sendas inverosímilmente transitables hasta el punto de colocar el canon de la corrección en la salida del armario. Vaya por delante que uno no está en contra de la salida, ni de la emergencia, ni de la escapada, ni de la evasión del armario. En este sentido de la flexibilidad admisible, vaya por delante que cada cual puede hacer de su capa un sayo, siempre que la capa sea suya, naturalmente. Pero lo que no puede ir tan por delante es el hecho de que haya que incluir exclusivamente en el canon de la corrección social a quien abre de par en par la puerta del armario, de tal manera que el personal tome todo el paño que desee para construirse su sayo. Tampoco puede ir muy por delante el hecho de que se excluya del canon de la corrección social a quien no quiera hacerse un sayo, bien porque no dispone de capa, bien porque el sayo no le atrae como prenda de vestir dada su natural inclinación a vestirse con calzas, bien porque el aire que emerge del armario desprende un afilado aroma de jazmín que lo induce al escalofrío y al estornudo.
Qué decir de lo escolarmente correcto. Todo el mundo está informado de las concentraciones y manifestaciones que han tenido lugar «contra la violencia en los centros y por el derecho a una educación digna». Todo el mundo está informado de los gravísimos sucesos de violencia escolar registrados en Ceuta y Cádiz. Agresiones a profesores por parte de alumnos, escupitajos, pedradas, pinchazos en las ruedas de sus coches, palizas, patadas en el estómago, amenazas con arma blanca o con armas de fuego. Que alguien me diga cómo pueden desarrollar, de manera medianamente digna, su labor esos profesores. Que alguien me diga cómo puede hacerse posible mantener un mínimo nivel formativo dentro de un aula en la que el profesor o profesora recibe el menosprecio generalizado de los alumnos/as, tanto hacia su persona como hacia los contenidos que transmite, que alguien me diga cómo puede trabajar una persona entre eructos provocadores, pedos insoportables, silbos humillantes, voces procaces, frases desconsideradas e hirientes. Y van y aparecen los expertos y especialistas de la cosa psicológica, pedagógica y sociológica (¿expertos en qué?) y establecen el canon de la corrección escolar. Lo escolarmente correcto, aseguran, es que los docentes reciban formación adecuada para atajar la violencia escolar. Qué risa. De verdad, es que me da la risa tonta. Bueno, es que me agarro con ambas manos los carrillos para recomponerme la cara, que se me parte de la risa. Que los docentes reciban formación adecuada, dicen. Y una mierda. Formación para atajar la violencia escolar, cursos, cursillos, memorias, proyectos, investigaciones en el aula, experimentaciones de campo. Pero de dónde se han caído los expertos. El problema no reside en que el profesorado reciba formación (el profesorado está hastiado de tanta ‘formación’) para atajar la violencia escolar, el problema reside en que el alumnado se ha instalado en la conflictividad y, afianzado en el convencimiento del aquí no pasa nada, manda al sistema escolar a tomar por culo. Y en éstas que va y te sale una psicóloga, catedrática y todo, y asegura «que los adolescentes disponen de muchas fuentes de información y han aprendido que el autoritarismo ya no funciona [... ] porque no ha sido sustituido por la autoridad democrática, sino por el laisserfaire (el dejar hacer)». Cuando la psicóloga se adentre en un aula repleta de adolescentes y le aticen con el borrador en la cara, entonces pensará que ponerle el cascabel al gato de la conflictividad escolar es algo más que establecer el canon de la corrección escolar: «la escuela debe servir para construir la personalidad de los ciudadanos».
¿Pues sabes qué te digo, amigo? Que leyendo los informes de expertos y especialistas (¿en qué?) me entra la malsana aspiración de desearles que alguna vez ellos, dejando de lado lo escolarmente correcto, se vean en la situación de tener que hablar sin que los escuchen. De intentar educar y obtener la insolencia por respuesta. De llevar a clase lo mejor de uno mismo para compartirlo y recibir a cambio la indiferencia y el hastío. Me gustaría que alguna vez tuvieran que ofertar el canon de la corrección y soportar, sin embargo, el escupitajo, el pedo, el eructo y la amenaza.
Aunque este deseo me instale en la incorrección canónica.

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