viernes, 14 de agosto de 2009

ME GUSTA EL FURBO
(22-8-1999)
JUAN GARODRI


Me lo ha pisado Manuel Rivas, amigo. Yo no iba a escribir hoy del furbo, te lo juro, sino de la empanada musiquera que se zamparon las veinte o treinta mil yogurinas embadurnadas de llanto esquizofrénico, con ingredientes pegajosos de adoración y lipotimias. Yo no iba a calificar a los Backstreet Boys como los «Cinco Pijos/Pollos/Pájaros/Monaguillos/Manzanillos de Orlando». Yo los llamaba los Cinco Cosquillitas del Chumino Angelical, ese roce adolescente de la miel y los tatuajes. Pero me ha pisado el artículo Manuel Rivas, ya te digo. Así que lo he tirado a la papelera (el artículo, admiro al Rivas) y no he tenido más remedio que liarme a todo trapo a escribir de otra cosa. Del furbo, por ejemplo, que tampoco es tema manco, ahora que está a punto de empezar la Liga y una euforia placentera me recorre el espinazo, porque se acerca la hora de Anelka.
Y eso que ... Aquel 13 de junio de 1956 fue un día nacionalmente glorioso. Alguien aseguró que políticamente glorioso. Alguien declaró que internacionalmente glorioso. El Real Madrid, en un memorable partido, acababa de proclamarse primer ganador de la Copa de Europa. Las trompetas esenciales de la Patria, como un caralsol futbolísticamente celtibérico, lo divulgaron por ciudades, pueblos y villorrios, y eso que no había televisión.
Así que no hubo más remedio. Lo del Real Madrid fue grandioso, lo del Real Madrid fue tan épico como las gestas del Cid (ahora resulta que el Cid no era más que un mercenario, un jeta que ponía sus mesnadas al servicio de quien mejor le pagara, fuera moro o cristiano, ¡si don Ramón levantara la cabeza!), lo del Real Madrid fue tan epopéyico como el Descubrimiento de América (ahora resulta que Colón no era más que un asalariado que, encima, se equivocó de cabo a rabo porque otros se le adelantaron en lo del descubrimiento). O sea, que el Real Madrid consiguió el hito más importante del balompié español o al menos, ya que la cosa va de topicazo, un hito tan importante como la victoria sobre la pérfida Albión en el Mundial de 1950, victoria que, en su momento, constituyó una venganza sobre la ocupación de Gibraltar. (Otro hito importantísimo sería, años después, el triunfo de la Selección nacional en la Eurocopa de 1964). En fin, el 3-4 del Real Madrid sobre el Stade Reims fue un hito inenarrable.
Al menos así lo aseguraban los propagandistas políticos, expertos en la utilización depredatoria de los triunfos deportivos para deslumbrar al gentío. De manera que, entre unos hitos y otros, a mí fue creciéndome la afición al fútbol con esa fluencia constante con que a los pájaros les crecen las plumas. Y me gustaba escuchar por la radio la voz de Matías Prats senior, aquella voz modulada de la arenga y de la raza que producía un hormiguillo moderadamente patriótico. Ah, aquella defensa del Atleti, ‘Riera, Aparicio, Lozano’ más musculosa que inexpugnable. Ah, los Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza, aquel gamo de Dublín. Ah, los serenos goles de Gárate, los astutos desmarques de ‘zapatones’ Luis, las triangulaciones de Irureta. Ah, los capones y collejas, aquellas heridas de guerra que uno soportaba con orgullo cuando te pillaban con el Marca en vez de con el libro de Latín. En fin, los jovenzuelos de entonces soñábamos con Di Stéfano, Rial o Gento con tanto o más delirio arrebatado con que las jovenzuelas de ahora sueñan con Ricky Martin o los Cinco Cosquillitas Backstreet Boys arriba citados.
Y como el tiempo, amigo, no pasa en balde, disculpa la obviedad, el fútbol ha evolucionado muchísimo, sujeto a la aceleración del ritmo histórico programado por la prensa deportiva, los clubes, las Federaciones y los canales televisivos (sobre todo). De manera que estoy entusiasmado. Incluso la metamorfosis nominal es apasionante y hasta resulta eufónica. Lo de 'fútbol' es envarado y posee algo neblinoso, algo de esa frialdad sajona que disgusta y mortifica. En cambio lo de 'furbo' suena a patria, a cocido, a currante y a tinto con gaseosa. Lo de 'furbo' suena a producto nacional. No como fútbol, que suena a producto inglés, o lo de Barcelona, que suena a producto Van Gaal. Por eso lo proclamo y no me corto: ¡me gusta el furbo! (Ya sin cursiva ni nada).
Es supermegaguay repanchingarte en el sillón y zapear sin descanso, después de la cena, hasta que termina el rollo de la política, de las catástrofes, de la subida de los carburantes y otros acojonamientos, y aparece, por fin, la información deportiva. Bueno, lo de deportiva es un decir. Lo bueno es la información del furbo. Esas entrevistas a Raúl o a Hierro, por ejemplo. Esas preguntas largas y espesas en que brilla la inteligencia del periodista para redondear las tres o cuatro palabras de los entrevistados. Y va Hierro y se rasca la ceja y dice que sí, que bueno, que hay que seguir trabajando. Es maravilloso. Y lo dice tan entrecortada, tan tristemente, que te dan ganas de llorar y darle el pésame. Y va Raúl y se rasca el cogote y dice que sí, que bueno, que hay que darlo todo en el campo. Es extraordinario. Y lo dice tan asustada, tan escolarmente, que te dan ganas de ‘soplarle’ para que pase la prueba.
Es impresionante lo del furbo. Con el espectáculo que ofrece. Con el dinero que mueve. Fíjate, 5.500 kilos por Anelka, más de noventa periodistas en el aeropuerto a recibirle, como si fuese un Jefe de Estado, como si fuese el Papa, o más. Como si hubiese descubierto la vacuna contra el cáncer. Como si fuese el premio Nobel de Literatura. 3.500 kilos por Hasselbaink, «que lo llamen Jimmy, que Hasselbaink es muy largo, coño», (Gil dixit). Y es que el furbo es cultura. Y de la buena. Javier Marías, Muñoz Molina, Pérez Reverte, Antonio Gala y otros descamisados, se darían con un canto en los dientes si sus libros alcanzasen tiradas de cien o doscientos mil ejemplares. Qué mierda. La Guía de la Liga 2000 lanza más de ¡un millón! de ejemplares y se ha agotado en quince días. Ya va por la segunda edición. Cuando la gente la compra, por algo será. Eso es cultura. Para que luego digan que en España no se lee. La gente sabe lo que se hace.
El furbo. Aunque los amantes del libro, y otros resentidos, lo denuesten —progresía y todo eso—, voy a repetirlo: ¡me gusta el furbo y su cultura! (A propósito de resentidos. La otra tarde me contó uno de ellos que, hace poco, entrevistaron a un astro del balompié. Dentro de la gilituerta batería de preguntas tradicional, una se salió de madre. Era esta:
—Está próximo a celebrarse el centenario de Borges. ¿Lo conoce?
El astro del balompié, con desmañado énfasis ciceroniano, respondió:
—Sí hombre, Borges, quién no conoce a Borges. Es una famosa marca de nueces).
Tatatachán.

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