viernes, 12 de junio de 2009

CARNAVAL, SIN MÁS
(11-3-2000)
JUAN GARODRI


Las ironías del Destino. Sabemos que es pura coincidencia, pero no deja de resultar burlesco que, en medio de la mascarada política y del alboroto electoralmente mitinero de estos días, aparezca rutilante lo del carnaval cronológico. Marchando una de carnaval.
Ciudadanos y ciudadanas: Vamos a salir del oscurantismo del pasado, ese pasado que pesa como una losa, más franquista que litogénica, en la que la radio estatal —la única— nos imponía la seriedad de la música sacra, en la que la autoridad provincial nos imponía la austeridad de las costumbres —clausura legal de bares, cines y otros establecimientos de jolgorio—, en la que la representación eclesial nos enlutaba con el morado de los altares y el silencio de las procesiones.
Ciudadanos y ciudadanas: Hay que salir del oscurantismo y de la angostura social y callejera. El carnaval es una fiesta redentora que nos libera de nuestras aprensiones, que arroja por el barranco de las alegrías nuestras ansiedades, que nos proporciona y nos pone a huevo la saludable irreflexión de nuestras apetencias, que nos eleva a la rutilancia de cristal de nuestros apasionamientos, que sepulta en el apestoso ataúd de la sardina nuestras diarias e insoportables represiones, que manda al carajo, en fin, el látigo incruento de la censura social, familiar, política o económica.
Sin embargo, ciudadanas y ciudadanos, los representantes de un pasado oscurantista, no contentos con ser dueños de la globalización y del euro, pretenden que nuestros comportamientos sociales se acomoden a sus propósitos, tal como se acomodaban nuestras inercias infantiles a la vardasca disciplinaria del maestro.
El carnaval es una revolución, ciudadanos y ciudadanas. No hagáis caso a las borbonescas prohibiciones de Felipe V, ni a los babosos escritos de Mesonero Romanos, ni a los resentidos artículos de Mariano José de Larra, contrarios a la alegría del carnaval quizá porque ellos mismos portaban la luctuosa interioridad de la muerte. Haced caso a Carlos III, aquel rey ilustrado, enjuto y estíptico que restableció el carnaval e introdujo los desfiles y los bailes de máscaras para que el personal se refocilara holgadamente antes de la funesta cuaresma. Pensad en la independencia moral del siglo XIX, esos bailes desenfrenados del Teatro Real de Madrid o en los del Liceo de Barcelona: no había dama encumbrada ni duquesa jamona que no holgase con algún enmascarado. Y bien que les iba. Pensad en el jolgorio popular que organizaba cada año, por aquellas fechas, la Sociedad El Gavilán con esa plenitud desenfrenada de la desinhibición y la desvergüenza.
El carnaval es una evasión, ciudadanos y ciudadanas. Una huida hacia esa necesidad psíquica (que todo quisque siente de vez en cuando) de mandar a hacer gárgaras de viento las normas y las categorías morales o sociales. Y esto ha sido siempre así.
La fenomenología histórico-religiosa reconoce que no hay cultura en la que no se subvirtiesen, en determinadas fechas, los términos de la ‘normalidad’. Pensad en los kronia griegos, o en las saturnales romanas, acontecimientos festivos en que los participantes daban sopas con honda a los danzantes del festival de Río, por ejemplo, y a sus fondonas mulatas. Pensad en el Combate de don Carnal y doña Cuaresma en el que el Arcipreste de Hita, en pleno siglo XIV, se despacha a gusto para justificar su desmedida tendencia a conseguir la pechuga (al menos) de hembra placentera. («Estaba Don Carnal rricamente assentado / a messa mucho harta en un rrico estrado», etc.). Y a pesar de que Caro Baroja, don Julio, sostenga que el carnaval y las carnestolendas proceden de la reacción popular ante la rigurosa penitencia de la cuaresma, lo presumible es que la causa del carnaval sea esa tendencia a la evasión psíquica que surge de la misma raíz humana. Buena prueba de ello es que hasta en determinados pueblos aborígenes, los Ho por ejemplo, existe la tendencia a la subversión, hasta el punto de que durante la semana transgresora se permite que las mujeres Ho puedan maltratar a sus maridos.
El carnaval es una transgresión, ciudadanos y ciudadanas. Os prometo que si me votáis, cada cual podrá ver realizados sus anhelos más íntimos y turbios, el hombre podrá convertirse en mujer y la mujer en hombre, el amor será fácil y asequible y todos sin excepción, superadas las barreras fácticas, saltados los obstáculos retrógrados, eliminados los inconvenientes del anquilosamiento y el conservadurismo, todos, ya digo, podréis desenvolveros dentro de las estructuras de una sociedad más libre remarcada por los equitativos límites de un acuerdo marco progresual y pluralista.
(Mi tío Eufrasio me da un codazo:
—¿Pero qué tonterías estás largando? ¿Te has vuelto bobo o qué? ¿O es que piensas que estás echando un mitin? —me dice fastidiado.
—Será eso —dije mohíno.)

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