viernes, 12 de junio de 2009

VAMPIROS
(30-5-2000)
JUAN GARODRI


Bueno, amigo. Después de alegrarme por todos aquéllos que sustentan sus batacazos en la gloria del Real Madrid (ya cayó la octava), paso a contarte.
A mí, de muchacho, me gustaba mucho atrapar murciélagos, los niños de la posguerra carecíamos de ese sentimiento de culpabilidad que impide la tortura de animalitos y otros bichos. Verás. Al anochecer, invadidos y dominados por la turbadora luz del crepúsculo, esa línea imprecisamente vespertina entre el día y la noche, nos juntábamos los chicos del barrio y decidíamos ‘ir a murciélagos’. Nuestras armabs consistían en una escoba y un trapo rojo. Atábamos el trapo en la punta del palo y, enarolando el mástil como una amenaza quiróptera, perseguíamos los murciélagos con una tenacidad zigzagueante e infructuosa. Si conseguíamos atrapar alguno, le poníamos en la boca una colilla encendida y todos festejábamos con gritos y saltos la borrachera del animal, mareado por el humo y los efectos de la nicotina.
(Digresión. Ofrezco tema para narración, fabulación, cuento, novela o lo que sea, un tema de esos que ahora están de moda: no hay ‘narrativador' —innovador narrativo, sedicente— actual que no pretenda escribir novela, cuento o fábula sobre la Guerra Civil, o sobre sus consecuencias y desastres, o sobre las traumáticas consecuencias que la Confrontación produjo en los niños de la posguerra, etcétera. Desde El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, hasta el recién nacido Rabos de lagartija, de Juan Marsé, el soplo voraz de las editoriales acogota a decenas de epígonos que pretenden fabular los sucesos de la Guerra y las desolaciones de los niños de la posguerra. Pues qué bien. El narrativador que lo narrativee buen narrativador será).
Hablaba de murciélagos. Permíteme, sin embargo, que cambie los murciélagos por los vampiros. Porque a mí, ahora, de adulto, me encantaría atrapar vampiros. Y aunque de dudosa etimología procedente del ámbito danubiano, el vampiro es un quiróptero (fam. Desmodóntidos) de unos 30 cm de envergadura, con una dentadura formada por 24 dientes, entre los que destaca un par de incisivos muy desarrollados, con los que provoca heridas en los animales domésticos y en el hombre, succionándoles la sangre. Suele transmitir enfermedades. Es un hematófago.
Esta descripción lexicográfica me fascina. Sobre todo si me detengo a examinar tres casos de hematofagia vampirística en los que unos vampiros actualizadísimos nos señalan la yugular de los dineros con marcas sangrientas, nos succionan las entretelas de los ahorros, nos chupan, en fin, desconsideradamente la sangre crematística. Veamos.
Hematofagia primera: los móviles. Resulta que las llamadas a través de telefonía móvil en España son las más caras de Europa. Y ves al personal tan contento, presumiendo de modernidad y de pasta gansa, en los semáforos, en las aceras, en el interior de los automóviles, y hasta en las reuniones, convenciones y cursillos, todo el personal acosado por lejanas ufanías que requieren soluciones rápidas y perentorias, a ver si no cómo se hace posible justificar el retraso o concertar la cita para los vinos del sábado. Así que el personal alarga el cuello, blanco e indefenso, y los vampiros móviles clavan sus afiladas vanidades y succionan las desvalidas economías para desajustar el presupuesto y los bolsillos.
Hematofagia segunda: Internet. Resulta que las tarifas de Internet en España son las más caras de Europa. Aquí también, aquí los vampiros cibernáuticos se ceban en los navegadores particulares e incautos que, deslumbrados por la magia de la tecnología y la fascinación de lo inaccesible, se destrozan los ojos y la espalda en la contemplación improductiva de rutas, direcciones y webs, más inútiles que satisfactorios. Bip, bip, bip, no ha podido establecerse la ruta de acceso, bip, bip, bip, no ha podido establecerse conexión con el servidor. Y así. Mientras tanto, las operadoras y compañías ofrecen conexiones rápidas y seguras, si pagas más, naturalmente, con lo que el mordisco hematófago se hunde y se prolonga desconsideradamente.
Hematofagia tercera: los carburantes. Aquí el mordisco de los vampiros resulta ya de todo punto insoportable. Repsol (uno de los vampiros más gordos, controla 55 de cada 100 estaciones de servicio) ha realizado seis subidas, seis, de los precios de gasolinas y gasóleos ¡sólo en lo que va del mes de mayo!. Hasta Loyola de Palacio anda mosqueada por la unanimidad de precios y la desfachatez con que se llega a acuerdos para cargarse la realidad de la libre competencia. Para salir del paso, el Gobierno disimula y juega al paripé de los precios, porque aunque la Agencia Internacional de la Energía publique su informe y señale que el sector del refino aprovecha la coyuntura para mejorar sus márgenes comerciales, la administración pública está recaudando más dinero. Así que el señor Rato y compañía se frotan los erarios públicos porque con la disculpa del crudo recaudan cada vez más.
Arrima, pues, tu cuello inocente para que los colmillos estatales te chupen 67 pesetas por litro para la gasolina y 45 para el diesel, sólo de impuestos, además de la otra buena dentellada que supone el IVA. (Los satisfechos culimajos de la TV pública informan de que España ‘disfruta’ de los carburantes más baratos de Europa. Así nos engañan: el salario mínimo interprofesional español también es de los más bajos de Europa. De manera que si equiparan nuestros carburantes con los europeos también tendrían que equiparar los salarios. Vamos, digo yo).
En fin, amigo. Un escobón y un trapo rojo y a cazar vampiros. Y a clavarles bien clavada en el pecho la estaca de nuestro descontento.

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