viernes, 28 de agosto de 2009

DISPARATES
(17-6-2001)
JUAN GARODRI


He leído con no poco regocijo y algo de regodeo el reportaje y la muestra de ‘Gran antología del disparate 3’, del profesor Rodríguez Plasencia, que aparece en ‘Panorama’, Suplemento del Domingo (HOY, 10-6-01). Me he carcajeado, qué quieres que te diga, con alguna de las medallas que se exponen en la muestra. Ya somos muchos los que coincidimos en denunciar el fracaso del actual sistema educativo, y esta antología expone, con la fuerza esperpéntica del disparate, la dimensión mostrenca a la que ha llegado el sistema, incapaz de impulsar dignamente tanto la suficiencia cognoscitiva del alumnado como su competencia lingüística.
Así y todo, algunos disparates son realmente lúcidos, casi magníficos, dentro de la obstruida y torpona lucidez de la ignorancia. Por ejemplo: «El relieve de Europa es bastante deficitario en llanuras. Por eso las hortalizas no se ponen robustas». La falta casi total de coherencia semántica confiere al enunciado un patetismo surrealista que lo eleva probablemente al ámbito de lo artístico.
Los hay peores. ¿Qué es sino falta de coherencia semántica lo que abunda en las explicaciones técnicas de las muestras de arte posmodernas? Entras en una Sala de Exposiciones de cualquier Diputación Provincial o Ayuntamiento o Casa de la Cultura y te quedas turulato. En un lateral, una braga descolorida iluminada por tres focos; en otro, un busto de cartón con ojos demoníacos en lugar de pezones; enfrente, el mango astillado de una azada; alzas la vista y cuelga del techo la cuerda de una peonza, con su chapa y todo; en una peana, se magnifica un calcetín remendado; más allá, dos brochazos de un rojo pimentón embadurnan los restos de lo que fue un barril... Focos por todas partes, superdecoración y montaje. Desconcertado, te agarras a la guía explicativa. Papel carísimo, un tríptico del mejor papel. Y aparece entonces la incoherencia semántica del disparate. Se afirma, entre otras excelsitudes técnicas, que el artista ha llegado a profundizar en la contemplación de los objetos para obtener una formidable percepción del silencio, porque estos objetos son el silencio. No tienes más remedio que hacer una ligera reverencia ante aquellos desperdicios aturdidos de silencio, objetos abrumados por una indiscutible presencia dentro de un espacio referencialmente acústico, es decir, el ámbito de las sombras imposibles, el círculo misterioso de los sueños. Para carcajearse.
Por eso te digo que el disparate del alumno, arriba citado, es más lúcido que la gilipollez del tríptico. Y es que los alumnos son geniales en sus yerros. Veamos: «La banca es el mejor trabajo que se paga con tarjetas de crédito» y «El trigo es el factor físico de la agricultura». No me digas que Ramón Gómez de la Serna no se los hubiera apropiado para incluirlos en sus Greguerías.
Quien más quien menos ha recogido disparates en sus correcciones de exámenes.
Hace años, yo mismo soporté el parpadeo de la sorpresa cuando una alumna se arriesgó a colocar como máximo exponente de la narrativa romántica a Hugo Sánchez, en clara reverberación onomatopéyica con Victor Hugo. O aquel que, sudando tinta para digerir un latinajo de César, tradujo ‘e sinistro cornu inimici pila eiecebant’ con un «los enemigos se rompieron los cuernos contra la pila». Ahí queda eso. No lo felicité porque entonces estaba mal visto. Con el actual sistema evaluativo, sin embargo, hubiera tenido que calificarlo con suficiente o bien, al menos, teniendo en cuenta el esfuerzo mental del examinando que había llegado a traducir correctamente una sola palabra: ‘inimici’.
Evidentemente, los disparates en los exámenes obedecen en su mayor parte a la ausencia de valores, a la falta de respeto, a la apatía, a la indisciplina, según señala el profesor Rodríguez Plasencia. Estos defectos inducen al desinterés y a la falta de estudio, de trabajo y esfuerzo personal, lo que se traduce en una clamorosa carencia de conocimientos. De acuerdo. Pero no siempre. No siempre el alumnado de Primaria y Secundaria es responsable directo de sus deficiencias. O, al menos, de todas sus deficiencias. Un sistema que impone itinerarios educativos, basados en una docena de asignaturas por curso, contribuye a apelmazar la empanada mental en que suele convertirse el batiburrillo de conocimientos. Los alumnos (me refiero a los mejores alumnos, los que trabajan, que son pocos, de acuerdo, esos que cometen los disparates más lúcidos) tienen que saltar, literalmente, de una materia a otra, hasta cinco en la misma mañana, sin apenas tiempo para asimilar la explicación anterior. Suponiendo que las explicaciones sean adecuadas. Porque hay profesores que no se resignan a su condición de impartir clases en Primaria o en Secundaria. Y tienden a ‘subir’ los niveles como si los de Primaria fueran de Secundaria, los de Secundaria lo fueran de Bachillerato y los de Bachillerato lo fueran de Universidad. Y aunque los que estamos, o hemos estado, en el ajo, sabemos que la inmensa mayoría de los docentes son excelentes profesionales, con magnífica preparación científica y con meritoria entrega al trabajo de las aulas, siempre se escapa por ahí algún pedorro que revuelve con su inconsciencia, o con su apatía, el patio de la docencia, acostumbrado a la elementalidad de los libros de texto y a dar por el culo a la desfachatez agresiva de la adolescencia.
Así que los alumnos cometen disparates. Muchos. También hay libros de texto que los cometen. Y proponen como vulgarismo la palabra ‘almóndiga’, en oposición a ‘albóndiga’, ignorando tal vez que ambas acepciones están recogidas en el DRAE.
En fin, «Mahoma nació en la Meca desde su infancia», dijo otro.

No hay comentarios: