miércoles, 10 de junio de 2009

OH, LOS REGALOS
( HOY, 9-1- 2000)
JUAN GARODRI




La mayoría de las sorpresas que se nos aparecen estos días llevan una bata floreada de parabienes y sonrisas. Me refiero a los regalos.
(Evidentemente, hay otras muchas clases de sorpresa. Quizá más abundantes que nunca en la estremecedora individu(al)idad del ser humano, o lo que cada uno sea. No tienes más que contemplar la pantalla teleboba y, efectivamente, sorpresas desagradables. Desastres ecológicos, corrupciones políticas, desdichas humanas, calamidades naturales, genocidios y conflagraciones, injusticias sociales, abusos de los poderosos, pelotazos de los hiperejecutivos, exterminios raciales, saqueos indiscriminados, desfalcos financieros, estafas futbolísticas y hasta la lesión de Raúl (conmoción mundial), que ya veremos si puede jugar el Mundialito, ese jamón con chorreras de la voracidad y el engaño deportivos. Toco madera, pues, y doy de lado a la sorpresa catastrófica).
Me refiero a la sorpresa de los regalos, ya digo.
La condición humana —pido permiso a Malraux— se deshace en ocultaciones y benevolencias. Y, para encubrir los disimulos, sobreviene con frecuencia la oleada de los afectos y aparece la tapadera del regalo. Y casi nadie se resiste a la evidencia. De manera que el personal especula con lo del regalo y empieza a tomar posesión del afecto. Hay que regalar. No eres nadie si no ejercitas esa pulsión de la entrega que se manifiesta en el regalo.
La relación entre los seres humanos adquiere dimensión antropológica si, quien más quien menos, fagocita la ternura y se sumerge en la extensión afectuosa de la familia. Proliferan entonces los regalos y se abre, como la lluvia, el mecanismo social de la entrega. Un beso y una flor, para empezar. El mejor regalo. El intercambio de caricias propicia el regalo de los sentimientos, la asunción espléndida de la ternura que absorbe la madre, el disimulado cariño del padre (para no parecer blandengue), la aparentemente distante correspondencia de los hijos. El regalo de la relación afectuosa es la donación natural, la menos falsificada, de todo ofrecimiento.
Acontece, sin embargo, que eso sabe a poco.
Y sobreviene la especulación del regalo material. Objetos, cachivaches y adminículos se regalan con sobreabundancia y énfasis afectuoso. Empieza a desvirtuarse el afecto, chantajeado subrepticiamente por la importancia pecuniaria del regalo, deslumbrado el personal por el oropel y la maturranga. Cómo no voy a querer a mi hijo, que se sacrifica para dármelo. Cómo no voy a querer a mi padre, que se lo quita de la boca para contentarme. Cómo no voy a apreciar la amistad de los Quintero, por ejemplo, que tienen el detalle de enviarme un estuche de Tentudía.
Hay quien asegura, así y todo, que el significado del regalo manifiesta una oculta veneración hacia la persona a quien se dedica. O una actitud de agradecimiento, en muchos casos. Puede ser. Como quiera que sea, la relación que se establece entre unos y otros suele devenir en obligatoriedad afectuosa, una especie de imposición recíproca que empaña, o atenúa, o diluye, la ingenuidad sincera y primigenia, limpia, del afecto.
Los escolásticos, tan aficionados ellos a sacar punta al lápiz de la disquisición y la conjetura, opinaban que no todo era trigo limpio en las cuestiones referentes al afecto. Y así, exponían que tú ejercitabas el amor benevolentiae cuando tu sentimiento era el puro y verdadero afecto, diáfano, dedicado a las personas por ellas mismas. En cambio, el amor concupiscentiae configuraba un eje de sentimientos opacos en los que tu afecto aparecía como algo bastardo, por cuanto se manifestaba como una emoción, o turbación, dirigida a alguien para que pudiera repercutir en tu propio provecho.
Si sacas la oportuna moraleja, advertirás que el empalagoso atontamiento de la publicidad hace gala de un afecto más falso que la mula de mi tío Eufrasio. Bien está que los miembros de una familia, la costumbre hace ley, se intercambien regalos como muestra afectuosa de relaciones y bienquerencia. Admitamos que está bien.
Pero esos regalos que te llueven de desconocidos, ya digo, son más falsos que la mula de mi tío. «Ahora vas a sentir el placer de comunicarte. Si adquieres un pack de telefonía móvil, obtendrás cincocientas mil pesetas de regalo en llamadas. Ahora disfrutarás del mejor fútbol y cine de estreno. Si te abonas a cualquier plataforma de televisión digital, seis meses de regalo porque no pagarás hasta junio. Ahora vas a disfrutar como nunca de la navegación cibernética. Si llamas al 5016, conexión gratis a Internet y seis meses de tarifa plana. Ahora vas a ahorrar lo que nunca has ahorrado en tu cesta de la compra. Si adquieres la tarjeta bobitel de cualquier grande superficie, un cinco por ciento de regalo en tu ticket de compra». Y así.
Y el gentío que acude en tropel, con flores a porfía, en busca del regalo.
Un corte de mangas a los megasuperengañabobos del regalo y del mercadeo. Eso es lo que hay que hacer. Que rebajen los precios y que le hagan el regalo a su tía.
Tontainas.

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