viernes, 12 de junio de 2009

ESO DE LA SEMANA BLANCA
(15-3-2000)
JUAN GARODRI


Eran las diez y diez de la mañana, aproximadamente, del día 7 de marzo del 2000. Cruzo la cocina para rogar a la señora de la limpieza que baje el volumen de la radio. En estas que la voz educada y quizá mejor pagada de un comentarista radiofónico despotrica contra la Semana Blanca. Dice joyas parecidas a éstas (cito de memoria): «Sindicatos, profesores, alumnos, Consejerías de Educación, todos a favor de la Semana Blanca. Sólo los cuatro locos de siempre pretendemos que se suprima», «hay más días festivos que lectivos», «de seguir así, pronto se impondrá la Semana de la Red porque es más importante saber jugar al tenis que saber multiplicar», «o la Semana del Hoyo, y así podrán casarse con la hija de un banquero y no tendrán que hacer oposiciones»...
Si lees la información de la Prensa escrita (no oigo, ni veo, ni asisto a mítines electorales, es una promesa) adviertes que las referencias al sistema educativo se centran en “lo de la Semana Blanca” o en “lo de la Jornada Continuada”. Y parece que subyace en esa información tendenciosa el acoso al profesorado, colectivo de mangantes a los que hay que descalificar. )Por qué no centran la calidad de la enseñanza en la eliminación de la violencia en las aulas y en la extirpación del pasotismo estudiantil? (Cierto: cuando un equipo funciona mal, lo expedito es eliminar al entrenador, compruebo.)
Bueno, pues sales de casa y vas y te encuentras con un conocido, esos conocidos de toda la vida que te saludan siempre con la palmada en el hombro, y te fastidian casi siempre con la broma paternalista y confianzuda de la patochada usual, pues vas y te encuentras con uno de ellos, ya digo, y te suelta con voz ahuecada:
—¡Ya está bieeen, ya está bieeen! (Cómo vivís algunooos! (Vaya palo que os han dado esta mañana en la SER!
Y ante tu gesto de sorprendida tolerancia, insiste:
—Joé, tío, siempre andáis de vacaciones, que no podréis quejaros...
Tú te envaras, que se dice, porque estás hasta el colodrillo de que todo quisque se autoconsidere víctima de tu asueto y dudas si mandarlo al carajo o reírle la gracia. Le ríes la gracia. Dices:
—Tampoco es para tanto, son tres días de nada...
El conocido de toda la vida se sorprende y parece picado.
—¿Tres días de nada? Venga ya, si no dais ni clavo. —Y recopila con los dedos, como si contara las pérdidas de su inversión en Bolsa—: Dos meses de vacaciones veraniegas, más casi todo septiembre, más dos semanas entre diciembre y enero, o sea por Navidad, más diez días en Semana Santa. Así, cualquiera. Y encima ahora os añaden otra semana, eso de la Semana Blanca, para que descanséis, zumba cojones.
Cuando el conocido de toda la vida te sale con estos argumentos de acera, más necios que perversos, uno se encabrita y, aunque tus modales externos sigan pareciendo tranquilos y hasta educados, disparas párrafos justificadores con el único deseo de poner el pie encima del cogote del otro. Así que le comentas los ratos de agotamiento e incluso de sufrimiento al frente de las clases, preparando ejercicios que puedan resultar útiles a los alumnos y agradables al tiempo de realizarlos. Le hablas de las horas dedicadas durante la tarde, fuera del horario escolar, a corregir pruebas, a revisar actividades de refuerzo o ampliación, a sanear redacciones, a enderezar ejercicios de expresión escrita y a preparar debates para cauterizar los abundantes aporismas verbales (esa sangrante resistencia que los alumnos ofrecen al hermanamiento entre palabra e idea) y para ejercitar la capacidad de ordenar un pensamiento coherente. Le comentas el esfuerzo cansino de las repeticiones, las innumerables llamadas al orden para mantener la atención, las regañinas más amistosas que punitivas, las advertencias a los que reinciden, la agotadora actitud, en fin, de permanecer constantemente en guardia una hora tras otra, un día tras otro, una semana tras otra, para aclarar dudas, refrescar ideas, corregir cuadernos y rectificar equivocaciones. Le hablas, ya exaltado, de la violencia en las aulas, una violencia real más psíquica que física, aunque también física, a veces, como el pasotismo, la irreverencia, la falta de respeto y los eructos, y hasta pedos y risotadas, que acaban por minar la resistencia de cualquiera ocasionando una erosión pertinaz y subterránea de la personalidad docente que termina arrojando en la fosa del abatimiento al más pintado, víctima de una depresión caballuna, con baja temporal incluida, desagradable circunstancia que suele acontecer a algunos (y a algunas) con más frecuencia de la deseada.
El conocido de toda la vida te escucha con una incredulidad irónica que le achica los ojos. Te dice:
—Venga, venga, a ver si ahora me vas a venir con que estás echo polvo de tanto trabajar.
No puedes más. La represión es superior a tus fuerzas. Así que le dices que sí señor, que vives de putísima madre, que hubiera hecho los mismos estudios que tú cursaste, que se hubiera hecho polvo estudiando noches enteras unas oposiciones esperando aprobarlas, que las aprobara y después, hala, a vivir como dios y sin dar ni clavo. (Al tiempo que te da la espalda te dice que te vayas a hacer puñetas de jueces más allá del extranjero).

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