martes, 16 de junio de 2009

LA MÁSCARA Y EL SIGNO (y 2)
(30-6-2000)
JUAN GARODRI




La máscara sigue estando donde está. Ya se sabe que la máscara constituye un medio para la manifestación del “sí mismo” universal, al menos en teatro, aunque en la actualidad hay quien atribuye a la máscara la desindividualización y la pérdida de identidad. Así que la máscara, te decía, sigue estando donde está.
Me refiero más bien al signo. Cualquier estudiante sabe (al menos antes lo sabía, ahora con lo de la Logse no sé, el estudiante logsético se debate en un tarugueo mental que lo impulsa al aborrecimiento de los conceptos y lo instala en la degeneración conceptual, todo el mundo lo dice) que un signo se define como un objeto perceptible que representa a otro objeto. La cosa está en determinar si el signo al que me refiero es un icono, un indicio o un símbolo. Por ejemplo, la eliminación de España. Desde el primer partido se veía que la Eurocopa le venía grande. Era como si el vestido de cola de una folclórica se lo hubieran puesto a una niña. Así que me pregunto, desde el punto de vista de la semiología, si la Selección de fútbol española (llamémosla SEF para evitar la cacofonía repetitiva) era, a lo más, un icono futbolístico, es decir, si poseía alguna semejanza con el objeto representado, porque no solo la fotografía goza de las cualidades icónicas, también la caricatura se parece al objeto que representa, aunque de manera desfigurada e incluso grotesca, de forma que puede asegurarse, con un noventa por ciento de posibilidades de acierto, que la SEF participante en la Eurocopa 2000 era un icono caricaturesco de la imagen que todo el mundo poseía de la Selección Española de Fútbol.
Pasemos a otro aspecto de la reflexión semiológica y concedamos que la Selección participante en la Eurocopa 2000 no era más que un indicio de la SEF, en tanto en cuanto sin parecerse al objeto significado mantenía con él alguna relación de dependencia. Como el humo es indicio del fuego o la fiebre lo es de alguna enfermedad, sin parecerse en absoluto el humo al fuego ni la fiebre a la enfermedad, así la SEF era un indicio futbolero y escasamente representativo de lo que ha dado en llamarse por los actuales filósofos balompédicos “la gnoseología del fútbol moderno”, esa teoría del conocimiento en ataque, defensa y poderío físico.
De los partidos jugados, el primero fue tan anodino y cansino que se convirtió en indicio futbolístico, es decir, la SEF no se parecía en absoluto a una buena selección de fútbol, aunque mantenía con ella cierta relación de dependencia: el correteo hastiado por el terreno de juego hasta conseguir que Noruega la humillara con el 0-1. Sudaron tinta con Eslovenia, otro indicio de la capacidad reactiva que el divismo y la crema bancaria han reducido a niveles de aburrimiento. Fueron a remolque contra Yugoslavia y sólo una chiripa descomunal (fuera de lo común) y potrosa concedió a la SEF el resultado de 4-3. (Los plumíferos contaron lo de “furia española” y lo de “partido épico”, y hasta “lucha agónica” ha escrito algún desavisado, deslumbrado por el pleonasmo). En fin.
Los manuales suelen poner en tercer lugar, dentro de las clases de signo, al símbolo. Quizá no haya pasado de ahí la SEF . Quizá no haya sido más que un símbolo, es decir, una representación de la auténtica Selección de Fútbol Española, sin tener parecido o relación con ella. Los símbolos son puramente convencionales, ya se sabe.
Y aquí entra en juego, que se dice, la mala uva de mi tío Eufrasio que se empeña en atribuir a la prensa deportiva el papel de malo de la película. Y aunque yo me esfuerzo en la reflexión y en el diálogo, no admite medias tintas y eleva la voz desmesuradamente cuando afirma que la SEF ha mancillado el honor de España. Intento calmarlo y le digo que es mucho decir, lo del honor y todo eso, que los jugadores de la SEF han hecho lo que han podido, y que malamente puede sacarse de donde no hay. Ha sido peor el remedio verbal que su enfermedad acusatoria. Porque con una actitud conminatoria, troceando el espacio con el dedo como si troceara un queso, va y suelta que la culpa la tiene la prensa deportiva que ilusiona falsamente al personal, esa prensa que magnifica las normales cualidades futbolísticas de los jugadores como si fuesen dioses balompédicos, con titulares deslumbrantes y falsos. Yo le digo que esa es la función de la prensa y que a ver si no cómo iban a vender ejemplares diarios a porrillo. Ya más calmado, me dice que el auténtico símbolo de la SEF, algo puramente convencional como todo símbolo, es Raúl. Fíjate, dice, poner de símbolo a Raúl, un jugador enclenque que no golpea el balón sino que lo empuja. Así falló el penalti en el último minuto.
Y como mi tío Eufrasio es Atlético de toda la vida, asegura con desparpajo que saquen la tijera, anda, que saquen la tijera los que aseguraban que por culpa de Molina se había hundido España. Fin.

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