lunes, 31 de agosto de 2009

SUPERVIVENCIA
(9-9-2001)
JUAN GARODRI

He leído por ahí lo de los DINK. No se trata de dinosaurios, ni de patos, ni de un nuevo producto para la exfoliación de la piel. Es, simplemente, una palabra formada por siglas inglesas. Double Income No Kids. Dos sueldos y ningún hijo. Ahí es nada, el chollo del siglo, de estos inicios de siglo.
Todo el mundo busca su chollo particular. El gentío se levanta por la mañana y detesta la rutinaria monotonía de los quehaceres. El aleteo de la somnolencia se apodera del cepillo de dientes y el ruido de la cisterna avisa indecorosamente que empieza un nuevo día igual al anterior. Se desea la consecución del chollo, es decir, la transformación de la rutina, esa ráfaga de brillantes parpadeos que deslumbre los instantes para canjearlos por gotas de felicidad.
Supongo que el ser humano ha perseguido siempre ese coñazo inalcanzable al que alguien llamó felicidad. Nunca como ahora, sin embargo, se dispone el personal a conseguirlo. No tanto por atrapar la abstracción, de por sí inalzanzable, cuanto por huir del hormiguero destructivo que cada uno lleva dentro. Mira que el gentío se pone burro en la consecución de las abstracciones. El amor, la felicidad, el honor, la patria, la fama, el orgullo, el poder, constituyen algunos ejemplares de esa tribu de termitas que llena de agujeros el yo íntimo. Un día, de pronto, uno advierte con horror que está agujereado como un colador y que a través de esos agujeros van cayendo sus abstracciones en el pozo de la nada. Así que se aferra a la suntuosa precariedad del momento para amortiguar el batacazo. Y sin embargo el tipo/tipa no es más que esa cosa indefinida que lleva dentro y ese conjunto de cosas concretas que lleva fuera: la camisa, los pantalones ajustados, las zapatillas deportivas de piel roja, el periódico que hojea, el libro que lee, la caña que bebe, el coche que conduce.
Está de moda el gazpacho rosa con bogavante, presumir de que no se juega a la primitiva y afirmar que la adrenalina, por muy levógira y cristalizable que sea, no sube de tono y se mantiene estable mientras contemplas a Paz Vega en “Lucía y el sexo”. El caso es vivir como si siempre se fuese joven, retrasando al máximo las responsabilidades familiares. Incrustar la adultez en un desarrollo dilatado e inacabable de la juventud. Y ahí está la generación Dink. Dos sueldos y ningún hijo. Es la única manera de vivir holgadamente, suntuosamente. Un consumo de calidad que te diferencie del resto aborregadamente urbano. Ponerse uno ciego de trabajar, eso sí, el dinero es poder y prestigio, para desahogar tu estrés laboral en el ámbito acomodaticio de una relación afectiva efímera y sustitutoria. La ele de ‘lujo’ tiene que ir prendida en la ropa de vestir y en el mantel del restaurante. Y se entra en la felicidad, o en el desatino, con la cartera abierta y con la inútil convicción de que uno jamás volverá a adaptarse a la vulgaridad.
Dos sueldos y ningún hijo. Sólo a los locos se les ocurre tener hijos. Siempre con el alma en vilo. Noches sin dormir que impiden a uno realizarse adecuadamente en el trabajo diario. Papillas, apiretal y suero fisiológico. Pañales y dodotis. Y el infierno del paseo vespertino arrastrando el cochecito por la acera hasta llegar al tedio de una terraza. Con el vaso de la consumición se absorbe el proceso adaptativo que ha deshecho la vida. Nada de hijos. Autorrealización de la pareja y autonomía total de hombres y mujeres.
Lo malo de todo este condenado asunto es que derivan de él dos consecuencias nefastas, según mi tío Eufrasio.
Primera (a). Si el personal se decide definitivamente a no tener hijos, llegará el día en que haya que cerrar los colegios por falta de materia prima. Imagínate el cisco social. Miles de centros educativos para nada. Excrementos de rata y de murciélago en las aulas en lugar de bolígrafos y tiza. Telarañas en las pantallas de los ordenadores, ahora que las instituciones se han decidido al impulso tecnológico. Miles y miles de profesores en paro debido a la gigantesca recesión de la docencia. Posteriormente, centros universitarios cerrados, investigación y sabiduría aniquiladas.
Segunda (b). A pesar de todo, a pesar de vivir como hijos del bienestar, a pesar de vivir como la fácil presa del marketing, a pesar del intento, más o menos desesperado, de prolongar la juventud, también a los DINK les llega la tan temida ancianidad. (La frase es de mi tío Eufrasio y, aunque detestable, no por ello es menos real). Ya no valdrá entonces el eufemismo estilístico de llamarlos mayores en lugar de viejos porque ¿con qué dinero se pagarán sus pensiones? Si gastaron lo que ganaron y si no tuvieron hijos que estén ahora en edad de producir y de contribuir con el descuento de sus nóminas, mucho me temo que no tengan más remedio que arrastrar la culera por la pendiente de la indigencia.
Aunque para entonces yo ya habré doblado la servilleta y no verán mis ojos el desastre. Menos mal.

No hay comentarios: