martes, 11 de agosto de 2009

LA OBSCENIDAD Y TAL
(23-5-1999)
JUAN GARODRI


La que se ha liado, amigo. No es que yo me quiera comparar con Desiderius Erasmo (para mí quisiera yo el esplendor de su lenguaje y el donaire de su sátira), pero también el de Rotterdam las pasó canutas con alguno de sus coetáneos porque se le ocurrió escribir cosas disparatadas en su Elogio de la locura, esa sátira alegórica en la que ironiza en contra de la insensatez universal y, sobre todo, en la que ridiculiza la excesiva credulidad del pueblo, deslumbrado por los halagos de los demagogos. Y así no deja títere con cabeza, suele decirse. Desde los filósofos de la antigüedad hasta la Escolástica, desde la Nobleza hasta el Clero, Erasmo despliega los vientos de la ironía y desmitifica las fuentes filosóficas y teológicas de la credulidad.
Pero lo mío no era para tanto, me parece.

Resulta que el pasado día 16 de mayo apareció en HOY mi articulillo semanal con el título ¿Qué cosa nos llamamos? Y va la cosa de que la gente de determinados sectores de mi pueblo se ha escandalizado, y mucho, con el artículo. Así al menos he podido comprobarlo, acogotado por esa sorpresa justicieramente callejera que se arrogan los enterados (de pueblo) y los perfectos. Y hay quien me ha parado en medio de la calle y me ha sugerido, troceando el espacio con el dedo, que me dedique a otra cosa porque lo que es a escribir lo tengo claro. Otros aseguran que carezco de pudor y que parece mentira que alguien como yo, con más de media vida sentado junto a la docencia, se dedique a escribir obscenidades.
Y qué quieres que te diga, amigo, con tanto comentario censorio se me han caído los palos del sombrajo. ¿Tan duro he sido en mi crítica contra la guerra y contra los mandamases de la guerra? Y hasta en el bar, en medio del tapeo, hay quien se me dirige y me dice que perdone, pero que hay cosas que no se pueden escribir así, por las buenas, en los periódicos.

—Oye, que es obsceno lo que escribes —dice.

Mi mente recorre a velocidades siderales las líneas del artículo intentando recordar las obscenidades descritas, cosa que no consigo. Y procuro disculparme.

—Mira —respondo—, yo sólo pretendo manifestar mi opinión contra la guerra de los Balcanes porque se me parte el alma cuando contemplo las escenas tremendas de esos refugiados huidizos y exánimes, de esos niños con los ojos rotos de estupefacción y miedo, de esas mujeres sentadas junto a su tristeza, de esos ancianos más avecindados que nunca en la muerte, de esa inocencia herida y ensangrentada.
Así que, en una especie de prédica antibelicista, gesticulo y explico a los circundantes que se me revuelven las tripas ante las hipócritas sandeces de los mandamases, y gargajeo y escupo ante la obscenidad que supone una venta de armas que ocasiona tragedias como la de Denver, y a pesar de que la “calle” exige un mayor control de esa venta, el Congreso USA rechaza ese control debido a la presión de las fábricas de armamento. En este sentido, la obscenidad de la guerra reside en que la han convertido en un mercado siniestro con una finalidad enmascarada: la venta de armas y de armamento bélico, sofisticado y carísimo, con el pretexto de castigar a un genocida (pero a otros no) y de proteger a los refugiados (pero a otros tampoco).
Llegado a este punto, los contertulios me escuchan con el ceño fruncido cuando prosigo en mis trece discursivas asegurando que la obscenidad de la guerra está en que las TV y los periódicos distraen al gentío con lo de los refugiados, y excitan ese indefinido sentimiento de culpabilidad que casi todo el mundo lleva dentro mientras exponen la infrahumana situación de los kosovares, que no lo niego. Pero, sin embargo, en pocos medios se explica al personal las verdaderas causas de la guerra...
Y me vuelvo reiterativo y cansino afirmando que la obscenidad de la guerra consiste en que hay alguien que pretende hacer creer que ellos actúan en nombre nuestro para evitar el genocidio (en nombre mío desde luego no actúan), y va la gente y se lo traga. Y concluyo, decía yo. Lo único que pretenden es aprovechar la guerra para probar su nuevo y sofisticado armamento y, de paso, aprovechar la guerra para vender armas y de paso aprovechar la guerra para prestar dinero para la reconstrucción de países destruidos y aprovecharla para eliminar al aliado de Rusia y aprovecharla para desestabilizar la unidad Europea (ahí tienes a Grecia, en contra de la guerra) y aprovecharla para que el euro no se sobreponga al dólar.
Y concluyo de una vez, decía yo. Me parece obsceno leer en las páginas de ‘internacional’ que los mismos que bombardean Serbia le ofrecen a Milósevic la continuidad en el ‘puesto’ si deja las masacres... Me parece obsceno que la OTAN se atreva una y otra vez a bombardear Belgrado sin autorización de la ONU, lo que equivale a decir que EE.UU es el gran interesado en los bombardeos...
Y al final van y me responden,

—No, si en eso estamos de acuerdo. Lo de la guerra, al fin y al cabo, tiene su importancia, y es una desgracia, y grande, pero siempre ha habido guerras, qué le vamos a hacer. Nosotros no podemos hacer nada contra la guerra.

—Entonces en qué cosiste mi obscenidad —pregunto.

Y va uno y me dice al oído,

—Coño, lo obsceno está en que al final del artículo escribes lo de la polla, hombre, que hasta cuándo vamos a seguir chupándonos la polla. Y eso no está bien.
Los ojos me empiezan a describir chiribitas y un pinchazo en la sien izquierda me informa de que se está desencadenando mi jaqueca oftálmica. La intensidad de mi silencio es tan despreciativa que se me queda cara de tonto, creo. Y me miran como al gilipuertas de turno que acaba de escribir la memez del siglo.
No tuve más remedio que darles la espalda e irme para casa. Esta vez chupándome el dedo.

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