viernes, 12 de junio de 2009

EXQUISITECES
Publicado en HOY (13-6-2000)
JUAN GARODRI



He leído por ahí que Jaime Capmany tarda unos quince minutos en escribir su artículo diario y que Francisco Umbral no tarda más allá de veinte. Solamente si se ponen exquisitos —belleza, calidad, agudeza de ingenio y gusto refinado— se arriman a los treinta minutos.
Ya quisiera yo esa rapidez, esa velocidad expresivamente supersónica, porque a mí no me libra nadie de los setenta u ochenta minutos en rellenar mis bodrios y, si me pongo fino y exquisito, el tiempo sobrepasa los cien.
Un artículo centenariamente minutero es un artículo maduro en el que las obsesiones dejan de aparecer como paridas para transformarse en exquisiteces. En el polo opuesto, el de la fugacidad exquisita, se encuentran las grandes síntesis narrativas y sus sintéticos sintetizadores. Ya hay entidad u organismo o asociación exquisita que organiza concurso para premiar el cuento más breve de la fabulación competidora: no puede pasar de las diez líneas.
El modelo exquisito de tan agudo intento narrador, paradigma de la invención y agudeza de ingenio, no es otro que el cuento de Augusto Monterroso, el cuento más pequeño del mundo, ese que dice aquello de que «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Fin. Ya se acabó.
Los exquisitos afirman que es una maravilla de la microcondensación narrativa, y que esa maravilla supera incluso a La oveja negra y demás fábulas monterrosinas. Y autor ha habido, poseído por el ángel instantáneo de la exquisitez, que hubiera entregado su obra narrativa a cambio de la maravilla microcondensada de lo del dinosaurio.
También aseguran que W. A. Mozart se puso exquisito un día y fue y dijo que estaba dispuesto a entregar la autoría de todas sus sonatas a cambio de haber compuesto la música gregoriana del prefacio de difuntos. Pero yo no me lo creo.
La actualidad exquisita en materia narrativa bebe los vientos por temas que aludan a la Guerra Civil para demostrar lo malísimos que eran los ‘nacionales’ (que sin duda lo eran) y lo mal que lo pasaban los niños de los pueblos durante la posguerra. Y aunque es cierto, y probablemente yo lo sepa mejor que esos novelistas —lo viví en mi propio pellejo—, ya está bien de explotar el filón de la lucha fratricida, sin más interés que las ventas editoriales.
En este sentido, lo exquisito está en afirmar que el estilo debe ser directo y realista, sin vestidos de cola ni faralaes literarios. Y el propio Monterroso no escapa del alarde exquisito cuando afirma que no le gusta la pirotecnia verbal y que sólo los malos escritores son felices con las metáforas. (O Juan Marsé cuando habla de los escritores ‘sonajero’).
Así que si pretendes quedar bien situado en el ámbito de la exquisitez narrativa, no tienes más que llegar a la tertulia y lanzar a los cuatro vientos el aserto de que Juan Manuel de Prada, por ejemplo, es un pirotécnico verbal o de que Felipe Benítez Reyes es un sonajero de jardín de infancia. Quedarás como Dios.
Ahora, eso sí, la exquisitez de las exquisiteces se da en los críticos de arte. En el ABC Cultural, junto a una ilustración de un hierro retorcido, leo lo siguiente: «Theo van Doesburg introduce en el neoplasticismo y en su equilibrio esencial el dinamismo, la arbitrariedad, el impulso inquietante y la perturbación que suponen las líneas oblicuas y sus ángulos entre la verticalidad y la horizontalidad. En la formulación del elementarismo orgánico, la construcción neoplástica puede incorporar lo temperamental». Ahí queda eso. Lo lees y te quedas de un exquisito turbador.
No escapan los políticos a la tentación de lo exquisito. No hay Ayuntamiento, Autonomía ni Diputación que no dedique buenas partidas de sus presupuestos a la exquisitez de la cultura. Y así se convocan concursos literarios de todo pelo en los que participan incautos que, poseídos por la inicial exquisitez de la escritura, presentan sus obras como si presentaran patentes de calidad literaria. Lo malo del caso reside en el hecho de que, con frecuencia, los miembros del jurado, o alguno, o varios, no tienen ni puñetera idea literaria, y han sido nombrados a dedo como pago a servicios políticos prestados al partido y para que cobren, de paso, los veinte mil duros de la participación.
Al filo de lo imposible, el colmo de la exquisitez política está en la mamandurria crematística que los señores diputados y las señoras diputadas —qué nombre más feo para mujeres— de la Excelentísima Diputación de Cáceres, con su Presidenta a la cabeza, han organizado en provecho propio. (Para detalles, ver el HOY de 8-6-00). Y Ruiz Gallardón, otro exquisito: acaba de subirse el sueldo un 31 %, sin que las píe la oposición. Algún chorretón exquisito habrá salpicado también a ellos.
En fin, ‘exquisito’ es el participio pasivo del verbo latino “exquirere”, que significa algo así como buscar con vehemencia y deseo. A quien más quien menos, los músculos del culo se le tornan flojos cuando se trata de sentarse junto a la exquisitez.
(Mi tío Eufrasio dice que entre exquisitez y estupidez existe una homofonía sospechosa).

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